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���Alcaldía Mayor de Bogotá
LUIS EDUARDO GARZÓN, Alcalde Mayor de Bogotá
Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte
MARTHA SENN, Secretaria de Cultura
VÍCTOR MANUEL RODRÍGUEZ SARMIENTO, Director de Arte, Cultura y Patrimonio
ANA RODA, Coordinadora Bogotá Capital Mundial del Libro
Secretaría de Educación del Distrito
FRANCISCO CAJIAO, Secretario de Educación Distrital
MARINA ORTÍZ LEGARDA, Subsecretaria Académica
ISABEL CRISTINA LÓPEZ, Directora de Gestión Institucional
ELSA INÉS PINEDA GUEVARA, Subdirectora de Medios Educativos
ROBERTO PUENTES QUENGUAN, Dinamizador Plan Distrital de Lectura y Escritura
© De esta edición: Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte, 2007
www.scrd.gov.co
Bogotá, noviembre de 2007
Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin permiso del editor
ISBN 978–958–8321–15–8
Asesor editorial: Julio Paredes Castro
Coordinadora de publicaciones: Diana Rey Quintero
Diseño gráfico: Olga Cuéllar + Camilo Umaña
Armada eBook: eLibros Editorial
�CONTENIDO
CUBIERTA
LIBRO AL VIENTO
PORTADA
CRÉDITOS
INTRODUCCIÓN
EL LIBRO DE MARCO POLO
PRÓLOGO
AQUÍ EMPIEZA EL PRIMER LIBRO
AQUÍ EMPIEZA EL SEGUNDO LIBRO
AQUÍ EMPIEZA EL TERCER LIBRO
�INTRODUCCIÓN
Más allá de presentar un ameno relato de viajes, el libro escrito por el
comerciante y viajero Marco Polo de Venecia (1254-1324) tuvo dos propósitos
fundamentales. El primero cumplir con un papel político y religioso, llevando a
los emperadores de los reinos occidentales y a los pontífices de la iglesia católica
noticias sobre los imperios de algunas regiones orientales y sobre sus soberanos.
Para los estados occidentales resultaba de vital importancia saber hasta dónde
era posible extender y ejercer sus poderes frente a unos imperios que, ya desde
aquellas épocas, se consideraban misteriosos, inalcanzables y, sobre todo,
amenazantes para la tranquilidad y la seguridad del mundo occidental; escenario
que daría origen, entre otras cosas, a las Cruzadas.
Marco Polo viaja, además, en un momento histórico estratégico para la
política europea: los terribles mongoles, o los tártaros como los llama él en el
libro, aquellos guerreros de Gog y Magog de los que la Biblia aseguraba
invadirían y destruirían la civilización católica occidental, podrían convertirse en
potenciales aliados de los europeos para combatir un poder aún más terrible y
peligroso: el reino del Islam. Y no existía nadie más importante para esta alianza
que el Gran Kublai Khan, emperador de quien Marco Polo se convertirá en
embajador durante más de quince años.
El segundo propósito, simultáneo al primero, fue el de redactar un libro que se
convirtiera en una especie de manual y una guía de supervivencia para los
múltiples navegantes, mercaderes y comerciantes, que empezaban a aventurarse
hacia el Oriente, siguiendo las famosas rutas de la seda y de las especias. Marco
Polo se propuso así armar un relato detallado, exhaustivo y preciso sobre los
itinerarios posibles, la geografía, las costumbres, las prácticas religiosas, los
productos, los animales, los comercios, los peligros y “las maravillas”, con los
que se encontrarían todos aquellos que decidieran internarse por estas regiones
casi inexploradas.
Regiones que abarcaban territorios de Turquía, Persia (Irán e Irak), Armenia,
Afganistán, Indochina, el Tíbet, India, Ceilán, Rusia, Siberia, parte del litoral
africano hasta Etiopía, y, por supuesto, China, centro del imperio de Kublai
Khan. Quizás debido a esta multitud incontable de provincias, ciudades, aldeas,
desiertos, ríos, etc, por los que viajó durante veintiséis años, Marco Polo quiso
�también subtitular su libro la “Descripción del mundo”.
La aventura de Marco Polo tuvo, por otro lado, causas en las que se
combinaron el azar y la herencia de un destino prefijado. Tanto su padre, Nicolo,
como sus dos tíos, Marco “el viejo” y Mafeo, ya se habían establecido como
comerciantes en la ciudad de Constantinopla desde hacía varios años, y se
habían internado por los territorios tártaros del Gran Khan siguiendo varias rutas
comerciales. Marco relatará en su libro las peripecias del viaje de regreso de su
padre y su tío Mafeo a Venecia desde la corte de Kublai Khan, quienes no veían
a la familia desde tiempo atrás. Cuando llega a Venecia, Nicolo se entera de que
su esposa ha muerto y que su hijo, Marco, tiene quince años. Como han hecho la
promesa solemne de regresar donde el Gran Khan, los Polo, esta vez
acompañados por Marco hijo, emprenden la ruta de regreso en el año de 1269. Y
será la descripción de esta ruta, con los años de estadía donde Kublai Khan, y de
su viaje del retorno definitivo a Italia en 1295, el tema del libro de Marco Polo.
La redacción de este libro no resultó ser menos inesperada que los avatares de
sus prolongados viajes. En el año de 1298, Marco Polo cae preso y es
encarcelado por lo genoveses. Allí, para sobreponerse al tedio y el infortunio,
decide dictar los recuerdos de sus andanzas a un compañero de celda,
Rustichello de Pisa. Tal vez por tratarse de un portentoso esfuerzo de memoria,
debido a lo detallado que resultará después el libro, Marco Polo advierte y
asegura constantemente al lector que todo lo que cuenta y describe es verdadero.
A ese interés verídico se sumaría otro de los múltiples propósitos secundarios de
su narración: desmentir, desde una observación directa, y hasta cierto punto
científica, algunas leyendas que subsistían en la imaginación europea sobre
Oriente, como el caso de los unicornios transformados en rinocerontes, para
nombrar sólo un ejemplo emblemático.
Sin embargo, Marco Polo confirma, al mencionarlos en su libro, que él
tampoco podía dejar de tener fe en ciertos relatos legendarios que sustentaban las
creencias religiosas de su tiempo, como la montaña donde se encontraba el Arca
de Noé, el Árbol Seco que se mencionaba en el Antiguo Testamento, el sepulcro
de Adán, o el fabuloso emperador Preste Juan, descendiente de los Reyes
Magos; como tampoco dudar de leyendas aún más fantásticas y diversas como la
de los hombres con cola de mono o cabeza de perro, o las ochenta y cuatro
encarnaciones de un dios (Buda), o la existencia de los terribles pájaros Roc que
podían elevar elefantes por los aires, los mismos monstruos que vio Simbad en
Las mil y una noches. De ahí que, a pesar de ser en su gran mayoría un recuento
verosímil y verificable, su libro haya terminado por llamarse El libro de las
�cosas maravillosas de Oriente.
Marco Polo no fue el primero ni el último de los narradores de Oriente, pero
sin duda su libro fue uno de los más influyentes para la imagen que Occidente se
creó de ese “otro” mundo. Cristóbal Colón llevó en sus viajes un ejemplar del
libro cuando se dirigía hacia la fabulosa Cipango, aquel reino en el que Marco
Polo, en su descripción, creaba el antecedente de El Dorado, esa otra leyenda
que obnubiló a los siguientes navegantes que cruzaron el Gran Mar.
Recuerden los lectores de este Libro al viento que Marco Polo sólo quiso que
lo relatado fuera verdadero, pero como afirmó alguien en El Quijote “la mentira
es mejor cuando más parece verdadera”.
��PRÓLOGO
Yo, Marco Polo, habitante de Venecia, voy a contar en este libro las cosas
maravillosas que vi del mundo, especialmente de las regiones de Armenia,
Persia, India y Tartaria, así como de otras muchas regiones lejanas. Estas
historias las escribí estando preso en la ciudad de Génova en el año de 1298, las
dividí en tres partes, y todo lo que vi y otros me contaron es verdadero. Cuando
el príncipe Balduino reinaba en la ciudad de Constantinopla, en el año de 1250,
mi padre Nicolo y su hermano, mi tío Mafeo, de apellido Polo, habitantes de la
ciudad de Venecia, se embarcaron en una nave cargada de riquezas y mercancías,
y pusieron rumbo a Constantinopla, con viento favorable y bajo la bendición de
Dios. Una vez llegaron a Constantinopla, zarparon de nuevo y llegaron a la
ciudad Soldanía. Desde allí fueron a la corte de un rey de los tártaros, llamado
Berca Khan a quien le ofrecieron todos los regalos que llevaban; y él, por su
parte, los acogió y también les dio ricos y más valiosos regalos.
