https://coleccionesdigitales.biblored.gov.co/files/original/c16c08e6144e42b26789f32bbeabe0ee.png 2555d3650409af5453158aa6c5bcbf61 https://coleccionesdigitales.biblored.gov.co/files/original/5ee5ffff0ab716cc595285dd21aa072d.pdf e341191394634c3782a259a9c970620e PDF Text Text ���A LCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ G USTAVO P ETRO U RREGO, Alcalde Mayor de Bogotá S ECRETARÍA D ISTRITAL DE C ULTURA, R ECREACIÓN Y D EPORTE CLARISA RUIZ CORREAL, Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte J ERÓNIMA S ANDINO, Directora de Lectura y Bibliotecas I NSTITUTO D ISTRITAL DE LAS A RTES – I DARTES S ANTIAGO TRUJILLO ESCOBAR, Director General BERTHA Q UINTERO M EDINA, Subdirectora de las Artes V ALENTÍN O RTIZ D ÍAZ, Gerente del Área de Literatura P AOLA CÁRDENAS J ARAMILLO, J AVIER ROJAS F ORERO, M ARIANA J ARAMILLO F ONSECA, RAMIRO CALIXTO, ISABELLA BOLAÑOS, CARLOS RAMÍREZ P ÉREZ, Equipo del Área de Literatura S ECRETARÍA DE EDUCACIÓN DEL D ISTRITO Ó SCAR S ÁNCHEZ J ARAMILLO, Secretario de Educación N OHORA P ATRICIA BURITICÁ CÉSPEDES, Subsecretaria de Calidad y Pertinencia A DRIANA ELIZABETH G ONZÁLEZ S ANABRIA, Directora de Educación Preescolar y Básica S ARA CLEMENCIA H ERNÁNDEZ J IMÉNEZ, CARMEN CECILIA G ONZÁLEZ CRISTANCHO, Equipo de Lectura, Escritura y Oralidad C ÁMARA C OLOMBIANA DEL LIBRO ENRIQUE G ONZÁLEZ V ILLA, Presidente Ejecutivo A DRIANA M ARTÍNEZ-V ILLALBA, Coordinadora de Ferias Primera edición: Bogotá, diciembre de 2015 © De la edición: Instituto Distrital de las Artes – IDARTES. Imágenes: carátula: «Julio Flórez en el camposanto», caricatura de Coriolano Leudo (Robinet), y págs. 30 y 35, tomadas de Gran Enciclopedia de Colombia, Círculo de Lectores, tomo iv, 2007; detalles de contracarátula y pág. 3, tomadas de http://etc.usf.edu; págs. 15, 22, 38, 43, 68, 75 y 93, tomadas de Ortega y Ferro (1952); págs. 14, 16, 52, 59, 82, 86, 102, 105 y 115, tomadas de Peñarete (1969). Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida, parcial o totalmente, por ningún medio de reproducción, sin consentimiento escrito del editor. www.idartes.gov.co ISBN 978-958-8898-43-8 (impreso) ISBN 978-958-8898-44-5 (epub) Edición: A NTONIO G ARCÍA Á NGEL Asistencia de edición: J UAN CARLOS RODRÍGUEZ Diseño + diagramación: Ó SCAR P INTO S IABATTO Producción eBook: ELIBROS EDITORIAL �CONTENIDO CUBIERTA LIBRO AL VIENTO PORTADA CRÉDITOS LA COFRADÍA MÁS RISUEÑA Por Antonio García Ángel GRUTA SIMBÓLICA CHISPAZOS Por Jorge Pombo y Clímaco Soto Borda «LA SEMANA», 28 DE AGOSTO DE 1903 Por Rafael Espinosa Guzmán, Reg DOS CUENTOS DE JULIO DE FRANCISCO ¿Por qué lloraba? ¡Qué suerte! (¿Qué haría con la casa?) 20 DE JULIO EN ZIPAQUIRÁ SELECCIÓN DE POEMAS Julio Flórez Clímaco Soto Borda Ignacio Posse Amaya Jorge Pombo Ayerbe Diego Uribe Enrique Álvarez Henao Juan Carlos Ramírez Federico Rivas Frade Federico Martínez Rivas Francisco Restrepo Gómez Julio de Francisco Francisco Valencia Camargo �Roberto Mac Douall Un poema sin firma: «Los eucaliptos» FRAGMENTOS DE DIANA CAZADORA Por Clímaco Soto Borda Alejandro Acosta, aristócrata bogotano Bogotá, je t’aime El bajo mundo del ajiaco y la empanada Un trancón en el pequeño Manchester En la estación de la Sabana Pelusa Diana Tres fragmentos políticos A la sombra de las bogotanas en flor SILUETAS PARLAMENTARIAS Por Clímaco Soto Borda Rafael Uribe Uribe Marco Fidel Suárez Guillermo Valencia �LA COFRADÍA MÁS RISUEÑA BOHEMIA ES UNA PALABRA con la que, en un principio, se designaba a los gitanos y que, por connotar un estilo de vida que iba por fuera de la burguesía estable y sedentaria, vino a nombrar un movimiento sociológico y artístico que comenzó en París, en el siglo XIX , al margen del movimiento romántico más «aristocrático». La bohemia se caracterizó por una existencia despreocupada de las posesiones materiales, por la adopción de posturas políticas y sociales poco ortodoxas, por su liberalidad en cuanto a las relaciones sentimentales y personales, y la búsqueda de ideales artísticos, musicales y literarios. La bohemia pronto saltó de las calles de Montmartre y Montparnasse a otras ciudades y luego otros países de Europa; se conformó una bohemia londinense, una madrileña, una berlinesa…, y no tardó en cruzar el Atlántico para instalarse en el Greenwich Village neoyorquino y también las capitales latinoamericanas. En Bogotá, la tertulia de La Gruta Simbólica se convirtió en la expresión de ese estilo de vida y, como sucedió en otras latitudes con cada manifestación similar, ese movimiento vendría a revolucionar e influir de manera significativa en la literatura, las artes y la política nacional. Las tertulias no fueron inventadas por la bohemia: se concibieron desde los tiempos de Luis XV como pretexto para reunirse a intercambiar chismes e ideas; de esa naturaleza fueron los salones parisinos y con ese mismo espíritu se crearon las tertulias santafereñas a finales del siglo XVIII . La primera de ellas fue fundada el viernes 21 de septiembre de 1792 por don Manuel del Socorro Rodríguez y se llamó la Tertulia Eutropélica. Funcionó hasta 1794, cuando se descubrió una supuesta conspiración independentista liderada por Antonio Nariño y varios de sus integrantes fueron encarcelados. Doña Manuela Sanz de Santamaría de Manrique, antigua contertulia eutropélica, fundó en 1802 el Círculo del Buen Gusto, al que pertenecían �los redactores del Correo Curioso, entre ellos Jorge Tadeo Lozano, y en él se discutían temas políticos pero también hubo interesantes polémicas científicas como una que se dio en 1807 sobre el ejercicio de la medicina y de la que don Manuel del Socorro Rodríguez publicó algunos ensayos en su periódico, El Redactor Americano. Merece una mención El Parnasillo, del que escribió sus recuerdos don José Manuel Marroquín. Fue un grupo establecido alrededor de 1830 y cuyos modelos literarios eran El Quijote, las obras de Moratín y otros españoles antiguos y contemporáneos: no en vano el grupo era homónimo de El Parnasillo español, fundado poco antes en el Café del Príncipe, en Madrid, y al cual asistieron, entre otros, José de Espronceda y José Zorrilla. Pasarían tres décadas antes de que don José María Vergara y Vergara fundara El Mosaico (1858-1872), revista de gran altura intelectual que designó a la tertulia del mismo nombre, compuesta en su mayoría por escritores costumbristas identificados tanto con el liberalismo como con el conservatismo nacientes, y que contó entre sus filas a Soledad Acosta de Samper y Felipe Pérez, los más prolíficos escritores de ese momento. La Gruta Simbólica surgió justo en medio de la Guerra de los Mil Días, una guerra civil desatada primero entre el Partido Liberal y el Partido Nacional –una confluencia de liberales y conservadores nacionalistas– y luego entre el Partido Conservador y el Liberal a causa del golpe de estado que dio el 31 de julio de 1900 José Manuel Marroquín al presidente electo Manuel Antonio Sanclemente. Marroquín se dedicó la mayor parte de su gobierno a controlar el disgusto popular y la rebelión contra su mandato. Por esta razón se rodeó de militares e instauró una represión generalizada. Una noche de 1900, desafiando el toque de queda impuesto por el gobierno, salió de un restaurante en la calle 11 un alicorado grupo de poetas sin salvoconducto para andar a tales horas por ahí. Cuando unos soldados los detuvieron, los poetas no tuvieron más remedio que inventar una emergencia y argumentar que iban a casa del médico Rafael Espinosa Guzmán, en la carrera 5ª entre calles 16 y 17, para llevarlo a casa de un enfermo. Los soldados los escoltaron hasta la casa de Espinosa, quien pronto advirtió el ardid, les abrió la puerta a los poetas y los salvó de que pasaran una noche en el cuartel. Ya en la casa del galeno siguieron la juerga hasta la mañana siguiente. Éste fue el evento germinal de La Gruta Simbólica, de la cual Rafael Espinosa Guzmán –en adelante conocido �como Reg– sería el mecenas y anfitrión, pues en su casa se acondicionó un espacio para albergar las reuniones, siempre aderezadas con alcohol y bambucos, y con gracejos y chispazos de toda clase, aunque no faltaron cantinas, bares, restaurantes y piqueteaderos donde reunirse, como La Botella de Oro, La Torre de Londres, La Rosa Blanca, La Cuna de Venus y «La Gata Golosa», como llamaban a La Gaité Gauloise. El nombre de La Gruta Simbólica fue una broma que adoptaron luego de que Luis María Mora escribiera De la decadencia y el simbolismo, un texto que arremetía contra Baldomero Sanín Cano, Guillermo Valencia y otros poetas que conformaban «el orgulloso olimpo de los adustos predicadores de nuevos credos estéticos... Desde la cumbre gloriosa en que se habían situado veían con desdén la pobre multitud de poetas y escritores que melancólicamente aún transitaban por los viejos senderos». Los miembros más asiduos de La Gruta se oponían al simbolismo y las nuevas corrientes poéticas, su bohemia estaba lejos de ser aquella que forjó la leyenda de Rimbaud, Verlaine o Gautier, pero las circunstancias eran otras y la represión política era muchísimo mayor que en Francia. Pese a las efusiones mortuorias del primer Julio Flórez, en general las sesiones y textos que surgieron de los miembros más representativos tuvieron un signo más lúdico y menos oscuro. En la solemne y tradicionalista sociedad capitalina, la bohemia de La Gruta Simbólica representó un contrapunto desparpajado: cultivaron con gran entusiasmo el calambur, los juegos de palabras y el doble sentido, de tal manera que pese a que hubo textos serios de inmensa calidad, se vieron opacados por los chispazos, ocurrencias y anécdotas que en general pueblan todas las antologías alusivas al grupo. Este Libro al Viento no es la excepción. Difícil, si no imposible, hacer un listado de la totalidad de sus miembros, pues La Gruta Simbólica era una tertulia de puertas abiertas en la que incluso los adversarios políticos y literarios se daban cita. Llegaron a contarse unos 70 miembros. Evitaremos la profusión onomástica señalando apenas a los más representativos, entre quienes se cuentan los ya mencionados Reg y Flórez, y a los que deben añadirse Julio de Francisco, Max Grillo, Roberto Mac Douall, Federico Martínez Rivas, Federico Rivas Frade, Alberto Sánchez, Carlos Villafañe, Miguel Peñarredonda, Diego Uribe, Jorge Pombo Ayerbe y el más representativo de todos, Clímaco Soto Borda, cuyos textos periodísticos –firmados con el seudónimo de Casimiro de la Barra– inundaron la prensa de la época. Su �vida disoluta lo convirtió en astroso deudor de fondas y cantinas. Murió de pulmonía en 1919, a los 49 años. Dejó un nutrido anecdotario de repentismo e ingenio, cultivó con fortuna muchos registros literarios y escribió la única novela que surgió de entre todos los grutistas, Diana cazadora, texto fundamental en las letras colombianas de principio del siglo XX , donde desplegó todo su humor, su profundidad y su talento narrativo. Esperamos que este Libro al Viento 114, consagrado a la que quizá haya sido la cofradía más risueña que haya existido en tierras bogotanas, sea del agrado de todos los lectores. ANTONIO GARCÍA ÁNGEL BIBLIOGRAFÍA HERNÁNDEZ, Carlos Nicolás y NADHEZDA TRUQUE, Sonia (comps.), Gruta Simbólica, Panamericana Editorial, Bogotá, 1999. KÖNIG, Brigitte, El café literario en Colombia: símbolo de la vanguardia en el Siglo XX, [s.f], en http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/23089/1/Articulo6-2.pdf ORTEGA RICAURTE, Vicente y FERRO, Antonio, La Gruta Simbólica y reminiscencias del ingenio y la bohemia en Bogotá, Editorial Minerva, Bogotá, 1952. PEÑARETE VILLAMIL, Fabio, Así fue La Gruta Simbólica, Tipografìa Hispana, Bogotá, 1969. SALAMANCA URIBE, Juana, «La Gruta Simbólica, una anécdota en sí misma», en Revista Credencial Historia, ed. 2016, Bogotá, 2007. SOTO BORDA, Clímaco, Diana cazadora, Villegas Editores, Bogotá, 1988. SOTO BORDA, Clímaco y POMBO AYERBE, Jorge, Chispazos, por Cástor and Pólux, Tipografía Samper Matiz, 1898. SOTO BORDA, Clímaco, Siluetas parlamentarias, Imprenta de la Luz, Bogotá, 1897. VV.AA. Revista La Gruta, Imprenta de La Luz, Bogotá 1903-1904. �Carlos Villafañe (Tic-Tac). Caricatura de Rendón. ��Algunos integrantes de La Gruta Simbólica llegaron a ser colaboradores del diario El Comercio, editado por Enrique Olaya Herrera y J.M. Pérez Sarmiento: de izquierda a derecha, de pie: Clímaco Soto Borda, Rafael Espinosa Guzmán (Reg), Víctor M. Londoño, Gustavo Gaitán y Ricardo Hinestroza Daza; sentados: Julio Flórez, José Manuel Pérez Sarmiento, Max Grillo y Enrique Olaya Herrera. �GRUTA SIMBÓLICA Tomado de la revista La Gruta, número 13, octubre