Después de un año de estar allí quisieron volver a Venecia, pero estalló una
nueva guerra entre este monarca y otro rey de los tártaros. Por esta razón, no
pudieron volver a su patria por la ruta anterior, y tuvieron que cruzar un desierto
donde no había ciudades ni aldeas, hasta que llegaron a una ciudad llamada
Bucara, la más importante de Persia, en la que gobernaba un rey de nombre
Barach. Allí vivieron tres años.
Entonces llegó a Bucara un mensajero del gran rey de los tártaros, llamado
Kublai Khan y al ver que hablaban muy bien la lengua tártara, se alegró
sobremanera, porque nunca había visto otros hombres latinos, y los invitó a que
fuesen con él ante el gran rey de los tártaros, prometiéndoles que obtendrían
muchos honores. Los dos, como sabían que no podrían volver a su patria sin
peligro, emprendieron el viaje con el mensajero bajo la protección de Dios, en
�compañía de unos criados cristianos que habían traído de Venecia. Después de
un año de viaje, por causa de las nevadas y las crecidas de los ríos, llegaron ante
el gran rey de todos los tártaros y todo lo que vieron durante esta travesía será
descrito más adelante en este libro.
Cuando por fin llegaron, el rey, que era muy amable, los recibió con alegría, y
les preguntó muchas cosas sobre las regiones de Occidente, sobre todos los reyes
y los príncipes cristianos, sobre las costumbres de los latinos, y, por encima de
todo, por el Papa de los cristianos y el culto de la fe cristiana. Los dos hermanos,
que eran hombres muy prudentes, respondieron a cada pregunta, de tal forma
que el rey Kublai Khan ordenó que los llevaran todo el tiempo a su presencia.
Un día el Gran Khan les rogó a los dos hermanos que regresaran donde el
Sumo Pontífice de los cristianos para que le enviaran a cien buenos cristianos
que le enseñaran si era verdad que la fe de los cristianos era la mejor de todas, y
que los dioses de los tártaros eran demonios, y que ellos y los demás orientales
estaban engañados. Los hermanos contestaron que cumplirían su voluntad, y el
rey ordenó escribir una carta al Papa. También mandó que les entregaran una
chapa de oro para poder recorrer todo su reino sin peligro. También les encargó
el rey que, a su vuelta, le trajesen aceite de la lámpara del Sepulcro de Nuestro
Señor Jesús en Jerusalén. Emprendieron entonces el regreso, pero tardaron otros
tres años hasta llegar a la costa y embarcarse hacia Venecia, en el mes de abril
del año de 1269.
Cuando llegaron se enteraron de que el Papa acababa de morir, y les
aconsejaron que esperaran a que nombraran un nuevo Pontífice antes de volver
donde el gran rey de los Tártaros. Navegaron hacia Venecia para ver a sus
familias. Allí, mi padre Nicolo encontró que mi madre había muerto, y que tenía
un hijo llamado Marco, con quince años de edad. Este Marco soy yo, el que
escribió este libro. Los hermanos estuvieron en Venecia dos años esperando.
Pero, por el temor de que el rey de los tártaros pensara que no querían volver,
decidieron volver a embarcarse y me llevaron con ellos. Fueron a Jeruslén y
tomaron aceite de la lámpara del Sepulcro, como les había pedido el rey. Cuando
estaban listos para partir, supieron que había nuevo Papa, llamado Gregorio,
quien los hizo llamar para entregarles una carta para el rey de los tártaros.
Después de muchos peligros por las guerras, las nieves y las aguas torrenciales,
llegamos después de tres años y medio de camino. Kublai Khan, al saber que los
dos hermanos habían regresado, envió sus mensajeros con todo lo necesario para
el camino.
�Nos recibió con alegría, y le entregamos la carta del Papa Gregorio y el aceite.
Quiso saber quién era yo y al oír que era hijo de Nicolo, me saludó complacido.
En su reino crecí y aprendí sus costumbres y también aprendí cuatro diferentes
lenguas. Después, él me envió a una región lejana, a la que se tardaba en llegar
seis meses. Por todos los lugares donde pasaba, me informaba de tales
novedades, para satisfacer la voluntad del Gran Khan. Por este motivo, durante
los diecisiete años que estuve a su lado, el rey me mandó a importantes negocios
del reino. Y esta es la razón por la que aprendí todas las cosas del mundo de
Oriente, que serán descritas más adelante.
Después de muchos años, quisimos regresar a Venecia, pero como el Gran
Khan nos apreciaba tanto no quería que nos marcháramos. Después de muchos
ruegos, el rey no pudo negarse más a los deseos de los tres, y nos dio su permiso
con tristeza. Emprendimos el viaje con todo lo necesario para sobrevivir dos
años. Después de las despedidas y de navegar tres meses arribamos a la isla
llamada Java. Surcamos el mar Índico durante un año y medio, y al cabo de largo
tiempo y muchas fatigas, llegamos bajo la bendición de Dios de nuevo a la
ciudad de Constantinopla. De allí regresamos sanos y salvos a Venecia y con
muchas riquezas en el año del Señor de 1295, dando gracias a Dios por librarnos
de muchos esfuerzos y peligros. Yo, Marco Polo, permanecí veintiséis años en
las regiones del mundo de Oriente y todo es verdadero.
�AQUÍ EMPIEZA EL PRIMER LIBRO
Primero describiré la región de Armenia. Hay dos Armenias, la Mayor y la
Menor. En el reino de Armenia la Menor, todos poseen grandes riquezas, y allí
se elaboran los tapices más hermosos de todo el mundo, con los colores más
extraordinarios, y muchos paños de seda roja. Es una región fértil y hay mucha
caza de animales y aves. El aire es sano y los habitantes de esta Armenia fueron
en la Antigüedad valientes guerreros. Hay una ciudad al lado del mar que se
llama Glaza, a la que arriban mercaderes de Venecia, de Génova y de otras
muchas regiones. A esta ciudad se llevan muchas mercancías de especias y otros
preciosos tesoros. Allí van todos los que quieren entrar en las tierras de Oriente.
Armenia la Mayor es una región muy amplia donde hablan la misma lengua.
La ciudad más importante se llama Arcingán, donde poseen el mejor y más
hermoso algodón del mundo. Tienen allí agua hirviendo que sale a borbotones,
con la que hacen muy excelentes baños. Durante el verano viven allí muchos
tártaros con sus rebaños y ganados, ya que hay pastos muy buenos, y en invierno
bajan de la montaña, por causa de la nieve. En mitad de Armenia la Mayor está
la montaña donde descansó el arca de Noé. La montaña es tan alta y hay siempre
�tanta nieve que nadie nunca puede subir. El Arca se puede ver desde lejos, pues
hay un lugar donde dicen que se puede ver un objeto oscuro, en medio de las
nieblas. Hay también una gran fuente de la que sale un líquido parecido al aceite,
que no sirve para la comida, pero que es excelente para ungüentos y lámparas.
Ahora hablaré de la región de Georgia, donde se cuenta que los monarcas
nacían con la señal de un águila sobre el hombro. En esta provincia hay muchas
ciudades y aldeas y se hacen allí muy bellos paños de seda y oro. La tierra es
fértil y los hombres son muy hermosos, y son mercaderes y artesanos. Allí existe
un gran lago, donde entra el río Eufrates, uno de los cuatro ríos del Paraíso.
En la frontera de Armenia la Mayor se encuentra el reino de Mosul donde
habitan los árabes que adoran a Mahoma, y se encuentra también la ciudad de
Baudac, que en las Escrituras se dice que habita el jefe que llaman «califa». En
aquellas regiones, sucedió algo maravilloso en el año 1275. Había allí un califa
que sometía a todos los cristianos y un día leyó en el evangelio que si un
cristiano tenía fe, así fuera como un grano de mostaza, podía con la fuerza de sus
oraciones mover un monte de un lado a otro. Entonces, el califa les dijo a los
cristianos que habitaban bajo su dominio que trasladasen en el nombre de Cristo
el monte o se convirtiesen todos a Mahoma; de lo contrario, morirían todos por
la espada. Entonces un zapatero muy devoto, profirió con fe una oración al señor
Jesucristo y trasladó al lugar señalado aquel monte. Ante este milagro, muchos
sarracenos se convirtieron y se hicieron bautizar.