de 1903. Sin firma. EL SÁBADO ÚLTIMO –24 de octubre– cumpleaños del señor Presidente de la Sociedad, lo obsequiaron algunos de sus amigos con una regia sesión en el amplio local del Restaurante Isaza, a la cual concurrieron como cosa de doscientos caballeros, entre los cuales ochenta o cien miembros de La Gruta. Abierta la sesión como de uso y costumbre, el señor Espinosa Guzmán, dirigiéndose a la numerosa concurrencia, dijo: «Nacida esta asociación de amigos –que por capricho del momento perdurará con el nombre de Gruta Simbólica– al calor de la común defensa en esas noches sombrías de la guerra, en que la Seguridad del Gobierno era gaje de la inseguridad de los asociados, cúpome en suerte ser el centro de ella, no porque lo impusiera merecimiento mío alguno, que de todos carezco, sino por el feliz caso de ser mi casa refugio central para los descarriados que buscaban su amparo huyendo de una patrulla aquí y otra más allá. »De su imprevista fundación para acá no han sido pocos los claros que la muerte ha hecho en sus filas, y oblígame en esta vez, como deber primordial, la imperiosa necesidad de recordar a aquel que fue centro inteligente de todas nuestras labores y que en el curso de nuestro receso nos abandonó para siempre... Con todo, en nuestras sesiones jamás estará vacío su puesto, como nunca lo ha estado el de aquellos que lo precedieron, y su recuerdo habrá de llenarlo en tal manera, que ahora mismo cedo la palabra a Julio de Francisco para que os diga, señores, cómo fue La Gruta, de dónde vino y para dónde va». Ruego al señor Secretario lea el último artículo publicado del inolvidable amigo. El Secretario perpetuo, D. Carlos Tamayo, leyó: «La guerra, la nefanda guerra, seguía en la mitad de su tétrica noche. Ni una luz blanqueaba en la lobreguez del firmamento. �»Ya se iban acostumbrando el oído y el corazón a los relatos extraordinarios, inverosímiles, de horribles hecatombes, de asesinatos, de incendios. La sorpresa dejó de dibujarse en los semblantes. »Todos nos hallábamos dispersos porque la fatalidad lo quería. Desaparecieron los alegres corros donde se pulía, corregía o recortaba el último chispazo, y así fresco, caliente, como recién sacado del horno, se daba al consumo; los ecos de la campestre cuchipanda no volvieron a turbar el ruido del silencio en la montaña; enmudeció el bambuco preñado de recuerdos, y el melancólico tiple yacía colgado esperando que mano amiga despertara sus bandadas de notas. »Las tinieblas hacen buscar la luz. Nuestro natural alegre y expansivo necesitaba un refugio adonde la guerra no llegara, donde no se oyera la nota aterradora, que era el plato del día. »Pasaban dos bohemios por una oscura calle huyendo de las patrullas, que entonces tenían aguzado el oído. Acercaron éste los nocturnos compañeros a la rendija de una ventana y descubrieron voces amigas. —Tun, tun. —¿Quién es? —Nosotros. Cuatro estaban tresillando, a un lado la lámpara, al otro la botella de confortable licor, y en el sofá, como dormido, el tiple. —¡Salud! Y los seis apuraron la copa. «Cesó el juego. Tamayo dijo un chispazo; Soto Borda le enmendó la plana y cogió el tiple, que saludó a los concurrentes con un do de pecho; Posse improvisó un disparatado cuarteto, al cual le puso Moratín de epígrafe un hexámetro de Ovidio, y Reg, el amable anfitrión, siguió con su incorregible manía de llenar las copas. »Como la abstinencia había sido larga, también lo fue el derroche. Se olvidaron los muertos, los heridos, las temibles patrullas, el horripilante calabozo de la Central, y a las dos horas, merced a casi repentina transformación, el ático gentleman era una colosal inglesa; el escritor, un sacerdote alemán; el arrevesado poeta, una niña remilgada, y el pequeño erudito un feroz machetero de Palonegro. »En la pieza contigua se había verificado la transformación, y por el suelo se veían dispersas las prendas que se juzgaron inútiles para caracterizar los personajes. �»Luego vino el drama improvisado, con puñalada y todo; una jota bailada con puro salero sevillano; una arenga de un bravo militar antes de tomar, no las píldoras de Ross sino las de Villadiego, y una melopea en esdrújulos, dedicada al bello sexo, compuesta de la inglesa y de la niña remilgada. »Al día siguiente, la noticia, como si fuera mala, cundió con rapidez vertiginosa por la entristecida ciudad y todos, o la mayor parte de los jóvenes intelectuales o alegres, quisieron ver la nueva e inesperada compañía de aficionados que reía para amortiguar el estruendo de los combates, que se daba unas horas de placer para olvidar el llanto vertido por la mañana al leer en la esquina el funesto despacho telegráfico; que, en fin, contribuía con el óbolo de su inteligencia para dejar siquiera un punto luminoso en el oscuro manto de la patria. »A los pocos días el dueño de casa invitó para una sesión nocturna. Poetas, literatos, músicos, pintores, todos los sacerdotes del arte concurrieron, y entonces hubo nuevos actores y la compañía quedó con el personal completo. »Preciso era darle a aquel centro un nombre: uno de esos bohemios lo bautizó, y en la noche del día onomástico de Reg vieron que llegaba a la ansiada sesión un farol de papel, colgado de la ventana, con el letrero La Gruta Simbólica, alumbrado por una vela de sebo. »Desde esa noche las veladas se ensancharon, y para cada una se hacía el programa que manos de artista garrapateaban momentos antes de abrirse la sesión. »Lo sublime y lo ridículo, lo serio y lo jocoso, lo pueril y lo docente encontraron interpretadores; y en la barra se oían carcajadas, aplausos frenéticos, voces de admiración, arranques de entusiasmo. �La Gruta Simbólica en una escena de La alcoholina, representada en el patio de la casa de Reg en 1902. Entre otros aparecen: Antonio Ortega (2), Martínez Salcedo (3), Arturo Quijano (4), Carlos Murillo (5), Clímaco Soto Borda (6), Julio Flórez (7), Carlos Tamayo (8), Vargas Tamayo (9), Miguel Peñarredonda (10), Julio De Francisco (11), Eduardo Echeverría (12) y Alfonso Caro (13). Foto cedida a Ortega y Ferro por Guillermo Hernández de Alba. »Hubo concursos y en ellos se premiaron un soneto, un cuento y una décima; y mientras el premio se recibía de manos del Presidente, Ganímedes escanciaba el líquido en la única copa, que daba la vuelta a la repleta sala». ……………………………………………… «Si, hermanos y amigos, continuó el señor presidente, esto fue La Gruta, detallado con vívidos colores por quien mejor podía hacerlo. En ella, como veis, sólo me cupo en suerte mínima parte, y a risa tomaría el gran honor que su existencia me apareja, ya que entre nosotros todo pasa burla burlando, si el inmenso agradecimiento que debo a los cariñosos amigos que se empeñan en asociar mi humilde nombre al de la numerosa sociedad, no obligara mi lealtad para con ella y no me impusiera el deber de respetarla y hacerla respetar, como prenda de sincera unión entre todos nosotros. �»En el año hemos trabajado poco, es verdad, pero así y todo nuestra labor no ha sido estéril; y bastaría para su mérito con la sesión que consagramos en honor del vate antioqueño Samuel Velásquez, cuyos votos de amistad flotan seguramente en estos momentos sobre nosotros, y la que a beneficio de los pobres de la ciudad, y en especial de los niños desvalidos del Hospicio, celebramos en honor a la memoria del distinguido literato D. José Antonio Soffia, entusiasta amante de nuestra literatura y asiduo cultivador de las bellas letras. Esto y la fundación de La Gruta, semanario de exclusiva labor nacional, que publica de preferencia los trabajos de los miembros de la Sociedad, es cuanto por ahora podemos ofrecer en el acervo de trabajos por el progreso de las letras en Colombia. Sea ello poco o mucho, lleva en todo caso la buena voluntad de La Gruta Simbólica, y ello es bastante, como dije atrás, para su mérito y nuestro propio orgullo. Fuera así nada más, año por año, y ya La Gruta Simbólica cumpliría bien su deber para con la patria, y sin embargo en esta vez aún hay más, y poco será todo elogio al recordar que nuestra Sociedad fue precursora de La Gruta Simbólica de Barranquilla, que tan en alto tiene el cultivo de las bellas letras en aquella culta ciudad, y que uno de los nuestros fundó en Tunja la Sociedad Jorge Isaacs, que ha sostenido en la ciudad del Zaque notable movimiento literario. Además, La Escala, de Chapinero, cuyo Presidente honorario nos favorece esta noche con su presencia, bien que nacida independientemente de La Gruta, es hoy su hermana cariñosa, y el fruto que cosecha, valioso por cierto, es también nuestro, como que sus miembros pertenecen de hecho a nuestra asociación. »Este ligero recuento, desgreñado él –pues no fue sino hoy a mediodía cuando recibí la inolvidable nueva de que habíais preparado esta cariñosa sesión y debía cumplir el reglamentario deber de anotar la marcha de la Sociedad en el año– es sólida base de legítimo orgullo para todos, y si La Gruta Simbólica puede con justicia envanecerse de su labor, yo, que por tan largo período he sido favorecido con su Presidencia y colmado como ha sucedido hoy, con las mil atenciones de todos sus socios, no puedo menos de sentirme profundamente orgulloso con tanta distinción, sólo igualada con el inmenso agradecimiento que guardo y guardaré mientras viva por los nobles hermanos de La Gruta Simbólica. »Es verdad que todo lo nuestro, por ser lo que sea, pasa siempre burla burlando, como dije ya, pero así y todo, no puedo menos de reconocer que �tan honrosa carga debe ahora gravitar sobre otros hombros y por esto, bien que guardando viva la honra que os apareja, os ruego que os dignéis designar de entre vosotros aquel que deba reemplazarme. »Yo por mí, seré siempre entusiasta miembro de la Sociedad, y como tal os propongo que apuremos la primera copa de esta noche por su prosperidad. ¡Viva, señores, La Gruta Simbólica!». Tras los aplausos con los que fue recibido este expresivo informe, la Sociedad reeligió para su presidente al señor Espinosa Guzmán, y enseguida vinieron los deliciosos números que llamamos en ella de género chico: un monólogo de Carlos Castello; la representación completa de Camarones por éste y Joaquín M. Güell, José María y Marcelino Echeverría, Abraham Cortés, Roberto Ramírez H., Manuel y Rafael Castello, Enrique Peñarredonda y cuatro o seis más, y luego el Dúo de los paraguas y escenas de transformismo en que Manuel Castello hizo maravillas, y la obligada improvisación disparatada de Ignacio Posse, con más ingenio y más verdá que el mejor discurso parlamentario, etc., etc., acompañado todo en el piano por Jesús Álvarez Salas, cuya fama de artista brillante es de todos reconocida. Alternando con estos juegos del ingenio y vis cómica, no por ligeros y poco pretenciosos, desprovistos de verdadero mérito y muy dignos de los aplausos con que fueron recibidos, recitaron algunas de sus composiciones poéticas los Sres. Juan C. Ramírez, Diego Uribe, Federico Rivas Frade, Alfredo Gómez Jaime, Eduardo Echeverría, Rafael Escobar Roa y César Saavedra; Adolfo León Gómez improvisó una primorosa décima para brindar por la próspera marcha de la Sociedad, y leyó Juan Ignacio Gálvez su valiente apología del poeta. Después, se regaron los concurrentes por los espaciosos comedores del Restaurante en busca de apetitosa cena, y con esto dimos fin a la deliciosa sesión de La Gruta Simbólica en la noche del 24 de octubre de 1903. �CHISPAZOS Esta es una serie de versillos que Jorge Pombo y Clímaco Soto Borda publicaron primero en el periódico El Sol y luego en El Rayo X, con los seudónimos de Cástor y Pólux. Nunca estuvo claro quién era quién y a cuál de los dos se le ocurría uno u otro verso, a veces también atribuidos a otros miembros de La Gruta Simbólica en diversas antologías. D RAMA EN UN ACTO En una casa solos Él y Ella… Él, que de sed se inflama, agitado y febril, a la doncella con grandes voces llama. Ella acude afanosa e intranquila, agitando la enagua, y Él le dice muy serio: «¡Domitila, tráigame un vaso de agua!» CARRERA MILITAR —¡Quiero huir! ¡Aquí me entrampo! dijo en la guerra un canalla. —Pues hombre, repuso Ocampo, para huir el mejor campo es el campo de batalla. RES , NON VERBA! Es tan caritativa Pepilla Escudo que cuando está de fiesta, viste al desnudo. ¡JESÚS, QUÉ RATA ! �El usurero García de esta manera me hablaba, cuando el pésame me daba, por la muerte de una tía: —Sí, señor, tanto lo siento; lo acompaño en su quebranto y como lo siento tanto, me debe el tanto por ciento. ¡SACRÍLEGA ! Si yo, que en vano te sigo, sacerdote me volviera, y tu alma pura acudiera, a confesarse conmigo, poniendo a Dios por testigo, yo te otorgara el perdón; te diera la absolución, aunque sé que de ella abusas, puesto que nunca te acusas de robarme el corazón. CALLEJERA Justamente en la esquina de una calle, peleaban Juan Ovalle y Luis Cabrera: Luis Cabrera dio un puño a Juan Ovalle y sacó a Juan Ovalle a la carrera. REALISMO ¿Recuerdas lo que una noche de luna, pálida y triste, temblorosa me dijiste, Con amoroso reproche? �De la tranvía en un coche te encontré, para mi mal; tú los labios de coral pusiste cerca a mi oído y con acento sentido murmuraste: ¡pague el real! Clímaco Soto Borda. Foto de Henri y Ernesto Duperly. D ES… CONCIERTO Un borracho se durmió en el concierto pasado, y, cuando se despertó, con gran sorpresa notó, que estaba desconcertado. FACCIÓN CONTINUA Domina doña María al comandante La Roche; por eso es jefe de día �y subalterno de noche. CONSEJOS Centro América es tu amor, más, ya que en tus aventuras encontraste un protector, no dejes el Salvador para meterte en Honduras. SEMI-EX-CALLEJA Al ver la vía principal don Manuel dijo afanoso: —Ya no es calle este barrial, sino un barrial callejoso en forma de Calle Real. FOGOSIDAD Tu cigarrillo chupó la ardorosa Micaela, y así que te lo entregó todo el mundo en él notó en ambas puntas candela. A MOR EN SILENCIO Fue a dar serenata a Armida, con la orquesta, Pepe Flórez, y el amante –que la cuida– salió y les dijo: «Señores, silencio, que está dormida la virgen de mis amores». �V ICIO FINAL —¿Cuál es el colmo del vicio? preguntaba Luis Galdós; —Es presentársele a Dios bien borracho el día del juicio. TIRA Y AFLOJA Es el borrachín Juan Bueno (con esto a nadie denigro) peligroso en el sereno y sereno en el peligro K. FEÍNA Es tanto lo colosal de la fealdad de Matea, que, aunque se case muy mal, como revienta de fea, tendrá un novio sin rival. EZEZ Tanto aprendió en España Juan Meneses, que hoy apura la z hasta las eses. PLEONASMO TRIPLE No habría podido augurarte tu nombre, suerte más negra; ¿cómo es que puedes llamarte, sin ansias de suicidarte, Siervo Casado Consuegra? �G ENTUZA ¿No es cosa bien sorprendente que en este mundo, Perucho, se encuentren constantemente muchos que quieren ser gente, gentes que quieren ser mucho? Jorge Pombo. Foto Biblioteca Luis Ángel Arango. FRACCIONES Hay un problema endiablado que me mantiene aburrido: ¿por qué, si estoy bien quebrado, no he de ser yo buen partido? MUCHA CIENCIA �Es Juana tan erudita, que, con afán importuno, no bien habla con alguno, le sale con una cita. D ESACUERDO —Mientras componía usté su gran vals El Colibrí, ¿no estaba pensando en mí? —No, mi señorita: en re. D OLCE FAR NIENTE Preguntó el padre Ballesta a un penitente algo loco: —¿Trabajas en días de fiesta? —No, padre, pero por esta † que entre semana… tampoco. PAN … DILLAJE El panadero Juan Casas, cuando orador se sentía, iba a la panadería, a conmover a las masas. LÍNEAS En formación alineada, van las del Liceo Central, y dice el artista Leal: —¡Qué niñas tan bien formadas! �LA CABRA TIRA AL MONTE Hallándose en la orfandad el obtuso Juan Perales, tuvo la felicidad de dar con la Sociedad protectora de Animales. �«La Gata Golosa», como llamaban a La Gaité Gauloise, en el Paseo Bolívar, donde los miembros de La Gruta Simbólica celebraron alegres «tenidas». �«LA SEMANA », 28 DE AGOSTO DE 1903 Entre los años de 1903 y 1904, Rafael Espinosa Guzmán, Reg, y Federico Rivas Frade publicaron el semanario La Gruta, que alcanzó a tener 25 números. En cada uno de ellos, Reg escribía una sección llamada «La Semana», híbrido de opinión, diario íntimo y recuento de las actividades políticas, sociales y culturales de la ciudad. Y en ocasiones como ésta, además crónica de sucesos. POR RATOS SIENTO como furores de resistencia contra las realidades de la vida y quisiera poder arreglarla de modo que hoy por hoy sólo los tintes alegres asomaran a la punta de mi pluma; luego, ante la muda elocuencia de lo imposible, comprendo que la serie de emociones en la semana es a modo de espectro solar en que se suceden sin destruirse todos los colores del arcoíris y los mil cambiantes de sus combinaciones, y resignado ante la fuerza de los hechos cumplidos, copio uno a uno los varios tonos de mis impresiones, ya tristes, ya risueñas; de placer algunas, otras de dolor, indiferentes las más. El mundo que se divierte sólo ha tenido, fuera de uno que otro matrimonio en que la fiesta canta deseos de placer y felicidad, un día de carreras en La Magdalena, lleno de emociones vibradoras y de apacibles encantos. Clara y fresca la tarde, después de horas ligeramente lluviosas, el sol doraba apenas las espléndidas lejanías de la sabana al Occidente, que devolvían sus rayos cariñosos sobre las hermosas mujeres de los tabladillos orientales del hipódromo, en cuyos ojos morían alegres en el juego de luz de sus miradas cuando siguen entusiastas el rápido correr del noble bruto, ¡sin querer dejar de verlo hasta que el éxito corona al vencedor! Cómo dicen de ignorados placeres los ojos negros de Murillo en sus vírgenes maravillosas; cuánta lucha de amorosos ensueños en los cambiantes marinos de los ojos verdes; qué de pedazos de cielos en el juego de los azules; cómo derrocha felicidad el velo soñador que empaña el indeciso color de algunos otros. ¡Veo las carreras en los mil variados espejos de los ojos que las siguen y veo en ellas el placer que las anima! Posible es que nuestro circo ni siquiera remede hipódromos dignos del nombre; natural que falte correcta organización en las carreras; seguro que �nuestros jockeys no merecen todavía el nombre de tales; justo es que aún pequemos por graves defectos en el hipoespectáculo, pues sabido es lo difícil de todo principio; pero así y todo, no hay espectáculo más civilizado y emocionante que las carreras, ni ningún otro agiganta sus encantos con los encantos de la naturaleza. Digan lo que quieran quienes se dan el lujo tonto de no confesar placer en verlas, es lo cierto que muchos brindan a las almas ingenuas las carreras del hipódromo y que mayor no puede sentirse del que experimentamos ante la desesperada lucha del Paso y la Saltona por alcanzar el triunfo en la gran carrera del domingo. Los nobles brutos se disputaban el terreno pulgada a pulgada como si en ello les fuera la satisfacción consciente de su orgullo, los numerosos espectadores guardaban anheloso silencio, sólo sus ojos hablaban con los relampagueos de la esperanza; el paisaje, plácido y callado, hacía resaltar el vivo cuadro con sus adumbraciones deliciosas, y cuando el triunfo coronó los últimos desesperados esfuerzos de la simpática yegua, el clamoreo incontenible de sus partidarios dio vida imperecedera al recuerdo de aquellos instantes deliciosos. ¡Hip… hip! Bravo por el Círculo del Comercio que semejantes fiestas ofrece a Bogotá. Del teatro no puedo decir lo mismo. La Compañía que actúa en él de años atrás y que, buena o regular, nos ha dado ratos deliciosos y no omite esfuerzos por repetirlos, no ha sido justamente correspondida por el público sensato, debido a su falta de sanción para los incorrectos procedimientos de cierta gente menuda, muy culta por lo general, que goza más con sus propios alborotos que con las fruiciones reales del arte, que siempre las hay en el teatro, siquiera no sea sino por la música y la parte literaria de la letra en las zarzuelas. De éstas han subido a la escena del Colón dos nuevas para nosotros: Viento en popa y Los trasnochadores. La primera, mucho mejor que la segunda, fue francamente aplaudida, y sin embargo los chicos aquellos se dieron sus trazas para mortificar a una de las coristas que trabajaba en ella, y la obligaron a abandonar la escena sin pensar en el mal que le causaban por sólo el placer de ver las contracciones de la rabia y el dolor en el rostro de quien en nada les ofendía. Los trasnochadores, simples cuadros, vulgares por momentos, de vida española con cañas, juerga y sus consecuencias, no pueden gustar aquí, y sin embargo quienes los interpretaron, muy bien por cierto, no merecen la tempestad de silbidos que acompañó la caída del telón. Verdad que hubo una escena de borrachos demasiado viva para un público culto, �pero quizás los que la silbaron deberían haber pensado que ellos suelen verse en casos semejantes y tan fuertes, que conozco un chico de ellos, simpático e inteligente como pocos, que bajo la influencia del licor no sólo se cae como el carpintero de Trasnochadores, sino que suelta la lengua y dice cosas tan corrosivas que su solo vaho le ha inflamado la nariz. Bueno es ver la paja en el propio antes que la viga en el ojo ajeno. Rafael Espinosa Guzmán, Reg, uno de los fundadores de La Gruta Simbólica y mecenas de los intelectuales de la época. Y ahora, vengan las sombras del cuadro. La natural desmoralización que se siente en el país como fruto maldito de la pasada guerra, y más que eso, el ejemplo corruptor que excita la codicia ante fortunas rápidamente adquiridas, e insolentes comodidades que insultan la pobreza humilde, han hecho brotar del medio infeliz de nuestro pueblo, atenaceado por los mordiscos del hambre, apetitos incontenibles que, fatalmente alejados de las fuentes puras del trabajo, sólo hallan modo de satisfacerse en las inmundas del delito, que mancha siempre, por más que en ocasiones y gracias a lamentable ineficacia de la acción penal, suelen dar el resultado apetecido. El caso está a la vista, en pleno centro de la ciudad, y seguramente al amparo de nombres hasta hoy inmaculados, que inspiran plena confianza y dan absoluta garantía. A la luz meridiana, y como si se tratara del acto más inocente, con toda calma y pasmosa seguridad fue robado el Ahorro �Mutuo, ese simpático banco en donde dejan los pobres sus economías en esperanza de salvarlas para lo futuro en forma de auxilio oportuno en los fríos días de la ancianidad… El cajero levantó de obra, arregló sus cuentas, guardó en las cajas los dineros que maneja, cerró todas las cerraduras que los guardan y se alejó como siempre, confiado y tranquilo, junto con los demás empleados de su oficina, quedando el gerente en su despacho, en la parte alta del edificio. Minutos después, al hacer su requisa el portero, antes de cerrar la puerta principal del banco, halló abierta la principal de la oficina de caja, sin estar presentes los empleados que la manejan. Sorprendido con lo anormal de lo que veía, subió a dar parte al gerente, Sr. D. Julio J. Dupuy, y éste, bajo el peso de pavorosa sospecha, bajó, afanado, a cerciorarse de lo sucedido. Por desgracia, no era infundado su temor: la puerta había sido hábilmente falseada, abiertos dos candados de letras y la caja fuerte, cuyos secretos no pueden hallarse en pocos momentos, y saqueada ésta; dejando por el suelo un reguero de billetes, como testigos de la precipitación con que se había procedido. El robo había sido hecho con toda sangre fría, rápidamente y con tal confianza y habilidad, que sólo podía suponerse como obra de gente impuesta en los secretos de las cerraduras y en los usos del establecimiento: el ladrón debería, pues, ser o haber sido empleado de El Ahorro, y así lo dijo el Sr. Dupuy, sin excepción alguna, y por más que le doliera complicar inocentes en la averiguación, al dar su obligado denuncio ante la respectiva autoridad. Luego vinieron las naturales investigaciones, las sospechas más o menos fundadas, y como consecuencia de todo, la prisión preventiva de un ex empleado del establecimiento, que desde su dura cárcel ha lanzado pública protesta de su inocencia. Imposible anticipar opinión alguna, indebida por demás ante hechos cuyos detalles sólo conoce la autoridad que los investiga; pero sea de ello lo que fuere, patente queda el delito cometido, que acusa la intensidad de nuestras llagas sociales, y segura la existencia de un delincuente cuya impunidad es grave mal para todos y en especial para la inocencia, si por la fuerza de las cosas ha sido perseguida. Y si esto, que tan dolorosamente nos sorprende, sucede así en el medio social educado, que forzosamente debería estar alejado de semejantes peligros, nada de raro tiene que el pueblo inculto, hecho a la sangre y al �delito por los ejemplos de la guerra, tome las mismas vías y vivamos amenazados de incesantes robos no sólo en despoblados y caminos, campo eficaz para los malhechores, sino en el seno de las poblaciones y por encima del servicio de policía que más o menos las defiende. Aquí mismo, ya no son sólo de temer ataques aislados a la propiedad como los que cada día persigue la autoridad, sino que los cacos pueden reunirse para asaltar a las gentes indefensas y robarles en sus propias habitaciones. De esta situación tenemos doloroso resultado