Ahora hablaré de la región de Persia, una inmensa provincia antiguamente
muy famosa, donde está la ciudad de Sava, de donde partieron los tres Reyes
Magos, que fueron a adorar a Jesús, y donde están enterrados. Allí pude ver los
tres cuerpos enteros, con el cabello y la barba intactos, como si estuvieran vivos.
Aquí sus habitantes adoran el fuego, porque dice una leyenda que los tres reyes,
después de adorar al niño, recibieron de él una piedra. Como no sabían la razón
del regalo, pensaron que era una burla y la arrojaron en un pozo. De inmediato,
una inmensa llama surgió del fondo y los reyes, asombrados, tomaron de ese
fuego y lo llevaron a su país, donde no se apaga nunca.
Después de relatar este hecho maravilloso, hablaré de otras regiones de Persia.
Al llegar a una gran llanura aparece la ciudad de Camandí, que antiguamente
fue muy grande y floreciente, pero ahora está destruida por los tártaros. Hay allí
dátiles, pistachos y manzanas del Paraíso, y crecen también muchos otros frutos
en gran abundancia, que no se dan entre nosotros. Viven infinidad de aves, y
unas que se llaman francolines, de color blanco y negro y las patas y el pico de
�color rojo. Los otros animales son también diferentes a los de cualquier otro
lugar. Hay bueyes que tienen el pelo blanquísimo, corto y sobre el lomo tienen
una joroba como los camellos. Hay carneros grandes como asnos que tienen una
cola grandísima, son gordos y muy bellos y excelentes para comer. En esta
llanura habitan muchos bandidos hechiceros, que, cuando quieren saquear una
región, hacen que el aire se oscurezca durante días y en una extensión tan grande
que nadie los puede ver. Yo, Marco, caí en una de aquellas tinieblas, y estuve a
punto de quedar preso y ser asesinado por estas gentes, pero logré huir. Todo
esto es verdad, pero hablemos ahora de otras regiones.
Al salir de esta llanura, se encuentra uno con un desierto por el que hay que
avanzar para atravesarlo ocho días de camino; la aridez allí es tan inmensa,
extrema, que no crecen árboles ni frutos; sus aguas son amargas y malas.
Después de estos ocho días se llega al reino de Tunocán, donde hay muchas
ciudades y aldeas; la región se halla en los últimos confines de Persia. Hay allí
una gran llanura en la cual se encuentra el Árbol Solo, que los latinos llaman
Árbol Seco. Es un árbol grande y grueso, que tiene hojas blancas por un lado y
verdes por otro; da unos frutos parecidos a las castañas, en cuyo interior no hay
fruto ninguno; la madera de este árbol es sólida y resistente, y de color amarillo
como el boj. A un lado de este árbol, en una distancia de diez millas sólo crece
un árbol, pero de los otros lados no crece ningún árbol en cien millas a la
redonda. Allí cuentan que tuvo lugar la batalla entre Alejandro Magno y Darío,
rey de los persas. Allí habitan hombres hermosos y mujeres hermosas; sin
embargo, todos adoran a Mahoma.
Después de doce días de camino, se llega a Taicán, una región donde hay
mucho trigo y otros granos. Es una región muy hermosa. Tienen unas montañas
altísimas y algunas son sólo de una sal blanca y de muy buen sabor, y su dureza
es tan grande que no se puede coger ni un grano si no es con picos de hierro.
Esta sal es tan abundante, que todo el mundo podría tener suficiente hasta el
final de los tiempos. Otras de estas montañas también tienen abundancia de
pistachos y almendras. Después se anda a lo largo de tres días y se llega a la
ciudad de Scassem que está en la llanura y tiene muchos castillos en las
montañas; un gran río cruza por medio de ella. En aquella región hay muchos
puercoespines. Cuando los cazadores los acosan con perros, los puercoespines,
juntados en uno, se menean con gran saña y arrojan las púas que tienen en el
dorso y sus costados contra los perros y los hombres, y a menudo hieren a
muchos. Esta gente tiene su propia lengua. Los pastores de la comarca residen en
las montañas, donde hacen sus moradas en cavernas. Después se avanza durante
otros tres días hasta la provincia de Balascia; en ese viaje no se encuentra ningún
�poblado, ni se puede obtener en el camino comida o agua. Por eso los viandantes
llevan consigo agua y comida.
Balascia es una provincia que tiene lengua propia. Se dice que sus reyes
descienden de Alejandro Magno. En los montes de esta región se encuentran
piedras preciosas finas y de gran belleza, que se llaman balasci por el nombre de
la tierra. Si alguien excava o saca alguna piedra de éstas sin licencia del rey
perdería la vida y se confiscarían sus bienes, pues todas las piedras pertenecen al
soberano. En otro monte de esta provincia se encuentran también las piedras de
lapislázuli, de las que se hace el mejor azul de todo el mundo. Sus hombres son
excelentes cazadores. Se visten de cuero, pues no pueden tener vestidos de lana
ni de lino, que son muy caros. Yo Marco Polo, el autor de este libro, pude saber
que en esta región hubo en un tiempo caballos que descendían de Bucéfalo, el
caballo de Alejandro Magno, que podían subir al galope cualquier montaña y
llevaban al nacer una estrella y un cuerno en la frente.
�Hay también en este reino montañas donde el aire es tan puro que, cuando
alguien se ve aquejado de alguna enfermedad, sube a las cimas y la enfermedad
desaparece de inmediato. Yo Marco Polo puedo asegurarlo, pues lo comprobé
por mí mismo, ya que estando allí estuve enfermo por un año y cuando subí a las
montañas me recuperé. Todo ha sido cierto, pero ahora dejemos esta región para
hablar de la gran ciudad de Samarcanda.
Samarcanda es una ciudad grande y hermosa, llena de jardines, donde se dan
todos los frutos que uno pueda desear. En aquella región habitan juntamente los
cristianos y los que adoran a Mahoma, que se llaman sarracenos, todos súbditos
de un sobrino del Gran Khan. En esta ciudad sucedió algo extraordinario que
ahora contaré.
No hace mucho tiempo, un hermano del Gran Khan, llamado Cogatay, que
gobernaba en ella, se convirtió al cristianismo y recibió el bautismo. Entonces
los cristianos, contando con el favor del príncipe, edificaron una gran iglesia en
memoria de San Juan Bautista. Para construirla tomaron una hermosa columna
de mármol, que había pertenecido a los sarracenos. Estos se enojaron por el robo
de la piedra, pero por temor al príncipe Cogatay permanecieron en silencio.
Sucedió entonces que murió el príncipe, a quien sucedió su hijo muy joven y que
aún no aceptaba el cristianismo. Los sarracenos así consiguieron que los
cristianos se viesen obligados a devolverles su piedra. Los cristianos les
ofrecieron oro y tesoros a los sarracenos, pero éstos no aceptaron, pues estaban
decididos a llevarse la piedra. Como los cristianos no encontraban la manera de
retirar la piedra sin destruir la iglesia, comenzaron a invocar a San Juan Bautista
con súplicas llorosas. Así sucedió el milagro que ahora contaré, pues al llegar el
día en que había que retirar la piedra de debajo de la columna, por voluntad
�divina la columna se separó de su base y se mantuvo con toda la carga en el aire.
Hasta el día de hoy se mantiene así sin ningún apoyo, y este es uno de los más
grandes milagros ocurridos en todo el mundo.
Después de varios días de camino por otras regiones, se llega a la ciudad de
Lop, situada a la entrada de un gran desierto, también llamado de Lop que, según
cuentan, es un desierto tan largo que uno tarda un año atravesando su parte más
ancha. Desde la ciudad de Lop, los viajeros emprenden el camino a través del
yermo. En el desierto el agua que se encuentra es amarga y sólo hay agua dulce
en tres lugares y a muchas millas de distancia. Todo el desierto está pelado y no
hay animales por la falta de alimento. Durante el trayecto sucede una maravilla
que ahora contaré.
La gente de esta región ha visto y comprobado que allí de día y de noche
viven muchos espíritus, que provocan en los viajeros ilusiones para hacerlos
morir. Si alguno se rezaga y el grupo desaparece después de una colina o
montaña, los espíritus le hablan por el aire, fingiendo ser sus amigos. A veces lo
llaman por el nombre, y otras veces lo hacen perder la ruta, obligándolo a seguir
sus voces. Quien los sigue nunca alcanzará la caravana y nadie volverá a saber
nada de él y este nunca podrá volver. Muchos han escuchado estas voces, y
también han escuchado ruidos de tambores y otros instrumentos musicales. Otras
veces, durante el día, los extraviados ven caravanas a las que siguen hasta que
quedan solos en el desierto.