en la casa del Sr. Rafael Casís, quien temeroso de un asalto semejante, por algunos indicios que parecían anunciarlo, resolvió velar para prevenir todo peligro, alternando en tan dura faena con su hijo Jorge, y en una de las noches pasadas, pavorosa e inolvidable noche para su desgraciada familia, creyendo sentir ruidos sospechosos, salió a proteger a su hijo, que estaba encargado de la vigilancia. Desgraciadamente el joven, guiado por iguales temores, se había separado de su punto de observación para ir a cerciorarse en otro sitio del origen de los ruidos alarmantes, y el infeliz padre, tomándolo por algún asaltante, disparó sobre él con tan desgraciado tino que le causó la muerte casi instantáneamente… El horror de aquella escena sangrienta es indescriptible, nunca podrá soñarlo mayor la más calenturienta imaginación, y hoy llora el pobre padre su desgracia sin que jamás intente secar las amargas lágrimas que ha de arrancarle en todo instante su fatal destino. La muerte, esa ineludible realidad de la vida, segó por tan espantosa manera una existencia en flor, que de seguro habría sido útil luego para la sociedad, y siguiendo su inflexible y ciega tarea, vino a conmovernos después, con no menor intensidad, arrebatando uno de los mejores ciudadanos del país. IGNACIO V. ESPINOSA , el filósofo convencido, trabajador infatigable, desinteresado y virtuoso, se durmió en el sueño de lo desconocido, dejándonos como consuelo el aroma de sus virtudes y el ejemplo de cómo se lucha y se gana la vida haciendo siempre el bien y buscando más que la suya, la felicidad de sus semejantes y en especial de los que sufren y caen rendidos en la jornada. Con admirables dotes de inteligencia y de laboriosidad nutrió su espíritu en las enseñanzas de los grandes maestros, y luego puso todo su afán en alumbrar con sus luces las oscuridades de toda ignorancia. �Profesor en el Externado y en la Universidad Republicana, fue el amigo sincero de sus discípulos, que hoy honran su memoria, y si se esforzaba por instruirlos, más ejemplo ponía, y su ejemplo era el mejor texto de enseñanza, en educarlos como buenos y honrados. Vivió vida perfecta de buen ciudadano y así quería que la vivieran los que de él aprendían. Justo, con la absoluta rigidez de toda justicia, fue el amparo de los perseguidos, y jamás negó el apoyo de su ciencia jurídica a quienes más la necesitaban y menos podían remunerarle el servicio que les prestaba. Su fecunda vida sobre la tierra, corta, como que apenas pasó de los cuarenta años de su edad, terminó con la serenidad del justo, esperando tranquilo el momento de la eterna ausencia, y hoy honra con sus despojos mortales el más apartado y silencioso rincón de nuestros cementerios, allí en donde, como dijo alguno de sus autores favoritos, el cadáver del hombre de bien lleva la bendición consigo. Después rindió también su jornada final el señor Samuel Rodríguez, chico de la prensa en época pasada, buen amigo y buen ciudadano, que arrastró dura existencia en los últimos años, herido por la impotencia de prematura parálisis. Ha descansado. ¡Feliz él! �DOS CUENTOS DE JULIO DE FRANCISCO Estos dos cuentos fueron publicados La Gruta, en el año 1902. ¿POR QUÉ LLORABA? A Diego Uribe EL COMANDANTE DE LA FLOTILLA dispuso que toda canoa que se encontrase fuera inutilizada, con el fin de impedir en lo posible el paso de guerrillas y aun de postas de una a otra orilla del Magdalena. Los tres vapores zarparon de Ambalema aguas arriba, y a poco empezó cada uno a cumplir la orden destructora. La ejecución era muy sencilla: distinguíase la canoa como un pez dormido bajo el ramaje de la orilla; arrimaba el vapor, saltaban dos marineros hacha en mano, y en cinco minutos quedaba reducida a astillas la obra que había sido hecha en varias semanas de trabajo fatigoso y constante. A los golpes del hacha sentíase el quejido del cedro centenario, más lastimero aún que cuando fue derribado en la selva para destinarlo a flotar sobre las aguas del río. De pronto, el vapor que me llevaba a bordo se dirigió por quinta vez a la orilla, y apenas alcancé a divisar la nueva víctima que iba a ser sacrificada: era una canoíta de unos dos metros de largo y medio de ancho, endeble y desvencijada por la acción corrosiva del sol y de la lluvia. Su fondo, carcomido y roto, mostraba los hilos de la cabuya que, a fuerza de ligaduras, prolongaba una existencia próxima a extinguirse. Tendría de veinticinco a treinta años, la misma edad de la pajiza choza que desde lo alto de una pequeña colina, cercana al río, dejaba escapar al cielo un humillo tenue y azuloso. Por las estrechas dimensiones del flotante madero se comprendía que sus acuáticos viajes no podían tener otro fin que el de conducir una exigua porción de víveres para los moradores de la vetusta choza, y fácilmente adivinábase que el piloto de tal embarcación sería algún vejucho flaco y �exangüe, cuyo canalete brillaba en sus manos desde la aurora hasta el toque del ángelus, descansando sólo el tiempo que se gasta en consumir una vez al día las viandas de una mezquina mesa. Bastó un solo boga para llevar a cabo la destrucción del frágil barquichuelo, que al primer hachazo, recibido en uno de los costados, crujió de punta a punta, y se desbarató en astillas. La hélice, ruidosa y pujante, alejó al vapor de la orilla, y este empezó de nuevo a luchar con la corriente. A la puerta de la casucha se asomó una mujer débil y encanecida. Adelantó unos pasos; vio los fragmentos de la canoa que se alejaban a impulso de las aguas; cruzó con desesperación las manos, y fijando los ojos en el cielo con angustia suprema, se deshizo en lágrimas. —¡Mamá, tengo hambre! –gimió desde el fondo del tabuco un pequeñuelo. La infeliz no contestó. Clavada en el suelo, seguía con los ojos, inconsolable y muda, los pedazos de su canoa que iban flotando allá… a lo lejos, sobre las turbias aguas. La Plaza de San Victorino para la época de La Gruta Simbólica. �¡Q UÉ SUERTE ! (¿Q UÉ HARÍA CON LA CASA?) PEDRO, EL ZAPATERO DE LA ESQUINA , huérfano y pobre, vivía solo en su tabuco. La lezna y la aguja tenían momentos de reposo cuando el martillo golpeaba implacable en la vaqueta, que a cada golpe más se endurecía, como el corazón del usurero al sentir en sus manos una nueva víctima. No aspiraba Pedro a gozar de todos los placeres que da el dinero, pero al pensar en el día en que ya su débil mano no pudiera levantar el martillo, sentía deseos de economizar para acabar tranquilo y descansado su existencia; deseos que no se realizaban porque las nocturnas ofrendas a Baco no lo permitían. Anunciábase entonces una gran rifa de dos casas –dos palacios– con muchos premios en dinero y otras gangas. Por todas partes no se hablaba de otra cosa. Aquello era un acontecimiento extraordinario que tenía ocupada la atención de Bogotá entera. Era digno de lástima el que por falta de 300 pesos no podía conseguir una boleta. El zapatero vio en la rifa su salvación. Ya que no una de las dos casas, ¿por qué no había de sacarse un premio en dinero? ¿Por qué no podía quedarse su boleta en las últimas cincuenta o ciento, con lo cual era seguro venderla por varios miles de pesos, toda vez que las casas estaban avaluadas en tres millones? Sujetose a privaciones; suprimió un plato en las comidas que tomaba en la vecina tienda, y el licor dejó de conmover su cerebro. Al cabo del mes tenía la anhelada boleta; pero días antes de principiar la rifa, el infeliz cayó a la cama, víctima del tifo. Cuando, ya convaleciente, pudo hablar y tenerse en pie, la primera pregunta que hizo a la criada que le llevaba los alimentos fue sobre el resultado de la rifa. —Dicen que ya se acabó, pero que no aparece el dueño de una de las boletas que se sacaron las casas. La alegría indecible de Pedro le dio fuerzas para dirigirse al local donde se había verificado la rifa, y por la calle varias personas le ratificaron lo dicho por la criada. ¡Adiós lezna y aguja y martillo y puntillas! ¡Todo quedaría entregado al olvido y él llevaría en adelante una vida sosegada gozando de su renta! �Las cuadras se le hacían leguas; interminable la distancia que lo separaba del lugar donde debía ver colmada su ventura con sólo mostrar una cifra escrita en un papel. ¡Por fin llegó! Tembloroso, jadeante, casi sin aliento, entregó la boleta y esperó las escrituras de la finca. ……………………………………………… Transcurrió algún tiempo. ¿Qué hizo Pedro con la casa? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! En el escritorio de un millonario que en la época del sorteo vivía en la Sabana, se halló entre varios papeles la afortunada boleta. �20 DE JULIO EN ZIPAQUIRÁ Crónica sin firma tomada de Revista La Gruta, número 3. Agosto de 1903. MIENTRAS EL TREN EXTRAORDINARIO que debía llevarme a Zipaquirá, cruzaba la monótona Sabana, recorriendo la distancia que me separaba de un punto irremisiblemente fijo, un perfume que flotaba en la atmósfera, sutil, embriagador y elegante, como de trébol encarnado, fatigó mis nervios y me hizo sentir la burguesía de algunos tocados y la inelegancia desoladora de algunos detalles. Este perfume y el viento que me daba con sus ráfagas la sensación de un valse de Chopin, me hicieron comprender que nada vale lo que la sinceridad que prestan nuestras almas el aire perfumado y libre y que, para conservar nuestra genial alegría debemos huir de las multitudes que no sean aglomeraciones de almas… Por esto y por recordar que en otras fiestas, en que sólo estuve contento porque me reía sincero con toda la boca, y perdí, quizás para siempre, las alas de la locura y con ellas la alegría y la sinceridad, sentía fuertes tentaciones de no continuar viaje y de quedarme en una de las estaciones intermedias; pero ya más allá de Cajicá, cuando me era preciso aceptar todas las consecuencias de lo hecho y dejarme llevar por todas las brisas, formé la resolución de vencer el pensamiento pesimista que me dominaba y buscar en los regocijos públicos de la ciudad del Zipa un pretexto para reírme o para admirarme. Al escuchar, pues, la música marcial que saludaba en la Estación a los forasteros, me serené completamente y cuando llegué al centro de la población estaba dominado por un sentimiento de ingenua complacencia que me hizo admirar el aspecto de los palcos sólidamente construidos alrededor de la plaza y que, por estar adornados con musgo, tenían un no sé qué de misticismo que recordaba los imponentes altares de la Semana Santa, y luego la pesada silueta de la iglesia, que allí llaman Catedral, tal vez con su parecido con la tan poco artística de Bogotá. Después, leyendo los numerosísimos avisos pegados en casi todas las barracas, que anunciaban ¡Champaña! ¡Champaña!, comprendí que los zipaquireños son capaces de gastar muchos miles para exaltar, como ellos lo entienden, el �sentimiento de su elegancia, y me complací en admirarlos. También admiré, sinceramente, así la ocurrencia feliz de divisar a los jóvenes de la ciudad con un botón tricolor que los convertía en agentes de una policía especial para evitar las desavenencias y las riñas, como un amable cartel en el que el Alcalde de las fiestas les decía a los habitantes de Zipaquirá que nunca serían muchas sus atenciones para los forasteros. ¡Bravo, bravo! Alentado, como era justo y natural, por tanta amabilidad, resolví ponerme en comunicación más íntima con la ciudad, y me acerqué a un individuo que parecía tener ganas de conversar. Me preguntó qué me parecía el aspecto de la plaza, y le contesté con las galanterías de estilo, agregando: —Hay dos filas de palcos, muy bien hechos. —Tres con la de abajo –me contestó modestamente, con una encantadora ingenuidad que le permitía tener conciencia exacta de su propio valer. El Jefe de la plaza, joven e inteligente e ilustrado, había contribuido mucho a la alegría general, manifestando que él era Prefecto de la Provincia, es decir, de todos los habitantes de ella, y no de una agrupación política, y por esto lo admiré y lo aplaudí sinceramente. Merece por ello y por el orden que reinó en las fiestas, entusiastas aplausos, y yo me permito enviarle modestamente los míos, sin más reserva que una ligera crítica por la falta de estética en haber permitido el establecimiento, a la vista del público, de vulgares mesas de juego. El juego así exhibido sólo es posible como en Montecarlo: de casaca y guante blanco y en compañía de damas hermosas y elegantes. A las 2 p.m. los palcos, ya colmados de damas, ofrecían, con la infinita variedad de los trajes de éstas, un aspecto brillante y alegre que yo admiré de todo corazón. Además, todas ostentaban en sus semblantes una seriedad imponente y en sus maneras una compostura rígida, lo que daba cierta etiqueta a las fiestas de plaza, que iban a principiar con un despejo, el cual, desgraciadamente, no pude ver, y eso que era ese un espectáculo completamente nuevo para mí. En cambio, desde el comedor del hotel en donde me hallaba, oía el ruido de las descargas y me esmeraba en imaginar que la población era atacada a sangre y fuego, dándome el gusto de fantasear con mi amor por el peligro y de tener un pretexto para estremecerme. �Terminado el despejo volví a la plaza, y allí alquilé un puesto para ver las cuadrillas que iban a principiar. Habían hecho despejar la plaza, y los palcos ofrecían una vista pintoresca, con reflejos de los más vistosos colores, muy en consonancia con los bambucos que la banda ejecutaba. Un jinete con casco de metal y vistoso vestido fantástico, apareció por una de las esquinas. —Es un acorazado –dijeron. —No, es un cosaco –dijo otro. La carrera Séptima entre calle 14 y Av. Jiménez en 1902. Al fondo, la torre de San Francisco. Supe después que era un general con vestido de parada. Principiaron las cuadrillas. Cuarenta caballeros divididos en cuatro grupos, dos de ellos vestidos de jockeys y los otros dos de algo así como las figuras del naipe, montados en caballos negros, blancos, bayos y castaños, entraron por los cuatro ángulos de la plaza. Van, me dije, a resucitar el torneo y las justas medioevales; eso les honra. En seguida el General en jefe de las cuadrillas y dos jefes subalternos, que llevaban como ayudantes a dos gentiles chicos, montado el uno en corcel negro y el otro en blanco, principiaron a dirigir las figuras. Espectáculo más divertido que ése no había visto yo nunca. Era de ver la �maestría y la elegancia de los jinetes airosos y la gallardía de los corceles. Esa parte del programa se ha quedado en mi memoria con todos sus detalles. —¡Bravo, Pedrito! –le gritaron a un jinete, y el aludido hizo con el fuete y refrendó con la sonrisa una airosa señal de agradecimiento. Desgraciadamente no pude ver todas las cuadrillas, porque pensé regresar para Bogotá y me dirigí a la Estación, en donde, viendo que había muchos asientos desocupados en el tren que iba a partir, imaginé que lo que faltaba de las fiestas era lo mejor y resolví quedarme, pensando, además, que mi debilidad del momento debida a tantas emociones, no me habría permitido aspirar, sin embriagarme, el perfume del trébol encarnado ni escuchar en el viento la música de los valses de Chopin. De vuelta de la Estación, supe que para esa noche se preparaba una velada literaria y musical y que habían esperado en vano a dos o tres de los más afamados y simpáticos poetas de la capital. Es lástima que no hayan venido, pensé, porque habrían podido recitar en la fiesta y habrían sido agobiados por las atenciones de los galantes anfitriones. A las ocho de la noche, en el local habilitado al efecto, pude oír la composición, ligeramente pesada y algo incomprensible, de un erudito poeta, y después las recitaciones de dos inteligentes zipaquireños y la poesía que un joven artista bogotano recitó en honor de Zipaquirá, con serenidad y gracia. Todo alternado con trozos de música y con dos bellísimas partes de canto hábilmente ejecutadas por una distinguida dama, a la cual escuché con respetuosa admiración. Para terminar esa velada, que para mí fue lo mejor de las fiestas, hube de escuchar con una sonrisa benévola el discurso patriótico de un orador que, según él, usaba deliciosa ironía y manejaba con maravillosa habilidad el chiste español y el equívoco… ¡Que sea feliz! Después, agobiado con la dulce faena de tan sabroso día, preferí el hospitalario lecho que un amable amigo me ofreció, en vez de tunar por plazas y calles, como pudieron hacerlo otros. Al siguiente día, 21 de julio, cansado de ver cómo los jinetes, que colmaban la plaza, impedían el juego de los arrojados jóvenes que formaban la improvisada cuadrilla de toreros y no los dejaban luchar brazo a brazo con la fiera y lucir sus elegantes habilidades, resolví venirme, y ya en el tren, mientras echaba de menos el perfume sutil, embriagador y elegante, como de trébol encarnado, y el viento fresco de la Sabana volvía �a darme con su fuerza la sensación de un valse de Chopin, pensé que si bien es cierto que el estado casi primitivo en que nos hallamos no nos permite exhibirnos como pueblos civilizados, que gozan de los beneficios y las desventajas de la civilización, sí podemos organizar fiestas públicas en donde campean las cualidades de la raza, cualesquiera que sean y donde, casi reduciéndonos a aprovechar los dones de la naturaleza pródiga y sin intentar imposibles de comodidad y lujo, podemos ofrecer al viajero observador un pretexto para reír sinceramente con toda la boca, o un campo para ilustrarse, estudiando las ingenuas y sinceras maneras de un pueblo vigoroso y alegre, y me complacía en imaginar unos festivales andinos donde al lado del pugilato, de las carreras a pie y de caballos, de la lucha entre el ágil toreador y la fiera amenazante, figuraran las cuadrillas que cifran una sensación más serena, el torneo literario y musical que exalta la imaginación y, como remate, la danza general en plazas y salones. Completadas así, nuestras fiestas serían un instante de sana alegría y de inocente embriaguez en la vida monótona de nuestros pueblos de la altiplanicie, realzado por la musicalidad de las almas y la fuerza y la elegancia de los músculos. Por lo que las de Zipaquirá tuvieron de acuerdo con mis deseos, envío para sus promotores mis felicitaciones. 27 de julio de 1903 �SELECCIÓN DE POEMAS JULIO FLÓREZ TODO NOS LLEGA TARDE HASTA LA MUERTE Todo nos llega tarde ¡hasta la muerte! nunca se satisface ni se alcanza la dulce posesión de una esperanza cuando el deseo acósanos más fuerte. Todo puede llegar, pero se advierte que todo llega tarde: la bonanza, después de la tragedia; la alabanza, cuando está ya la inspiración inerte. La justicia nos muestra su balanza cuando los siglos en la historia vierte el tiempo mudo que en el orbe avanza. Y la gloria, esa ninfa de la suerte, sólo en las viejas sepulturas danza. ¡Todo nos llega tarde, hasta la muerte! G OTAS DE AJENJO , XVI Tú no sabes amar; ¿acaso intentas darme calor con tu mirada triste? El amor nada vale sin tormentas, ¡sin tempestades... el amor no existe! Y sin embargo, ¿dices que me amas? No, no es el amor lo que hacia mí te mueve: el Amor es un sol hecho de llamas, �y en los soles jamás cuaja la nieve. ¡El amor es volcán, es rayo, es lumbre, y debe ser devorador, intenso, debe ser huracán, debe ser cumbre... debe alzarse hasta Dios como el incienso! ¿Pero tú piensas que el amor es frío? ¿Que ha de asomar en ojos siempre yertos? ¡Con tu anémico amor... anda, bien mío, anda al osario a enamorar los muertos! G OTAS DE AJENJO , XXII No os enorgullezcáis niñas hermosas, porque líneas tenéis esculturales; vuestras carnes se pudren… y en las fosas todos los esqueletos son iguales. CLÍMACO SOTO BORDA A UTO-RETRATO ¡Este soy, un pobre diablo que a tragos pasa la vida en verso y prosa, perdida en el juego del vocablo. El alma, como un venablo me hirió el amor enemigo; más no importa: sumo y sigo que aún me queda corazón para darlo con pasión a la madre y al amigo! �EN LA CARAVANA A Federico Bravo Abandonó, saciado hasta las heces, «su viejo vaso y su taberna oscura», y ve, sin entusiasmo y sin pavura, la senda recorrida tantas veces. Todo revuelto: triunfos y reveses, pasión y engaño, ensueños y locura, hambre y hartazgo, trono y sepultura; laurel y ajenjo, mirtos y cipreses. Va en el tumulto mientras arda el foco del Arte y el Amor, que hacen acaso digna la vida de vivirse un poco. Y aquí pisando espinas, allí alfombras, sigue, sin mucho afán, y se abre paso con sus sueños…camino de las sombras. JUEGOS FLORALES A mi madre A ti, que no me besas como Judas, diosa ajena a las lúbricas pasiones, que de mi amor y de mi fe no dudas, a ti, mi viejo sol, van mis canciones. Toda palabra tuya es una orquesta que al ensueño y a la dicha me convida: en los juegos florales de mi vida tienes que ser la Reina de la Fiesta. �POEMA ANTIRREPUBLICANO Si pública es la mujer que por puta es conocida república viene a ser la puta más corrompida. Y siguiendo el parecer de esta lógica absoluta, todo aquel que se reputa de la República hijo, debe ser, a punto fijo, un grandísimo hijueputa. La Poesía, célebre cantina santafereña, centro de reunión de poetas y bohemios entre 1894 y 1898, ubicada cerca a El Fuerte de San Mateo. IGNACIO POSSE A MAYA AYER me dijo papá: —Hágale caso a Melguiso. �—Sí, papa; yo le hago caso… pero le hago caso omiso. JORGE POMBO A YERBE DON BLAS Rojas Amador me contaba sus congojas y hablaba en este tenor: —Siendo yo conservador, todas mis hijas son Rojas. DE LUTO tan riguroso está Pepe por su suegra, que sólo encuentra reposo tomando cerveza negra. PASTORIL Este negocio de ovejas, juro, es de los más nocivos; a la corta vienen quejas, y si a la larga las dejas, no producen sino chivos. U N CATORCE Catorce versos forman los sonetos; catorce bardos con primor los hacen; catorce estrellas en la «Gruta» nacen que iluminan a incrédulos sujetos. Veintiocho veces escuché cuartetos �que en verdad, plenamente satisfacen a todos los poetas que aquí yacen esperando principie los tercetos. ¡Estoy con ellos! El temor me invade de improvisarlos ante Rivas Frade, Valencia y Gómez. ¡Me metí en la gorda! Mas... llegué al último. ¿Podré sacarlo? ¡Si no puedo, que vengan a acabarlo Julio Flórez, Restrepo y Soto Borda! D IEGO U RIBE FOTOGRAFÍA ¡Oh prodigio en la sombra realizado! ¡Oh de Daguerre la mágica invención! El perfil, por la lente proyectado, sobre el oscuro pliego preparado con su buril de luz, imprime el sol. Una máquina en mi alma llevo y siento que retrata los seres que no son: es la cámara oscura el pensamiento y el recuerdo el buril que graba lento en la placa sensible: ¡el corazón! ENRIQUE Á LVAREZ H ENAO inquietas y cambiantes, surge llena, POR ENTRE NUBES �cual pétalo de azucena de entre un prado de Violetas, la novia de los poetas; la que con rayos inciertos los hace soñar despiertos: la dulce y pálida luna, que al temblar en la laguna parece un sol de los muertos. CONTRASTES Dijo el rico al poeta: con mis bienes todos los goces conseguir pudiera, mi alma tiene vigor de primavera, sólo le faltan lauros a mis sienes. Con oro cambio en besos los desdenes, y hago brotar caricias por doquiera, mas con oro no compro ni siquiera, la mitad de las glorias que tú tienes. —Sí, glorias tengo –contestó el poeta– y llego al sol y al mar y a su borrasca; mi musa vive en prados y vergeles; pero hay noches que falta una peseta para prender la lumbre en la hojarasca de mis secos y efímeros laureles. JUAN CARLOS RAMÍREZ Invitando a tés sin taza derrocha Pedro su renta; y siempre al pobre le pasa que, aunque en gastar se propasa, �él solo cae en la cuenta. PARODIA DE JOSÉ ZORRILLA ¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada villa, era rica la morcilla y fantástico el licor? FEDERICO RIVAS FRADE PORQUE TIENES en los ojos unos girones de cielo, te busco como un consuelo de mi vida en lo enojos. Al verte mueren los duelos y florecen los abrojos, porque tienes en los ojos unos jirones de cielo. �Otra escena de La alcoholina. En esta aparecen: Clímaco Soto Borda, Enrique Martínez Salcedo, Roberto Merizalde, Roberto Vargas Tamayo y Arturo Quijano. Foto cedida a Ortega y Ferro por Guillermo Hernández de Alba. CONSOLATRIX AFFLICTORUM Ante el viejo retablo donde lloras, mi madre se postraba de rodillas, y lo mismo que en ti, vi en sus mejillas rodar el llanto en las amargas horas. Como un rayo de luz de dos auroras, de ella y del cielo en que sin mancha brillas, bajaba con mis súplicas sencillas la compasión que tú de Dios imploras. Muerta mi madre, en noches de amargura ante el cuadro a caer vuelvo de hinojos, y cuando el alma su oración murmura, �se aplacan de mi vida los enojos, porque al rogarte a ti, se me figura que ella me está mirando con tus ojos. FEDERICO MARTÍNEZ RIVAS ROSTRO de grata memoria es el tuyo, bella china, y vale más por su gloria que el de la Reina Victoria en una libra esterlina. O PINIONES DE UN IMPRESOR SOBRE CANDIDATOS PRESIDENCIALES Que sea de ruana o de leva, no importa mucho el equipo: yo lo que quiero es un tipo que resista bien la prueba. Que sepa justificar todo lo que traiga cuenta, y que cuando vaya a hablar no vaya mi hombre a sudar como otros, tinta de imprenta. Que con comidas y bailes no se deje seducir, y que sepa corregir de preferencia a los frailes. Cesante por largo espacio que no vaya a meter uña y que no sirva de cuña �a los hombres de palacio. Que no sea ningún chorote y que al Congreso convenza de que es preciso que vote una buena ley de prensa. Que no maneje incensarios y que con buenas maneras logre mandar a galeras a los tipos de breviario. En fin, que sea maravilla, que se sepa re-tirar y que no vaya a pasar por tipo de bastardilla. FRANCISCO RESTREPO G ÓMEZ RUMORES[1] Tras de las verdes colinas asoma la luna llena y con su nieve divina torna en honda cristalina las aguas del Magdalena. Se oyen rumores de orquesta sobre las altivas palmas respira amor la floresta y están las brisas de fiesta y están muy tristes las almas. Las almas como la mía, alegres y soñadoras, �viven en cruel agonía deshojando noche y día nostalgias abrumadoras. Y suenan voces perdidas parecidas a mis penas; son voces doloridas, sobre las aguas dormidas del hermoso Magdalena. LA HORA EXCELSA Hay en el libro de mi historia una hoja que tiene resplandor de estrella, y fue la noche que pasé con Ella al amparo de un cómplice, la luna. Hoy que con perspectivas malhechoras espesa nube mi horizonte asalta, por una nada más de aquellas horas yo cambiaría la vida que me falta. Y la cambiaría con amor profundo, porque sin ella en el revuelto mundo se me volvió el corazón pedazos; Y la cambiaría porque estoy sediento y porque ahora, como nunca, siento la infinita nostalgia de sus brazos. JULIO DE FRANCISCO A RAFAEL ESPINOSA G UZMÁN �Mecenas de hidalgo porte, caballero medioeval que derrochas tu caudal en la bohémica corte. La tolerancia es tu norte; la diversión tu elemento; tu preferido, el talento; tu único afán, la alegría y tu mayor ufanía dar de beber al sediento. EL BOGOTANO Correcto en el vestido; por su semblante nunca pasa una sombra de duelo insano: así va por las calles el bogotano, siempre fino y alegre, siempre elegante. Entre amigos y damas, luce el chispeante ingenio, que derrocha cortés y llano; y como es un modelo de cortesano, ama así… a la ligera: por ser galante. Al hundirse en el lecho tras el quebranto de una noche de danzas y de emociones, se apodera de su alma cruel desencanto, y mira, entristecido, por los rincones del oscuro cerebro, vagar, en tanto, deshojadas y mustias sus ilusiones. FRANCISCO V ALENCIA CAMARGO �LABIOS pequeños y rojos, tez de blancura de luna, crenchas de oscuros manojos, y tienes, niña, más ojos que una papa paramuna. POR UN CAPRICHO (SONETINO) Al desgranar tus oraciones en la apacible noche, van contaminadas por los sones del caramillo del dios Pan. Entre los amables copones de tu corsé de raso, están tus senos como dos gorriones que ya su bosque no verán. �En el lucir de tu pupila de neurasténica, rutila un fatigoso anochecer… Todo, porque una noche triste por un capricho desprendiste de tu corpiño un alfiler. ROBERTO MAC D OUALL EL CURANDERO Morales, –que tú de médico tienes– en vez de sacar los males lo que saca son los bienes... HUBO en la Recaudación un ave de mala pluma, que nada sabía de suma pero sí de sustracción. A UN MUCHACHO pervertido su padre una vez decía: —Ten juicio, mi hijo querido; y el muchacho se reía. —Yo por daños y perjuicios (exclamó el mozo infernal), tengo pendientes dos juicios fuera del juicio final… U N POEMA SIN FIRMA LOS EUCALIPTOS[2] �Reg ofrece por menú en este humilde piquete, mazamorra de rosquete sazonada con ají; chuletas con dobles tapas, chunchullos ensortijados, lomos con salsa estofados y un cerro enorme de papas; costillas de cerdo frito, una pierna de ternero y el rostro de un gran cordero con rodajas de palmito. En fin, en esta reunión, habrá por agua ordinaria la cerveza de Bavaria escanciada por sifón. Notas [1] Esta es la letra de un bambuco que interpretó y grabó en 1920 Carlos Gardel a dúo con Pepe Razzano. [2] Este poema no firmado es el menú de la fiesta de cumpleaños que en el piqueteadero Los Eucaliptos celebró Rafael Espinosa Guzmán, Reg, el 12 de octubre de 1901. �Clímaco Soto Borda. Dibujo de Leudo. �FRAGMENTOS DE DIANA CAZADORA Diana cazadora, publicada en 1915 y escrita por Clímaco Soto Borda, es la única novela que surgió de La Gruta Simbólica. Sin duda en estos fragmentos puede apreciarse el estilo irónico y juguetón de su autor. A LEJANDRO A COSTA, ARISTÓCRATA BOGOTANO HACE UN MES QUE ALEJANDRO ACOSTA volvió de Europa, donde permaneció dos años. Ha cambiado muy poco: algunas canas más en el bigote, fuera de las que echó al aire en París; le falta una muela que le sacaron en Londres y trae un poco menos de dinero… que le sacaron en todas partes. Por lo demás, sigue siendo el mismo de siempre, con su gesto desdeñoso, sus modales distinguidos, los surcos que en su semblante marcó el arado del fastidio, su andar tranquilo y su traje correcto, serio y cómodo. Jamás le ha ocurrido, aunque venga de muy lejos, convertirse en figurín ni abrazar la carrera del trapo. Enemigo de todas las tiranías, nunca ha sido, por su gusto, esclavo de su majestad la moda, no es ropólogo. Se viste porque no puede andar desnudo como un rosbif, y compra ropa donde se halle, lo mismo en Chía que en Nagasaki, pero no se encasqueta dedales en el cráneo ni cáscaras de avellana en los pies, ni somete su carne a las torturas de embutirla entre sacos de colorines para quedar apretado como un salchichón. BOGOTÁ, JE T’AIME UN MES DE BOGOTÁ lo tenía bogotanizado de nuevo, hecho a la vida cotidiana con todos sus defectos, con todas sus ventajas, con sus placeres fugitivos y su monotonía de ciudad sin oxígeno. […] Sin hacerse ilusiones, como buen hombre de mundo, sabía recibir con calma lo que da la tierra; sabía asimilarse los alimentos. Aplaudía los Del �Diestro, a Esperanza y a las Quiñones, sin comparar a aquellos con los Coquelín ni a éstas con Sarah ni con Eleonora Duse. No se amostazaba porque San Cristóbal fuera el mismo baño con sus lavanderas y sus artesanos, en vez de ser un Spa o un San Sebastián llenos de cocotasy parisienses. Daba gracias a Dios de no tenerse que hacer el inglés, como le sucedió en Liverpool y como les sucede a muchos naturales que regresan trabados, tartajosos, con patatús en la lengua y que andan a trancos cumpliendo citas imaginarias, oloroso a jabón Windsor y a humo de Londres… de Londres comprados en cualquier cigarrería. Al ver el río San Francisco, con sus cuatro lágrimas, le parecía muy corriente… que llorara y que no fuera el Sena. No se ponía bravo porque la calle de lás Véjares no sea la Rue de la Paix, ni la del serrucho el Boulevard des Italiens, ni el Pesebre Espina El Gimnasio o Los Bufos, ni El Fuerte de San Mateo el Moulin Rouge. ¿Por qué habían de ser la Plaza de Maderas, la Plaza de la Estrella, el Cucubo El Café Inglés, Patio Cubierto El Trocadero y Los Laches Maxims? ¿Por qué? Es probable que se hubiera aterrado, creyéndose loco, si se encuentra con El Arco del Triunfo en La Pila Chiquita, en la calle o Muladar Los Cachos El Boulevard Strasbourg, La Explanada de los Inválidos en el Llano de la Mosca, La Columna Vendomme en vez del mutilado Padre Quevedo y La Tour Eiffel en el Puente de los Micos… Esa no sería Bogotá, su Bogotá más querida mientras más pobre y triste fuera, como se quiere a la madre aunque sea una vieja sin dientes, llena de canas y sin una peseta. Raizal puro, abrazaba con efusión a sus amigos, encantado de que le hablaran en bogotano, y no llamaba los chicharrones cuir de porc rassuré, ni la chicha liqueur jaune, ni la mazamorra puré gris, ni el tiple petit contre-basse, ni el torbellino la danse du ventre. […] Sabía admirar, en cambio, «nuestros progresos»: el gas hasta las nueve, las mordazas a la prensa, las emisiones como cucharadas: cada media hora, el sediento acueducto, la mantilla, la ruana, la gallera, los toros, la filosofía de Balmes, el campaneo a toda hora, las comunidades extranjeras, la viruela, el tifo, la policía sereta, el chisme en grande escala, el púlpito político, los sermones, los buenos ejemplos, las muertes repentinas, el cadalso, la contratorragia, cuanto nos lleva a plazo de cangrejo a la sima de la civilización. �EL BAJO MUNDO DEL AJIACO Y LA EMPANADA ENTONCES, COMO DICE EL CREDO , descendió a los infiernos. Pero así y todo descansó, descansó como el que se muere, y hasta tuvo algunas satisfacciones que nunca se había soñado. Porque en el piso bajo, en los sótanos de la sociedad, allá donde es el reino del libertinaje y la miseria, vistos cara a cara como a buenos amigos; en ese mundo sombrío de los sacos verdes, las caras azules, los cuellos negros y los botines blancos; en ese mundo del tiple, del ajiaco y de las empanadas, que vive la vida de la noche y se agita como un hormiguero hambreado en las entrañas de Bogotá, Fernando fue recibido en triunfo, con alegría, como si al averno se cayera un santo de cabeza. Arrojado del Olimpo social, los salones de Plutón se abrían para él con su iluminación siniestra, sus músicas salvajes, sus bailes macabros, su ambiente mefítico y sus divinidades infernales. Muerto para el alto mundo, cubierto con una capa de olvido, renacía en los subterráneos de un mundo sombrío, de alimentos groseros, de bebidas impuras, de canciones libres en el imperio del vicio y del fango, donde los hombres son espectros sucios y grotescos y donde las mujeres, escuálidas, pintarrajeadas, histéricas y alegres, con una alegría enfermiza, parecen escapadas de las novelas de Zola. U N TRANCÓN EN EL PEQUEÑO MANCHESTER AL LLEGAR A LA ESQUINA de la calle trece se detuvo contrariado. No podía pasar, el camino estaba totalmente obstruido, como una barricada inmensa, por un carro del tranvía descarrilado, un milord de la Compañía Urbana que iba detrás, un landó destartalado que subía con su postillón de jipijapa grasiento y ruana mugrosa, y un enorme carro de la Empresa de Tracción que venía por la segunda Calle Real lleno de trastos viejos, cargado como un elefante de la antigüedad. Una parihuela que conducían dos mozos cinchados por los hombros, atestada de loza, se había detenido también, lo mismo que dos criadas que conducían una mesa de bronce llena de parásitas y camelias, y lo mismo �que una silla de manos, cuya cortinilla levantaba cada momento una garra y dejaba ver la cabeza de un viejo blanco, casi muerto, parecido a la estatua del comendador. El descarrilamiento paralizaba bruscamente la vida de aquel pedacito de Manchester. Los mozos de cuerda descargaban sus fardos; los dependientes que abrían en la calle bultos suspendían la tarea y se quedaban alelados con la pata de cabra y el martillo en la mano; los ciclistas paraban sus máquinas y se desmontaban; las mujeres veían el suceso a prudente distancia; los peatones se trancaban; los corrillos se abrían en alas, había gentes asomadas en los balcones y a las puertas de los almacenes. Una nube compacta de emboladores, policiales, vendedores de cigarrillos, viejas, mendigos, vagos, fámulas, cachacos y artesanos rodeaba al paciente, un enorme carro caído de medio lado como una casa en ruinas. Tranvía de mulas pasando por frente a la Tercera. Los pasajeros se bajaron para quitar al enfermo un peso de encima y quedaron únicamente en la última banca un ciego, un sacerdote y una señora que no podía hacer la gracia por motivos ajenos a su voluntad y que representaba peso y medio. �Dos mulas enclenques, exánimes como dos ratones tirando un buque, bajo una lluvia de azotes y de insultos, hacían esfuerzos sobremulares para sacar del atolladero al carro paralítico, su compañero inseparable. Por fin los conductores de otro carro que llegaba, los del carro enfermo, los postillones de los coches, los hombres de la parihuela, los de la silla de manos y algunos mozos de cuerda, una docena de hércules bogotanos reunidos bajo la presidencia de un policial de aspecto jupiteriano, después de una corta sesión deliberante, resolvieron meterle el hombro al armatoste. —Una… dos… tres… –gritó el presidente con la voz de Estentor. —¡Hmmm! –exclamaron los hércules al tiempo. ¡Nada! El carro quieto. —¡El otro! Una… dos… —¡Hmmm! El gigante de madera levantó las ruedas de atrás y se desplomó. Rejo a las mulas… Nada. El gigante había caído mal. Se hizo el otro esfuerzo y el carro quedó en su puesto. Un soplo de satisfacción corrió por la multitud. Todo el mundo sintió alivio, menos las mulas. Empezaba para ellas la danza macabra. Los pasajeros volvieron a montar: cuatro o cinco hombres de un salto y tres señoras con miedo y trabajo poniendo en vergüenza pública las pantorrillas gordas, de medias blancas y unas botas con tamañas orejas, como debieron ser las del rey Midas. Las pobres acémilas, después de otro baño de rejo y algunas excitaciones al estilo de Vizcaya, arrancaron echando los pulmones, y el carro siguió como por