Todas estas maravillas parecerán difíciles de creer, pero todo ha sucedido así
como he contado aquí. Pero ahora, después de pasar peligros y angustias, seguiré
hablando de las regiones situadas más allá de este gran desierto de Lop.
Cercana al borde del desierto, se encuentra una región muy extensa llamada
Iuguristán y que pertenece al Gran Khan. Hay allí numerosas ciudades y
pueblos, y sus habitantes adoran a los ídolos. Cuentan que el primer rey que
gobernó esta tierra no era de la raza de los hombres, sino que había nacido de
una seta llamada esca, alimentándose de la savia de los árboles. Se dice que de
este rey descienden todos los demás. Aquí los hombres están dedicados al
estudio de todas las artes y el invierno es el más frío de ninguna otra región
conocida del mundo. Saliendo de esta región se entra a otra provincia donde
existe una montaña altísima en la que se encuentra una mina de la que los
habitantes extraen una piedra llamada salamandra, que aunque se ponga en mitad
del fuego no arde nunca, y es la mejor piedra que se pueda encontrar en todo el
mundo. Pero esta piedra que digo no es una serpiente, ni tampoco otro reptil, y
tampoco es cierto que el tejido que nunca se quema haya nacido de la piel de un
�animal que vive en el fuego, como se cree en nuestras tierras. Se sabe, por
naturaleza, que ningún animal puede vivir en el fuego, pues todos se componen
de cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua. Nunca he oído hablar de este
reptil en las regiones de Oriente, y todo lo que dicen de esto es sólo mentira y
fábulas. Este tejido que no se quema se hace de la tierra, como aprendí de un
compañero turco, que me enseñó cómo en aquella montaña había un hilo
parecido a la lana, que después de extraerlo de las minas, lo secan al sol, lo
trituran, lo lavan con agua, y después lo usan para elaborar sus tejidos. Estos
tejidos son blancos porque los arrojan al fuego y nunca se queman, sino que se
ponen blancos como la nieve. Todo que lo he escrito es verdadero y lo cuento
como lo escuché y lo vi.
Después de terminada la travesía por las regiones del desierto se llega a la
ciudad de Caracorum. Ha llegado el momento de hablar del Gran Khan, el senor
y rey de todos los tártaros, pues fue en esta ciudad donde comenzó el señorío y
el imperio de los tártaros. Antes de venir aquí, habitaban en una gran llanura
donde no había ciudades ni aldeas, sólo grandes ríos y pastos, y eran súbditos de
un gran rey al que llamaban Uncán, que en su lengua quiere decir Gran Señor.
Este es el rey que nosotros llamamos el Preste Juan, famoso en todo el mundo
por su gran poder. Sucedió que cuando el pueblo de los tártaros empezó a crecer
y se multiplicó, el monarca Preste empezó a temer que toda esta multitud le
pudiera hacer daño si decidiera rebelarse. Entonces, para que esto no sucediera,
pensó dividirlos y mandarlos a diversas regiones. Los tártaros se negaron a
separarse unos de otros y entonces cruzaron todos juntos el desierto, de modo
que el rey Preste Juan no los pudiera castigar. Al cabo de algunos años, en 1187,
eligieron entre todos como rey a un hombre llamado Gengis Khan. Tras su
coronación, todos los tártaros se sometieron a su dominio.
Gengis Khan gobernó con gran sabiduría y justicia; en breve tiempo ganó
muchas regiones y todos sus súbditos lo amaban. Al verse con tanta gloria, quiso
conquistar la mayor parte del mundo, y en el año de 1200, envió mensajeros al
rey Preste Juan, solicitando a su hija por esposa. El rey recibió la petición como
una gravísima ofensa y dijo que antes arrojaría a su hija al fuego que entregarla a
un esclavo suyo, y expulsó de su vista los mensajeros de Gengis Khan. Al oír
esto, Gengis Khan reventó de cólera y reunió un ejército incalculable, el mayor
que haya existido nunca, y se dirigió a las tierras del rey Preste Juan para
atacarlo. Antes de la guerra, los astrólogos le dijeron a Gengis Khan que él
vencería al rey Preste Juan y todos los tártaros se alegraron mucho. Así, al tercer
día del combate cayeron muchos de un ejército y de otro, pero Gengis Khan
resultó vencedor y el rey Preste Juan murió, y de esta manera los tártaros
�dominaron por completo su tierra.
Gengis Khan reinó por seis años y conquistó muchas otras provincias. Al cabo
de los seis años, al sitiar un castillo él mismo se acercó a pelear ante la plaza y
fue herido en la rodilla con una flecha, herida de la que falleció a los pocos días.
Fue enterrado en una gran montaña llamada Altai, donde desde entonces han
recibido sepultura todos los monarcas del reino de los tártaros que descienden de
la estirpe de Gengis Khan, que han sido cinco antes de Kublay Khan, que es
quien reina todavía, y cuyo poderío es mayor que el de sus cinco predecesores.
Ahora hablaré de las costumbres de los tártaros. Por lo general, crían rebaños
de bueyes, caballos y ovejas, y nunca residen en el mismo lugar. Durante el
verano habitan en las montañas y en los lugares fríos, donde hay pasto y leña, y
durante el invierno van a las regiones calientes, donde puedan encontrar
alimento para el ganado. Viven en cabañas en forma de tiendas recubiertas de
pieles, que llevan consigo cada vez que se trasladan a otro lugar, pues las pueden
doblar y extender y transportar con facilidad. Tienen también carretas arrastradas
por camellos o bueyes, y adentro llevan a toda su familia, con instrumentos y
todos los víveres que necesitan en su camino. Sus mujeres son, a mi parecer, las
más admirables del mundo por sus virtudes.
Los hombres usan armaduras fuertes y resistentes de cuero de búfalo o de otro
animal que tenga piel dura. Llevan mazos y espada y son excelentes arqueros,
entrenados desde niños a esta práctica. Sus trajes están revestidos de oro, y se
alimentan de carne y leche, tanto de animales puros como impuros, pues comen
carne de caballo y perro, y también de unos animales parecidos a los conejos que
en nuestra tierra llamamos ratas del Faraón, que se encuentran en suma
abundancia en las llanuras. Beben leche de yegua que es muy sabrosa y que en
su lengua se llama kumis.
�Después de haber hablado de algunas de las costumbres de los tártaros, pasaré
ahora a describir otras regiones. Después de salir de la ciudad de Carocorum y
del monte Altai, y pasar por otras regiones, se encuentra la gran provincia de
Tangut. Allí hay unos bueyes salvajes hermosísimos, grandes como elefantes; su
cuerpo está cubierto por un pelaje blanco, y en el lomo les nacen pelos negros de
varias palmas de longitud. Muchos son mansos y están domados y
acostumbrados a llevar grandes cargas. En esta tierra existe el mejor almizcle
que hay en el mundo, que se extrae de un animal que es muy hermoso y tiene el
tamaño de un gato, lo pelos gruesos como un ciervo y las patas como un gato;
tiene cuatro dientes, dos arriba y dos abajo, y de tres dedos de longitud; junto al
ombligo tiene, entre la carne y la piel, una vejiga llena de sangre, y aquella
sangre es el almizcle, y toda la tierra tiene este aroma, pues hay allí una cantidad
infinita de estos animales. También hay faisanes el doble de grandes que en
Italia, y tienen la cola de diez o nueve palmas de longitud y, como mínimo, de
ocho o siete; hay también otras aves bellísimas de distintas especies, con plumas
hermosas y adornadas de diversos y muy hermosos colores.
�Después se pasa a la provincia de Tenduch, donde hay ciudades y muchas
aldeas, en las que solía residir aquel gran rey Preste Juan. En aquellas tierras
están las regiones que en nuestras tierras llamamos Gog y Magog. Sin embargo,
aquí a Gog lo llaman en su lengua Ung, y a Magog lo llaman Mongul. Por esta
razón a los tártaros también los llaman mongoles. En esta provincia se hacen
paños de oro y de seda muy hermosos. Hay allí una ciudad donde se fabrican
armas de todo tipo, finísimas y muy buenas para las necesidades del ejército. En
las montañas de esta comarca hay grandes minas de plata. A tres días de camino
de esta ciudad se halla la ciudad de Ciangannor, donde se levanta un enorme
palacio en el que habita el Gran Khan cuando visita la ciudad, pues va a menudo
allí porque en los lagos vecinos se encuentran cisnes, grullas, faisanes, perdices
y un número infinito de aves. El rey, en efecto, recibe gran placer en la captura
de las aves con sus halcones. Las grullas son allí de cinco clases. La primera
especie de grullas tiene las alas grandes y son negras por completo; la segunda
tiene las alas más grandes que las demás, y las plumas de sus alas están llenas de
ojos redondos de color y resplandor dorado, como las colas del pavo real; tienen
los ojos de varios colores, blanco, negro y azul. La tercera especie la forman
unas grullas semejantes a las de Italia. La cuarta la forman grullas pequeñas, con
plumas largas y bellísimas, con colores rojo y negro. La quinta especie
corresponde a grullas de color gris, que tienen los ojos rojos y negros, y son muy
grandes.
A tres días de camino se encuentra la ciudad de Ciandú, construida por el
Gran Khan Kublai, en la cual hay un palacio de mármol muy grande y hermoso,
cuyas salas y habitaciones están adornadas de oro y pintadas con dibujos de
animales, árboles y flores de muchos colores. Junto al palacio se encuentra el
�bosque del rey, rodeado por muros de mármol. En ese bosque hay fuentes y ríos
y muchos campos; hay ciervos, gamos y cabras, que sirven de alimento a los
halcones del rey cuando los guardan en su muda. A veces el monarca caza allí y
lleva a la grupa del caballo que monta un leopardo domesticado, que azuza
contra un cervatillo o un gamo, y cuando el leopardo le ha traído la presa, se la
da a los halcones.
En medio del bosque tiene el rey un bellísimo palacio hecho de bambú y
dorado totalmente por fuera y por dentro y adornado con muchas pinturas de
aves y toda clase de animales. El Gran Khan habita allí durante tres meses al
año, en junio, julio y agosto, ya que allí el aire es más fresco y el verano no es
tan caluroso; durante esos meses permanece alzada la casa, que en los restantes
se guarda desmontada y plegada. El día ventiocho de agosto el Gran Khan sale
de la ciudad de Ciandú. El rey posee grandes manadas de caballos blancos, con
más de diez mil yeguas blancas. Estos animales son muy respetados por el
pueblo, pues ningún caminante se atreverá a pasar hasta que no haya cruzado
todo el ganado.
Quiero contar algo extraordinario que olvidé relatar antes. Cuando el Gran
Khan se encuentra en su palacio, siempre hay lluvia y niebla. El Gran Khan tiene
entonces a su lado unos sabios, magos y astrólogos, que con su ciencia y
hechizos suben al techo del palacio y ordenan a las nubes, a la lluvia y al mal
tiempo que se alejen de la casa de su señor, y así nunca vuelve a llover sobre el
palacio.
Hay también allí muchas clases de encantadores que nadie lo podría creer.
Existen unos llamados basci, que adoran muchos ídolos y hacen encantamientos
maravillosos y terribles como ahora voy a contar. Cuando el Gran Khan se
encuentra en su gran salón listo para comer, sentado frente a su mesa, que está
mucho más arriba que las de todos los demás, y las copas de oro están puestas
como a diez pasos de donde está el rey, llenas de vino, leche y otras bebidas
deliciosas, los hechiceros y encantadores hacen que estas copas vuelen por el
aire hasta la mesa del Gran Khan, y lo hacen así para que nadie más las toque.
�Cuando el rey ha terminado de beber, las copas vuelven una vez más a su
sitio, y todo esto sucede frente a diez mil testigos, pues el Gran Khan quiere que
vean estos prodigios. Y todo esto es verdadero, sin ninguna mentira, como lo he
relatado. Y es importante agregar que los sabios de nuestras tierras aseguran que
estos portentos de verdad pueden suceder. Hay allí también otros monjes
llamados sensin. Son hombres que viven con muchos sacrificios, pues comen
muy poco y ayunan muchos días a lo largo de todo el año y sólo beben agua.
Pasan casi todo el tiempo de su vida haciendo oración y por esta razón llevan
una vida muy dura.
Pero dejemos de hablar de esto y pasemos a relatar los extraordinarios hechos
y las maravillas del Señor de los Señores, emperador y monarca de todos los
tártaros del mundo, el poderoso y muy noble Gran Khan, llamado Kublai Khan.
AQUÍ ACABA EL PRIMER LIBRO ESCRITO POR MARCO POLO DE VENECIA
*
��AQUÍ EMPIEZA EL SEGUNDO LIBRO
Ahora relataré todos los grandes y maravillosos hechos llevados a cabo por el
Gran Señor de los Tártaros, llamado Kublai Khan, y quien vive en el tiempo de
redactarse este libro. El Gran Khan es el hombre más poderoso del mundo, y
posee tierras, tesoros y súbditos como ningún otro emperador que jamás haya
reinado antes en la tierra, como se verá en los capítulos siguientes.
Como ya se ha dicho Kublay Kan desciende del linaje del rey Gengis Khan, y
es el sexto Khan. Comenzó a reinar en el año de nuestro Señor Jesucristo de
1256 y alcanzó el reino por su sabiduría y valor, pues varios de sus hermanos y
parientes trataron de impedir que reinara, aunque le correspondía el trono por
derecho propio. En este momento lleva ya cuarenta y dos años en el trono, y para
este año de 1298 estará por cumplor los ochenta y cinco años de edad. Es un
hombre valiente, muy hábil con las armas, y tiene fama de ser un hombre
virtuoso, sabio y prudente en el gobierno del ejército y del pueblo. Y es el
emperador más audaz que hayan tenido los tártaros.
El Gran Khan Kublai es de muy buena estatura. No es muy gordo ni muy
flaco, sino de buenas proporciones. Tiene la cara redonda y blanca, las mejillas
rosadas, los ojos negros, la nariz muy hermosa, todo su cuerpo está muy bien
proporcionado. Tiene cuatro esposas, veintidós hijos, y un hijo primogénito
quien le sucederá en el trono. Cada una de estas esposas tiene el título de
Emperatriz y poseen una corte real con su propio palacio, con trescientas
doncellas escogidas y muchos criados y otros muchísmos súbditos, de suerte que
el séquito de cada una de ellas se compone de cerca de diez mil hombres y
mujeres.
El gran rey Kublai reside durante tres meses, diciembre, enero y febrero, sin
interrupción en la capital del reino de Catai, la ciudad regia llamada Cambaluc,
donde tiene el palacio real, que es como ahora contaré.
En primer lugar, el palacio es cuadrado por todas partes y cada uno de sus
cuatro muros mide ochos millas, y lo rodea un profundo foso. La muralla del
palacio es de gran grosor, con una altura de diez pasos. La fachada exterior está
pintada por todas partes de blanco y rojo. En cada esquina de la muralla se
levanta un palacio grande y hermoso; igualmente hay otro palacio en el centro de
�cada fachada de las murallas principales, de manera que hay en todo el contorno
ocho palacios. Este maravilloso palacio tiene cinco puertas, de las cuales la
puerta central es la más amplia de todas y no se abre jamás, sólo cuando el
soberano quiere entrar o salir de su palacio, aunque tiene otras dos puertas
laterales por las que pasan los que acompañan al monarca. Las tres restantes
fachadas están provistas de una única puerta en su centro, por la que puede
entrar libremente quienquiera. Detrás de los palacios situados en la fachada,
aparece otra muralla cuadrada a la manera del anterior que tiene cuatro millas, y
cada lado mide una milla. Es muy gruesa y así como la otra tiene ocho palacios,
donde se guardan otras pertenencias y joyas del gran rey. En el centro del
espacio interior se encuentra por fin el palacio real del Gran Khan.
Este es el palacio más grande y maravilloso que nunca se haya construido. No
tiene varios pisos, pero su fachada se levanta unas diez palmas de altura desde el
suelo. El techo es muy alto y está primorosamente pintado, y a su alrededor un
gran muro de mármol sostiene una terraza que rodea todo el palacio, de tal forma
que el Gran Khan puede pasear por allí y puede vigilar todo el exterior. La
terraza tiene una hermosa baranda que le sirve para apoyarse.
Las paredes de las salas y de las habitaciones están totalmente recubiertas de
oro y de plata y en ellas se representan hermosas pinturas de leones, dragones,
pájaros y toda clase de animales, y otros hermosos cuadros con historias de
batallas. Gracias a estos adornos y pinturas el palacio resplandece sobremanera.
En cada una de las fachadas del palacio hay una gran escalera de mármol que
sube desde el piso hasta lo alto del muro que las rodea.