sobre rieles. Petit Manchester se puso de nuevo en movimiento. EN LA ESTACIÓN DE LA SABANA EL CORREDOR SE VEÍA LLENO de mozos de cordel transportando fardos, de granujas, de fruteras y de voluntarios con maletas y muchachos a las espaldas. Se atropellaban los pasajeros que salían con los que entraban. La taquilla era un hervidero de gentes y de manos levantadas en solicitud de tiquetes; los empleados vociferaban y corrían numerando bultos y registrando pasaportes. Señoras con niños de la mano, criadas con cestas y caballeros con sacos de viaje entraban sin resuello a coger el tren que había tocado atención. Se �oían despedidas y saludos, las manos se cruzaban, los cuerpos se estrechaban con efusiones de cariño y se alzaba en el aire un murmullo ensordecedor, dominado por los pitazos cortos de los monstruos de hierro que corrían afanados sobre los rieles, unos apagando su sed al pie de las grandes pipas de agua, otros atracándose de carbón. Se embarcaban soldados, caballerías y pertrechos y los oficiales se despedían de sus familias entre frases tiernas, lágrimas y sollozos. PELUSA DE LA PILA SALIÓ JOSÉ, luego fue Pepe y en el colegio lo llamaban Pepelazo y después Pelazo. Un profesor de lógica, que vio esa cara lechosa como una fruta vieja, le quitó el Pelazo y lo dejó Pelusa. Y Pelusa se quedó para siempre jamás. En cuatro años de trabajos forzados que pasó en el seminario aprendió cosas importantísimas: que el mundo había sido hecho, con hombres y todo, en seis días como unos botines; que a la primera mujer le encantaban las manzanas, que el hombre había empezado por ser de barro –pero le callaron que seguía siéndolo–, y otras muchas cosas que lo dejaron científicamente enterado acerca del principio fundamental de la vida. Apenas conoció la suma y la resta, le enseñaron a leer muy mal, a escribir peor, pero, en cambio, ayudaba a misa correctamente. La multiplicación ni la entendió ni la practicó nunca, por falta de socio, y en cuanto a la división no pudo aprenderla aunque mucho lo deseaba por aquello de dividir para reinar. Supo también que Noé «se las amarraba», lo que le producía mucha risa; que Josué paraba el sol como un reloj; que Moisés sacaba agua de los cerros como el señor Jimeno; que los israelitas comían maná, una cosa que él se figuraba como maní; que la mujer de Putifar era una condenada y José un zoquete que no quería hacerle caso; que David era un fregao que tiraba piedra divinamente y tocaba casi como el Chato Melo; que Salomón tenía setecientas mujeres, lo cual debía costarle un gran trabajo, sobre todo los viernes, días de mercado; que en Egipto había siete plagas insoportables, no como ahora, tan sabroso, que hay chicharrones. Y algo del Nuevo Testamento, del cual vivía averiguando en qué notaría estaba protocolizado; que La Magdalena fue terrible en sus mocedades, �que San Pedro era un chilletas y Judas un policía secreto. Luego otras cosas muy útiles como decir tambor en latín y despedirse en inglés. […] D IANA AQUELLA MUJER SE LLAMABA ADRIANA , Adriana Montero. Era tolimense, de genio alegre, avispada y con puntas de literata. Su literatura, extraída de los periódicos y los almanaques, de un tomo de La Comedia Humana, de Balzac, El Conde de Montecristo y toda la biblioteca de Démi Monde, hervía como el mosto en su cerebro y destilaba ideas extravagantes sobre un corazón frío y ambicioso, hecho ex profeso en los talleres del vicio y del cálculo. Sabía rasguear el tiple, cantaba bambucos tristes de tierra caliente con voz de hombre y bailaba un baile parecido al de los osos de los gitanos. Vino a Bogotá no se sabe bien de qué punto, como tampoco quiénes la echaron al mundo ni con qué objeto. Trajo la historia de su vida, milagros y peripecias forjadas con maestría. Era una odisea curiosa. Comenzaba como un cuento de Arcadia; luego venía Lamartine con algunas noches de luna, ilusiones, esperanzas, fuentes, flores y pájaros, en un hogar incógnito del que nunca pudo decir si fue la criada o la señora. En seguida escenas románticas de Romeo y Julieta, en las que era la Julieta de un Romeo silvestre que ejercía en el pueblo de al lado las elevadas funciones de campanero. La historia se animaba de repente con un pasaje de la Sonámbula: Adriana era una Adina, una sonámbula que pasaba muy despierta, no ya un «puente sobre el abismo», sino una puerta de golpe, y se metía en una granja donde el campanero la esperaba para tocar a fuego a cuatro manos. Después algo de El Trovador sin envenenamiento, por supuesto. El alcalde del pueblo, hecho conde de Luna, mete en chirona a los enamorados y quiere apoderarse a viva fuerza de los encantos de aquella Leonor improvisada. Los auxilios de Walter Scott se presentan y aparece Lucía de Lammermoour con su locura en que Adriana canta a moco tendido el rondó de sus amarguras, mientras el campanero dobla y más dobla. […] Adriana pasa las verdes y las maduras: sola por los caminos, bajo la lluvia, bajo la noche, bajo el sol caldeante, azotada por el frío, abrasada �por el calor, mordida por el hambre, rendida por el sueño, sin un amigo, sin un lecho, sin un pan, pero con un hijo, con un muchacho enclenque, calenturiento, que llora mucho con voz de campana, única herencia de su padre. Es bautizado Manuel, en memoria del señor alcalde, cuyo hijo se escapó de ser, y acaba por llamarse Manolo. Por fin cayó Adriana a Bogotá, «refugio y amparo de desesperados», como dijo Cervantes de la América. Con su Manolo colgando, muerta de hambre, perdida y casi desnuda, iba por esas calles de San Agustín cuando tropezó providencialmente con doña Celestina. TRES FRAGMENTOS POLÍTICOS 1) Bajo la tupida tela de araña que forman los hilos telefónicos, como perdido en un bosque, en medio del parque de Bolívar, el Libertador, estático, meditabundo, viviendo su vida de bronce, entregado a recuerdos gloriosos, arruga la frente y abre los ojos en lo oscuro. Trata acaso de descubrir a Mosquera tras de las columnas desnudas del Capitolio, para invitarlo a que descienda de sus irrisorios pedestales, a que vayan luego a hacer bajar a Santander, y que los tres Libertadores, empuñando sus espadas vengadoras, arrojen a los mercaderes del templo de la república. 2) Alejandro se acercó al estante de los libros, envueltos en la sombra. Lo examinaba con aire distraído, contrayendo la vista y agachándose para observar mejor; ya enderezaba los volúmenes, ya pasaba los dedos por los caracteres de los títulos. Sacó un libraco en rústica y después de leer el rótulo le tiró con desdén. Era la Constitución. —Pronto se podrá –dijo– destinar esto a otros usos. Pronto este aparato de tortura será inconstitucional. ¡Ya huele! 3) Entraron al correo hablando de política. No había noticias de la guerra que merecieran la pena. Todo el mundo estaba en expectativa. El periódico del gobierno hacía equilibrios sin saber qué decir, ocupado en inventar fórmulas nuevas para denigrar a los liberales y aplicándole inyecciones de éter al cuerpo moribundo de la Regeneración. La revolución tenía que triunfar. Era inevitable y justo: el movimiento armado representaba ideales, principios. Era el producto de las amarguras de quince años. �Alejandro compró unos sellos de correos y leyó un cartel de la dirección general: las cartas debían enviarse abiertas. A LA SOMBRA DE LAS BOGOTANAS EN FLOR LA MISA DE DIEZ Y MEDIA en Santo Domingo había terminado. El parque se llenaba de muchachas divinas, hermosas, regulares, feas, horribles, grandes, chicas, flacas y gordas… y las llamadas buenos partidos. Arrebujadas en sus mantillas, de crespón o de merino, hacían vibrar sus carcajadas como un repique de gloria y daban revoloteos entre los árboles y los escaños como golondrinas que mojaran en luz y en aire sus plumas tornasoladas. Se regaban en grupos mezclándose con las otras, semejantes a mariposas bajo las sombrillas de colores con sus capotas claras y sus guantes de ocho botones. Hablaban todas a un tiempo y se agitaban inquietas como preparando el vuelo. El parque parecía una gran pajarera. Elegantes damas bogotanas de comienzos del siglo XX . �SILUETAS PARLAMENTARIAS Siluetas parlamentarias fue una colección de perfiles que Soto Borda, con el seudónimo de Casimiro de la Barra, publicó en 1896. Seleccionamos tres de estos esbozos biográficos para la presente edición. RAFAEL U RIBE U RIBE ÚNICO MIEMBRO DEL CONGRESO que pertenece al Partido Liberal. «Uno contra sesenta», decía él mismo en su primer discurso en la Cámara de Representantes. Fisionomía simpática; línea pura y actitud severa, aunque suele moverse mucho, y a veces sacude ambas manos como si las tuviera humedecidas. Su voz fina y sonora, con un poquillo del dejo antioqueño, tiene todas las tonalidades, desde la grave con que hace desconcertadora interrupción, hasta el agudo grito, de timbre metálico, con que nos habla entusiasmado de Cuba libre y sus héroes homéricos, pasando su voz por el tono intermedio con que pide la palabra, o contesta a sangre fría una agresión, o cuenta intencionado chascarrillo. Su discurso es ariete formidable. Él, como Murat, en el caballo de su elocuencia persigue objeto determinado que busca de todos modos, pero se abre paso con el látigo. Va repartiendo tajos y mandobles a cuantos se le atraviesan, hasta dar de lleno con el argumento o el sofisma contrario, el cual tritura y muestra al público hecho trizas. Cuando no convence, entusiasma; cuando no se le quiere, se le admira; cuando se le odia, se le teme también. Procura hacer justicia a cada cual; rara vez hiere; y con su asombrosa percepción y su agilidad felina atrapa en el aire toda frase suelta, todo concepto, toda revelación para sacar partido y salir avante, cosa que de continuo logra. Lo tachan algunos de arrebatado. Quizá tengan razón. Otros hablan de su audacia inconcebible. Puede ser… ça depend! Terror de representantes espurios y de diputados de «dudosa ortografía», es cosa de verlo, cuando trata de elecciones, cómo se debate en su curul y lee documentos y fes de bautismo y periódicos, y hace cargos y descargos; �cómo execra el fraude electoral y cómo pone de oro y azul a jueces de escrutinio, jurados, juntas eleccionarias, gobernadores y otras yerbas. Rafael Uribe Uribe Y es cosa de verlo también cuando, severo e imponente, habla de la desgraciada Cuba y de su necesaria independencia. Aquel hombre se transforma, su rostro se ilumina con los fulgores de la libertad; su mano, puesta en alto, parece que quiere arrancar al cielo un rayo de justicia para la Estrella Solitaria, y sus labios piden a las generaciones futuras el bronce para Maceo y Gómez, la gloria para Céspedes y Martí y la apoteosis de los siglos para sus heroicas legiones. Su concepto es rayo deslumbrante y su palabra trueno poderoso, cuando para terminar su discurso, grita a pleno pulmón: «¡Viva Cuba libre!» La sangre fría del señor Uribe Uribe es pasmosa. Lo hemos visto explicar un cargo terrible, con la sonrisa en los labios, y los asuntos de carácter peliagudo los resuelve afuera por otros medios. Dígalo su último duelo. Las hojas están frescas aún para que nos detengamos en este asunto. A pesar de todo y de sus indisputables méritos, es de sentirse que el doctor Uribe Uribe no esté más maduro. Procede como un hombre de veintidós años. Su fogosidad puede serle nociva. ¡Sería doloroso; hoy sobre todo, cuando la serenidad se impone en presencia del problema �supremo que Colombia tiene al frente: los ominosos tratados con Venezuela! Pero ¿por qué temer? Rafael Uribe Uribe, en esta ocasión, como en ninguna otra, sabrá poner de relieve sus altísimas dotes de hombre público, su carácter de granito, su espíritu sano de patriota convencido y sin tacha, y sus facultades envidiables de hombre de acción, cuando el caso llegue. Por hoy mis más sinceras felicitaciones por su gigantesca y acertada labor parlamentaria que lo ha engrandecido ante el país y ante sus copartidarios, en el año de desgracia de 1896, con el ítem de un efusivo apretón de manos. 