En el salón principal se pueden sentar a comer al mismo tiempo más de seis
mil hombres. Detrás de las murallas y entre los palacios hay cuatrocientas
habitaciones, con amenos jardines, cubiertos de praderas y arbustos silvestres de
sabrosos frutos. Es un palacio tan grande y hermoso, tan bien proporcionado,
que ningún hombre en todo el mundo podría construirlo o imaginarlo mejor. Sus
techos, vistos desde el exterior, son rojos, verdes, amarillos y azules, claros y
oscuros, y de todos lo colores imaginables, que brillan de tal forma que se
pueden ver desde mucha distancia. Es tan sólido que podría durar más de mil
años.
En los jardines y praderas que hay entre los muros de los que hablé antes
viven muchos animales extraños y salvajes, como ciervos blancos, gamos,
ardillas, y aquellos bichos de los que se saca el almizcle, y de los que hablé ya en
el libro primero, así como cabras, y otros muchos animales. Todos los patios
están llenos de estas bellas criaturas, excepto los caminos reservados para los
�caminantes. Todos los prados tienen mucha hierba y todos los paseos están
pavimentados y elevados, de tal forma que nunca se encharcan cuando llueve.
En uno de los extremos del palacio hay un estanque grande y profundo lleno
de toda clase de exquisitos peces, que se llevan allí de todos los rincones del
reino, de tal forma que el Gran Khan puede elegir cualquier pez en cualquier
momento. Al estanque lo llena un río que corre por allí, y hay unas rejas de
hierro a la entrada y salida del estanque para que los peces no puedan escapar.
También se ven allí cisnes y otras muchas aves de agua.
Por fuera del palacio y a poca distancia, el Gran Khan mandó construir un
monte artificial, sembrado con hermosos árboles que nunca pierden sus hojas y
siempre están verdes. Cuando el rey sabe que hay un árbol hermoso en algún
lugar del reino, sin importar lo grande que sea, hace que se le traslade allí con
todas sus raíces a lomo de elefantes, incluso desde las regiones más remotas, y
ordena que se plante en el jardín, y así tiene allí los árboles más hermosos del
mundo. Todo el monte es delicioso y como todas las cosas son verdes, se llama
Monte Verde. En su cumbre hay otro palacio pintado de verde, por fuera y por
dentro. Gracias a la hermosa vista que le ofrece este monte, el Gran Khan se
recrea allí en sus ratos de descanso, y esta es la razón por la que lo mandó
construir.
La ciudad de Cambaluc, donde se levanta el hermoso palacio de Kubali Khan,
se encuentra a la orilla de un gran río en la provincia de Catai, y antiguamente
fue famosa y quiere decir en nuestra lengua “La ciudad del señor”. A Cambaluc
llegan tantas y tan maravillosas mercancías, que superan en volumen a cualquier
ciudad del mundo entero: allí llegan piedras preciosas, perlas, seda y preciosas
especias en incalculable abundancia desde la India, Mangi, Catai y otras
regiones lejanas. Está situada en un lugar óptimo y se puede llegar allí desde
todas las regiones con mucha facilidad, pues Cambaluc se encuentra en el centro
de muchas provincias. De esta forma, según los cálculos que llevan a cabo los
comerciantes de la tierra, no pasa un día en todo el año en que no lleguen allí
mercaderes extranjeros con más de mil carretas cargadas de seda, pues en la
ciudad de Cambaluc se elaboran infinitos trabajos en oro y seda.
Ahora contaré cómo se celebran los banquetes del Gran Khan. Cuando el
soberano quiere celebrar alguna fiesta en el gran salón, la corte se sienta a la
mesa de la siguiente manera: en primer lugar, la mesa del rey se pone más
elevada que todas las demás, de tal forma que el Khan sentado al fondo del
salón, en el costado norte, pueda mirar hacia el sur; a su izquierda, es decir, junto
a él, se sienta su primera esposa, la emperatriz mayor; a su derecha, más abajo y
�en otra mesa, se sientan sus hijos y sobrinos, según orden de edad, y los que
descienden de estirpe imperial. A continuación los barones y príncipes y demás
se acomodan en mesas todavía más bajas. Siguiendo el mismo orden, se
acomodan a los pies de la emperatriz mayor las demás reinas y las esposas de los
grandes barones; en efecto, el rango que tiene el príncipe o el barón lo poseen
también sus mujeres. Todos los nobles que comen en la corte en las fiestas del
rey llevan a sus esposas al banquete. Las mesas están dispuestas de tal manera
que el Gran Khan pueda contamplar a todos los invitados.
A los costados del gran salón, hay otras salas laterales, donde se sientan a
veces más de cuarenta mil hombres, sin contar los que pertenecen a la corte del
rey, pues a estos banquetes acuden muchos hombres cargados de hermosos
regalos, procedentes de regiones lejanas y extranjeras y traen joyas y muchas
cosas curiosas y desconodidas. También llegan juglares para cantar y hombres
para hacer todo tipo de juegos.
En mitad del salón donde está la mesa del Gran Khan se pone un hermoso
pedestal con un recipiente de oro lleno de vino o de alguna bebida exquisita,
adornado con relieves de oro purísimo, que representan distintos animales. En
cada esquina de este recipiente hay una jarra de plata llena de extraordinarias
bebidas, y de esta se sirven en unas jarras más pequeñas también de oro que se
ponen entre cada dos comensales en las mesas de los invitados al banquete real.
Hay también otra cantidad infinita de copas de oro y de plata que todos aquellos
que las ven quedan sin poder hablar, y ninguno que no lo ha visto apenas puede
imaginarlo ni dar crédito a quienes se lo cuentan.
Todos los servidores que atienden al rey mientras come son grandes barones,
que van de un sitio a otro preguntando a los invitados si necesitan algo, y si
alguno quiere vino, leche o carne, se lo sirven de inmediato por medio de los
sirvientes. Todos, sin excepción, llevan la boca tapada con un finísimo pañuelo
de seda, para que el aliento de quien sirve no pueda rozar su comida o su bebida.
Cuando el rey levanta la copa o quiere beber, todos los instrumentos musicales
empiezan a sonar, y los barones y los criados que sirven en el salón se hincan de
rodillas, y sólo así de esta manera bebe el Gran Khan. Cuando termina de beber,
los instrumentos dejan de tocar y todos los invitados y presentes se levantan de
nuevo.
No diré nada de los manjares que se llevan a las mesas, pues cada cual puede
imaginar por sí mismo que, en una corte tan fastuosa, se prepara una comida
exquisita y abundante. Cuando termina el banquete se retiran los platos de la
mesa y se levantan todos los artistas y músicos y entonan dulces melodías, y los
�juglares, los comediantes y los magos hacen grandes juegos y trucos ante el gran
rey y los demás que comen en su corte, y al final todos se marchan y regresan a
sus propias casas.
Todos los tártaros celebran solemnemente el día del nacimiento del Gran
Khan, el veintiocho del mes de septiembre, día en el que hacen la mayor fiesta
del año, exceptuando las que celebran para el comienzo del año. En esta fiesta de
su cumpleaños el rey se pone un precioso traje de oro, cuyo valor es infinito. El
rey tiene en su corte a doce mil barones y caballeros, que llevan el título de
Fieles Compañeros del rey. A todos los viste de manera similiar siempre que
celebra una fiesta, con cinturones de oro y calzados en plata de manera muy
primorosa, de tal forma que cada uno vestido con este maravilloso atuendo
parece un gran rey. Aunque los trajes del Gran Khan sean los más ricos de todos,
los trajes de los demás caballeros valen tanto, que muchos de ellos sobrepasan la
estima de diez mil bizancios de oro. Así, pues, da todos los años a sus barones y
caballeros sin excepción vestidos adornados de oro, perlas y otras piedras
preciosas, además de los cinturones y los calzados por un total de ciento
cincuenta y seis mil. Las vestiduras de los caballeros son del mismo color que el
ropaje del Gran Kan. En la fiesta de cumpleaños todos los reyes, príncipes y
barones súbditos suyos envían regalos a su soberano y sucede también que todos
los pueblos, sea cual sea su religión, cristianos, judíos, sarracenos y los demás
paganos, invoquen a sus dioses con solemnes plegarias por la vida, la salud y la
prosperidad del Gran Khan.
Mientras el Gran Khan reside en Cambaluc, durante los tres meses de
diciembre, enero y febrero, por orden suya todos los cazadores de los lugares
deben dedicarse a la caza durante un tiempo de cuarenta días alrededor de toda la
provincia de Catai, y deben presentar a los dueños de las tierras todos los
venados, ciervos, osos, cabras, jabalíes, gamos y otros tales animales. Antes de
enviar su caza al Gran Señor, aquellos que viven a treinta días de distancia están
obligados a entregar los animales limpios de entrañas en carretas o en barcos.
Aquellos que se encuentran a más de treinta días de la corte, están obligados a
mandar sólo los cueros curtidos que se necesitan para las armas.
Ahora hablaré de las fieras que el Gran Kublai Khan lleva en su compañía
cuando va de caza. Tiene el Gran Khan muchos leopardos domesticados muy
útiles para cazar y apresar otros animales. Tiene también leones muy hermosos,
mayores que los que hay en Babilonia, con el pelaje de su piel con rayas a lo
lagro y en colores negro, blanco y rojo, que están también adiestrados para cazar
con hombres y capturar con los cazadores jabalíes, osos, ciervos, cabras, asnos y
�bueyes salvajes; cuando los cazadores del rey quieren llevar consigo a estos
leones, transportan dos de ellos en una carreta, y cada uno tiene por compañero
un perro pequeño, que ha sido adiestrado desde cachorro. Tiene también un
número incontable de águilas amaestradas, de tanta fortaleza que cazan liebres,
cabras, gamos y zorras; muchas de estas águilas son de tal audacia, que se
abalanzan con gran fuerza sobre los lobos, y por más grandes que estos sean no
pueden librarse de su ataque sin caer en sus garras.
Cuando llega el mes de marzo el Gran Khan parte de la ciudad de Cambaluc,
y avanza por el campo hasta el mar Océano con todos sus halconeros, que son
más de diez mil, y quienes llevan un sinfín de halcones peregrinos y alrededor de
quinientos gerifaltes. Los halconeros entonces van de lado a lado por todo el
campo, y cuando ven aves, que se crían allí en gran abundancia, sueltan los
gerifaltes y halcones para su captura; las piezas capturadas se las llevan en su
mayor parte al rey. El monarca va con ellos en persona, sentado sobre un
bellísimo pabellón construido de madera, que va armado con mucho artificio
sobre cuatro elefantes; por fuera está recubierto de pieles de león, y por dentro se
halla totalmente decorado con oro. Junto a los elefantes que cargan el pabellón
cabalgan muchos barones y caballeros, que no se separan del rey y que, cuando
ven pasar faisanes, grullas u otras especies, se lo indican a los halconeros que
acompañan al monarca, los cuales a su vez lo notifican inmediatamente al rey.
Este, haciendo abrir el pabellón, ordena soltar los gerifaltes que le place, y así,
sentado en su sitial, contempla el juego de las aves. El Gran Khan lleva también
consigo diez mil hombres que se esparcen de dos en dos por el campo, y cuya
tarea es atender a los halcones, azores y gerifaltes en vuelo y, si fuere necesario,
prestarles socorro; son llamados en lengua tártara restaor, es decir, “guardianes”,
�y están atentos a que las aves no sufran daño ni se pierdan; en efecto, los que se
encuentran más cerca están obligados a socorrerlas, si fuera necesario. Toda ave,
sea de quien fuere, tiene una tablilla diminuta en sus patas con la marca de su
dueño o del halconero, para que, una vez suelta, pueda ser devuelta a su amo.
En estas cacerías se apresan animales y aves en número infinito, ya que por
orden del rey en todas las provincias que limitan con Catai ningún morador de la
ciudad o del campo tiene permiso para poseer perros de caza y aves de presa en
una distancia de veinte días a la redonda. Además, a nadie le está permitido
cazar desde comienzos del mes de marzo hasta el mes de octubre, como tampoco
se le permite capturar cabras, gamos, ciervos, liebres u otros animales salvajes.
Quien se atreva a hacer lo contrario sufre castigo, por lo que las liebres, gamos y
otros animales semejantes pasan a la vera de los hombres y ninguno se atreve a
cazarlos. Cuando se termina el tiempo de la caza, el rey regresa con todo su
séquito a la ciudad de Cambaluc por el mismo camino por el que había ido a la
llanura, cazando aves y animales. Cuando llega a la ciudad, celebra una corte
muy grande y jubilosa en el palacio real, y después todos los que habían sido
llamados a participar en la caza regresan a sus hogares.
Ahora hablaré de las monedas y los dineros que se fabrican en la ciudad de
Cambaluc. Allí hay tal abundacia de tesoros, que se podría decir que el Gran
Khan tiene el secreto de la alquimia como ahora relataré.
Para fabricar la moneda el Gran Khan envía a unos hombres para traer la
corteza de unos árboles que nosostros llamamos moreras y que en el lenguaje de
ellos se llaman gelsus, que son los mismos con los que los gusanos elaboran la
seda comiendo de sus hojas. Hay tanta cantidad de estos árboles que todos los
campos están llenos de los mismos. De la corteza extraen la pulpa y la trituran y
apelmazan como hojas de papel, parecidas al papel del algodón. Después las
cortan en pedazos de diferentes tamaños, pedazos grandes y pequeños a modo de
dineros y marcan en ellos diversas señales, según lo que ha de valer tal moneda.
En todos estos dineros se imprime el Sello del Gran Señor, pues los dineros que
no lo lleven no tienen ningún valor. Y hace fabricar tal cantidad de estas hojas de
moneda que podría pagar todos los tesoros del mundo sin que le cueste nada.
De este dinero ordena el rey que se haga gran cantidad en la ciudad de
Cambaluc, y una vez hechos los papeles, el Gran Khan hace todos los pagos del
reino. Nadie puede rechazarlos y a nadie, bajo pena de muerte, le está permitido
acuñar o pagar con otra moneda en todos los territorios sometidos al señorío del
Gran Khan. Además, ninguno, aunque sea de otros dominios, puede servirse de
otra moneda dentro de las tierras del Gran Khan, y sólo los oficiales del rey la
�fabrican por orden del monarca. A menudo sucede que los mercaderes que
vienen a Cambaluc de la India y otras provincias traigan oro, plata, perlas y
piedras preciosas, y todo ello lo hace comprar el rey por medio de sus oficiales y
ordena que el pago se haga en su dinero. Si los mercaderes son de tierras
extrañas, donde no tiene curso aquel dinero, lo cambian de inmediato por otras
mercancías que llevan a su patria. Esta forma de pago es la más fácil de todas y
se puede llevar por los caminos sin incomodidad. Con este dinero paga el sueldo
de sus oficiales y se compra todo lo necesario para la corte, así, el Gran Khan
nunca paga con oro ni con plata, y tanto los ejércitos como todos los
funcionarios reciben sus salarios con papel moneda, dinero del que el Gran
Señor siempre tiene todo el que quiera.
De esta manera se prueba que el Gran Khan ha podido reunir el mayor tesoro
del mundo y que puede superar a todos los príncipes del mundo en gastos y
riquezas, y estos juntos nunca poseerán tanta riqueza como el Gran Khan. Ya he
hablado de lo que hace el Gran Khan para convertir en dinero los papeles, y
ahora hablaré de la gran bondad que muestra el Gran Señor con sus súbditos.
Todos los años el Kan despacha a sus fieles mensajeros e inspectores a todas
las provincias de su reino, para indagar si algunos de sus súbditos perdieron sus
cosecha aquel año, ya sea por causa de las langostas, las orugas, alguna sequía o
una peste. Si alguna comarca o región ha sufrido una catástrofe, el Señor
entonces les perdona los tributos que debían entregarle ese año y hace que se les
lleve todo el grano que necesiten en cantidad suficiente para la comida y para
que puedan sembrar de nuevo. Lo que demuestra la gran bondad con la que el
Gran Señor trata a sus súbditos. Igualmente, también se ocupa de socorrer a
quienes han sufrido alguna epidemia en los rebaños de animales, y perdona a los
que sufren esta plaga el tributo del año según la pérdida que hayan tenido, y hace
que se les venda algunos de sus rebaños y ganados. De esta manera, todos los
pensamientos y preocupaciones del Gran Señor se dirigen al bienestar de sus
súbditos, para que siempre tengan con qué vivir, y cómo trabajar y mejorar así
sus riquezas y bienes. Así es como el Gran Khan cuida de sus súbditos, pero
ahora relataré otra orden útil y maravillosa que ha impuesto en rey en sus
comarcas.
En todas las vías principales que atraviesan la provincia de Catai y las
comarcas vecinas, por donde pasan los mercaderes, los mensajeros y otros
caminantes, el rey ha ordenado plantar árboles a poca distancia unos de otros.