30 de diciembre de 1896 MARCO FIDEL SUÁREZ —¿HAN MONTADO ustedes en bicicleta? —En ocasiones. —¿Han patinado ustedes? —También… cuando los tiempos de Bolívar Skating Ring. —¿Han viajado en tren expreso? —Naturalmente. —Con todo, no tienen ustedes idea del deslizamiento, si no han oído a D. Marco F. Suárez. Su fisonomía es severa, sus facciones echadas a la cara en lamentable desorden, y su frente ancha y exangüe, que revela al hombre de estudio; habla con el dejo particular de los hijos de la montaña –es antioqueño–; tiene mirada torva y mímica que nada dice. Su voz, puesta en tono de capilla, va como por sobre rieles, sin tropiezos, cambios ni descarrilamientos, como sucede, verbigracia, a los tranvías y a tantos honorables, que se dan en sus oraciones las siete caídas… muchos para no volver a levantarse. Ítem más: D. Marco Fidel, hombre maduro, es sereno en sus discursos y no lleva, como otros, «de cuyos nombres no quiero acordarme», no lleva a toda hora el carcaj de la recriminación atestado de flechas. Por eso el doctor Uribe, a usanza de antiguos caballeros, lo escogió entre los sesenta, para medir con él sus armas en lid franca. Si acertó o no acertó en su �elección el Representante liberal, lo dirán los Anales de la Cámara y Dios, «fuente suprema de toda autoridad». Yo sé poco de estos achaques, pero se me antoja que el señor Suárez, no es exactamente lo que se llama un orador parlamentario, aunque habla bien casi siempre, aunque perora tendido, aunque ameniza la cosa con anécdotas saladas y aunque explota las letras y la filosofía. La verdad, no me gusta tanto en una Cámara discutiendo presupuestos o votando recompensas, como pienso que me gustaría, a pesar de su tomismo, casuismo, venezolanismo, anticubanismo y otros de peor terminación, escuchar de sus labios conferencias de dialéctica en una Universidad, o discursos empapados de gramática (¿parda?) en algo como un Ateneo. * Pero este señor es una maravilla, dirán ustedes. No tanto: vamos por partes. El señor Suárez, en materias políticas, es de la cáscara amarga, una especie de Luisa Michel con barbas, en otra forma y en otro campo, uno de los «al liberal contra una esquina». Hierve en él la pasión política a la manera en que en el pecho de un poeta chirle, la pasión amorosa: como puchero a todo vapor. Creo, como un carbonero, en la palabra del señor Suárez, y por esa razón, aunque no lo he visto, estoy cierto porque él lo declaró en plena Cámara, de que en aquel artículo que armó con tanta grita, no está la voz exterminio aplicada a los liberales; pero también creo, y esto nadie se lo quita a nadie del meollo, que fuere el que fuese el vocablo allí empleado, el espíritu que informó (así se dice ahora) al honorable Representante, fue exactamente el mismo que todos le atribuyeron, es decir: hay que acabar con el liberalismo, como quién dice: ¿Leoncicos a mí? Al hacer el señor Suárez tal declaración, agregó que aquello nada tenía que ver con las personas y sí mucho con las ideas. Peor que peor. Las personas no importan nada, ellas pasan, y se acabó, ¿pero la doctrina? Exterminar una idea… vaya, que poco le pide el cuerpo. Y podrá decirnos quien tal dijo, ¿cómo se podría lograr eso? Aquí de D. Vicente Montero y sus inventos maravillosos. Más que en nadie es extraño esto en un hombre como el señor Suárez, formado para las nobles luchas del pensamiento. En buena hora que un machetero lo diga, como ya lo dijo, pero que salga con esas todo un pensador, un filósofo, un… etc., «cosa es de volverse loco». �Y ahora pregunto: Si sólo por acatar este deseo del señor Suárez, las tales ideas desaparecieran de la escena, ¿qué haría él? Volver a la vida privada, es claro. Y si anticipándose las mismas a los gustos del mismo señor, no las hubiera hallado él cuando vino al mundo, ¿no es verdad que sin tener contra quién combatir y cómo mostrar sus habilidades, el señor Suárez no hubiera sido ni Ministro, ni Representante, ni Presidente de la Cámara, ni ministril en el desgraciado asunto de los tijeretazos al mapa colombiano? Cuando mucho, hubiera llegado a Académico y pare de contar. Una advertencia para terminar. Si un día de estos amanece muerto el liberalismo a la vuelta de una esquina, la policía, en presencia del «cadáver del difunto», deberá prender sobre el humo a D. Marco Fidel Suárez como sospechoso, y quienes conozcan luego del asunto deben clasificar ese atentado entre los delitos pasionales, tan en moda hoy. Si en sus discursos no descarrila, ni se da las siete caídas, catorce se da como político, y como diplomático no se diga: esta vez ha rodado como un fardo. Miren que ser autor, auxiliador, cómplice y defensor del delito de mutilación de nuestro territorio; pedir a gritos el exterminio de una de las fuerzas vivas de la Nación –el liberalismo–; tratar de oponerse como un muro a la libertad de la hermosa Cuba; odiar tanto; cerrar los ojos a toda luz, y por último declarar que no le importa un comino la opinión pública, forman un catálogo de errores que envidiaría Satanás para perder el mundo, pues ellos valen más que «sus uñas, y sus pezuñas, y su enorme cola –como una estola». Si siguen estas misas, un día –«que Dios borre del tiempo»– cuando, por los regalos a los vecinos, nuestra pobre tierra se estreche más que las miras de sus desmembradores, estos, quizá en las puertas de la tumba, porque «ni fortaleza de piedras es su fortaleza, ni su carne es de bronce», acaso arrepentidos volverán con angustia los ojos al pasado; entonces será tarde por aquello de «me buscaréis y no me hallaréis y moriréis en vuestro pecado». ¿Ya ve D. Marco que también sé biblia? Pero no se aflija. ¡Firmes, Cachirí! Aún es tiempo. Vuelva al surco, y dentro de dos años, salga lo que salgare, póngase usted en sus trece, descienda un instante de las angélicas regiones y piense un poco más en la patria. �Si así no sucede, será usted patagón, selenita, habitante de Babia, de las Batuecas, o de los dominios de Santo Tomás… ¡De aquí no! G UILLERMO V ALENCIA BIEN TENGO QUE COMPONÉRMELAS para hablar como debo del Benjamín de la Representación Nacional, de Guillermo Valencia, del «menor», como él mismo se bautizó, del inteligente joven, tan bien dotado para la lucha por la vida y tan estimado de güelfos y gibelinos. ¿Le conocéis? Delgado, ni alto ni bajo; pálido, de palidez de cera; cabello en ondas; ligero bozo oscuro, con las guías retorcidas; negros ojos, inquietos, de mirada escudriñadora y penetrante, nariz fina, labios apretados, manos perfiladas y blancas, de persona bien nacida; continente, si nada marcial, distinguido, y movimientos nerviosos. Con voz un tanto hueca y temblorosa, de timbre sonoro, colocado correctamente y apoyando sus dedos índices de alambre sobre el pupitre, echa a vuelo sus discursos, meditados todos, todos bien cortados, y haciendo relucir en ellos las prendas que lo distinguen, cuales son su instrucción sólida, su prodigiosa memoria, su recto juicio, su criterio sano, su visión perspicua, su espíritu altivo, alejado de las rancias preocupaciones de su escuela y de toda idea de exterminio, y aquella moderación exquisita, que hace que nunca se le oiga una frase hiriente, ni un concepto que choque con la buena educación parlamentaria. Salpicadas van de citas sus oraciones (memoria y erudición), y si bien es verdad que al principio se excedió en aquello y brotaron de sus labios muchos nombres de personajes de Francia, Roma y Grecia, no es menos cierto que él pasó a convencerse de que la oratoria moderna, ni tiene esa forma, ni en ella se usa declamar, y que luego razonó fino, fascinó por el concepto y por la dicción, mostrando con ello que, aunque todavía no es un orador de vuelo, hay en él el germen fecundo de un verdadero tribuno. Ha dado en la Cámara notas muy altas. En la famosa proposición de simpatía a los patriotas cubanos, unido al señor Rufino Cuervo Márquez, acompañó al doctor Uribe Uribe, y supo dar el sí sostenido de pecho… de un pecho en el que palpita un corazón joven, amigo de la libertad santa. Aquellas tres notas, las únicas que entonces se oyeron, que no fueron notas de cabeza, repercuten aún, vibrantes y hermosas, en los oídos de �cuantos ansiamos ver rotas las cadenas que oprimen aquella Isla desgraciada, pero grande y heroica. El 20 de Julio, en Junta preparatoria, actuó Valencia como Secretario ad hoc, y desde los primeros momentos el público y la Cámara se encariñaron con él. Esta, por lujosa mayoría, lo hizo su segundo Vicepresidente, y aquel le otorgó sin reserva su simpatía y sus aplausos. Más tarde el doctor Uribe, en proposición que armó la gorda, pidió el cumplimiento de la ley, y por ende la declaratoria de que Valencia carecía de la edad requerida (veinticinco años) para ser Representante. La Cámara no accedió a ello, y saltando por cima de los muros legales, declaró al menor miembro de su seno. Lo cual significa, y en ello está acorde el doctor Uribe, que si Guillermo Valencia no es por la ley Representante, moralmente, y por más de un título, es digno de ocupar el puesto que ocupa. Escritor, es bien conocido como hombre de notable erudición, estilo correcto, brillante las más de las veces, y de poderosa imaginación; Poeta, correcto también; íntimo amigo de lo moderno, pero de lo moderno de buena ley; Periodista, serio y conocer del género; ahora redacta El Siglo con Guillermo R. Calderón; Filósofo, de filosofía deliciosa; Político, en gestación para mucho; Amigo, inmejorable; y Orador, lo dicho. Querer y admirar a Guillermo Valencia no es gracia: sería una hiena quien, después de tratarlo, no lo quisiera, y algo como un tonto o un obcecado quien, después de estudiarlo, no lo admire. Hasta luego, mi D. Benjamín. �� Dublin Core The Dublin Core metadata element set is common to all Omeka records, including items, files, and collections. For more information see, http://dublincore.org/documents/dces/. Title A name given to the resource Libro al viento Description An account of the resource Libro al Viento es un programa de fomento a la lectura que busca transformar las canales y lugares habituales de circulación del libro y la literatura. Se trata de salir al encuentro de posibles lectores en espacios no convencionales como parques, transporte público, salas de espera, plazas de mercado, centros penitenciarios, hospitales, entre otros, y de posibilitar una circulación alternativa del libro: los ejemplares son un bien público, por ello se espera que, una vez leídos, se dejen libres para que otros lectores puedan disfrutarlos. El programa fue creado en el 2004; desde entonces y hasta la fecha, se han publicado 116 títulos de literatura universal latinoamericana y colombiana, canónica y no canónica, y para diferentes grupos etarios. <br /><br />Para más información, es posible visitar el <a href="http://www.idartes.gov.co/es/programas/libro-al-viento/quienes-somos" title="Más información sobre Libro Al Viento" target="_blank" rel="noreferrer noopener">sitio web de Libro al Viento en la página de IDARTES.</a> Libros Las digitalizaciones de libros también se incluirían en este apartado a pesar de ser estrictamente imágenes Dublin Core The Dublin Core metadata element set is common to all Omeka records, including items, files, and collections. For more information see, http://dublincore.org/documents/dces/. Title A name given to the resource La gruta simbólica Creator An entity primarily responsible for making the resource García Ángel, Antonio (editor) Subject The topic of the resource Cuentos colombianos Description An account of the resource En Bogotá "La Gruta Simbólica" se convirtió en la representación del movimiento artístico y sociológico de la "La Bohemia" en Colombia, una tertulia que influyó de manera notoria en las artes, literatura y política nacional. La edición incluye diversos textos de los participantes de esos encuentros Table Of Contents A list of subunits of the resource. La cofradía más risueña, Antonio García Ángel. Página 7 Gruta simbólica. Página 14 Chispazos, Jorge Pombo y Clímaco Soto Borda. Página 20 “La Semana”, 28 de agosto de 1903, Por Rafael Espinosa Guzmán. Página 27 ¿Por qué lloraba? y ¡Qué suerte! (¿Qué haría con la casa?), Julio de Francisco. Página 35 20 de julio en Zipaquirá. Página 39 Selección de poemas. Página 44 Julio Flórez, Clímaco Soto Borda, Ignacio Posse Amaya, Jorge Pombo Ayerbe, Diego Uribe, Enrique Álvarez Henao, Juan Carlos Ramírez, Federico Rivas Frade, Federico Martínez Rivas, Francisco Restrepo Gómez, Julio de Francisco, Francisco Valencia Camargo, Roberto Mac Douall Un poema sin firma: “Los eucaliptos” Fragmentos de diana cazadora, Clímaco Soto Borda. Página 61 Siluetas parlamentarias, Clímaco Soto Borda. Página 70 Publisher An entity responsible for making the resource available Instituto Distrital de las Artes (Bogotá) Format The file format, physical medium, or dimensions of the resource PDF Extent The size or duration of the resource. 77 páginas Identifier An unambiguous reference to the resource within a given context ISBN: 9789588898445 Language A language of the resource spa Spatial Coverage Spatial characteristics of the resource. Bogotá (Colombia) Access Rights Information about who can access the resource or an indication of its security status. 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