Los ha mandado plantar de una especie de árboles muy fuertes y grandes, para
que así su altura se pueda ver desde la distancia. De esta manera todos pueden
�reconocer los caminos, y no pierden la ruta ni de día ni de noche y tienen
también sombra para descansar. Cuando el terreno es pedregoso y desierto, el
Gran Señor ordena plantar señales y columnas que también marcan la senda. Ha
nombrado, además, varios barones para que vigilen que todos los senderos se
encuentren siempre en buen estado. Hay que agregar que el Gran Señor también
ha plantado estos árboles porque sus adivinos y astrólogos han dicho que quien
los planta disfrutará de una vida larga.
Ahora contaré cómo el Gran Señor practica la caridad con los pobres y
mendigos de la ciudad de Cambaluc, y que es otra cosa digna de alabanza:
manda registrar en la ciudad de Cambaluc el número de las familias y los
nombres de los que no cosechan grano ni pueden comprarlo, que son muchos, y
ordena que, de sus silos donde guarda gran abundancia de granos, se les dé
anualmente a todos ellos lo necesario para sobrevivir todo el año. Si se entera
que alguna familia se empobrece por un repentino cambio de la suerte,
perdiendo la fuente de su sustento, el Gran Señor le hace entrega de semillas
para que pueda pagar sus gastos durante todo un año. A nadie que lo solicite se
le niega el pan en su corte, y no pasa un día en todo el año en que no acudan a
mendigar más de treinta mil pobres entre hombres y mujeres. Esto demuestra la
gran misericordia y piedad del Gran Khan, y como a ningún pobre se le niega el
pan, todos sus súbditos lo honran como a un dios.
El Gran Señor también les da sustento y vestido a más de cinco mil astrólogos
y adivinos que viven en la ciudad de Cambaluc. Todos se dedican sin descanso a
la práctica de la astrología, estudiando los signos de los planetas, de las horas y
los minutos de todos los días durante el año entero. Así, estudian la disposición
de los días, de acuerdo con el recorrido de la luna, y descubren y prevén el clima
que la luna lleva consigo en sus fases, así como la posición de los planetas. De
tal forma estos astrólogos saben que en tal luna habrá relámpagos y truenos y
tiempo de tempestades, y saben que en otra luna habrá temblores de tierra,
vendavales, o lluvias abundantes. También pueden saber si habrá alguna peste o
una guerra o varias enfermedades.
Después de contar todo esto cambiaremos de tema. Terminado lo que por el
momento decidí contar acerca de la provincia de Catai, la ciudad de Cambaluc y
la magnificencia del Gran Khan, pasaré ahora a describir algunas de las regiones
limítrofes. Una vez el soberano me despachó a mí, Marco Polo, a comarcas
remotas para un negocio de su imperio, y yo, partiendo de la ciudad de
Cambaluc, estuve de viaje durante cuatro meses, avanzando siempre en la misma
dirección. Así, pues, contaré algunas de las cosas maravillosas que encontré al ir
�y volver por aquel camino.
Al salir de Cambaluc se encuentra a diez millas un gran río que se llama
Pulisanghín, que desemboca en el mar Océano. Por su curso bajan muchas naves
con muy grandes mercaderías. Hay allí un puente de mármol muy hermoso de
trescientos pasos de largo y de gran anchura, que permite que puedan cruzarlo
diez jinetes al mismo tiempo. El puente tiene veintitrés arcos y otras tantas
columnas de mármol en el agua, y tiene en total mil doscientos leones de
mármol que sostienen cada uno una columna, por lo que este puente es tan bello
y suntuoso que no creo que pueda encontrarse otro igual en el mundo.
Tras cabalgar muchos días se encuentra la ciudad de Gin, grande y hermosa;
hay allí muchos monasterios de ídolos. Se hacen también paños muy finos de oro
y de seda y excelentes lienzos. Tiene asímismo muchas hospederías públicas
para los viandantes. Los ciudadanos son por lo general artesanos y mercaderes.
A una milla después de pasar esta ciudad se bifurca en dos el camino: un ramal
atraviesa la provincia de Catai, y el otro lleva al mar por la región de Mangi. Por
la provincia de Catai se va en otra dirección durante más de diez días de camino,
y a cada paso se encuentran ciudades y aldeas. Hay allí muchas huertas y
campos muy hermosos; hay numerosos mercaderes y artesanos. Los hombres de
esta región son muy amables y amistosos.
Dejando ahora de hablar de estas y otras ciudades y provincias, hablaré de la
hermosa historia que ocurrió entre el llamado Rey de Oro y el monarca Preste
Juan, de quien ya he hablado anteriormente. Cuentan los habitantes que aquel
Rey de Oro se rebeló contra el Preste Juan y construyó un castillo tan poderoso
�que este último nunca pudo asaltarlo ni derrotarlo. Entonces un día, siete criados
de Preste Juan fueron a verlo y le propusieron que los enviara al castillo del Rey
de Oro y que ellos encontrarían la manera de derrotarlo. Preste Juan les prometió
que si lograban derrotar al Rey de Oro él estaría siempre en deuda con ellos. Los
siete mensajeros partieron y convencieron al Rey de Oro que venían a su corte
para servirlo. Así, permanecieron a su lado por varios años, hasta que el rey les
tomó confianza y cuando iba de caza siempre quería que sólo ellos lo
acompañaran, pues ya los trataba como si fueran sus hijos.
Uno de estos días que el Rey de Oro salía de caza en compañía de sus siete
servidores, tras cruzar un río los siete se pusieron de acuerdo en que ese era el
momento de apresarlo y llevarlo ante Preste Juan. Lo rodearon, desenvainando
las espadas, y lo amenazaron con matarlo si no los acompañaba donde Preste
Juan. Cuando el Rey de Oro escuchó ese nombre les pidió que tuvieran
clemencia con él y que si acaso él no los había tratado como a sus propios hijos.
Los siete le contestaron que no le servirían de nada sus plegarias ni ninguno de
los recuerdos, de tal forma que se vio obligado a acompañarlos.
Cuando Preste Juan vio al llamado Rey de Oro se alegró mucho y lo recibió
con palabras amenazadoras, recordándole cómo él mismo lo había considerado
como el mejor de todos sus súbditos. El Rey de Oro no contestó, pues no supo
qué decir. Pensó entonces que Preste Juan le daría la sentencia de muerte, pero
este ordenó a sus vasallos que obligaran al Rey de Oro a cuidar sus rebaños y
que lo vigilaran día y noche. De esta forma, el Rey de Oro permaneció dos años
cuidando los rebaños, padeciendo la peor de todas las miserias. Al pasar el
tiempo, lo llamó Preste Juan a su presencia, y el Rey de Oro pensó que quería
matarlo. Pero Preste Juan le comunicó que olvidaría su anterior ingratitud y
rebeldía y que sólo recordaría el amor que le tenía, y que, por lo tanto, ordenaba
que le quitarn las miserables ropas de pastor y devolvieran sus antiguos trajes,
símbolos de su realeza.
El Rey de Oro quedó asombrado, sin saber qué iba a suceder. Entonces Preste
Juan le dijo que ahora sólo quería recordar la antigua amistad que los unía,
devolviéndole la corona y aconsejándole que de ahí en adelante se mostrara
agradecido por sus favores y misericordia. Le deseó buen viaje y que viviera
feliz en su reino y entre sus súbditos, manteniendo obedediencia a su señor. El
Rey de Oro se arrepintió y prometió por su fe mantenerse siempre fiel a su
nombre. Preste Juan ordenó que le dieran caballos y provisiones y una buena
escolta. El Rey de Oro regresó a su reino y desde entonces se mantuvo como
buen amigo y vasallo de su rey. Pero ahora, después de contar la bella historia
�del Rey de Oro, cambiaré de asunto.
Después de pasar varias jornadas de camino, se llega a un río llamado
Caramorán, y es un río tan extenso que no hay puente alguno en el mundo que lo
pueda cruzar de una orilla a otra. Es muy ancho y profundo, y va a desembocar
en el mar Océano que rodea a todas las tierras del mundo. A lo largo de este río
habitan multitud de pueblos y ciudades, donde viven muchos mercaderes y
artesanos. En la región que lo rodea hay abundante comercio de la seda y el
jengibre, y hay una cantidad infinita de aves que parece todo increíble. También
en sus riberas crecen los bambúes, con los que los comerciantes fabrican
multitud de objetos para uso diario.
Ahora contaré brevemente algo de la provincia llamada del Tíbet, y es tan
vasto este territorio que contiene ocho reinos propios y multitud de ciudades y
pueblos. Hay también incontables ríos, lagos y montañas, donde abunda el oro.
Poseen mucha canela y jengibre y gran cantidad de especias, desconocidas en
nuestras tierras. Viven allí en esta región los peores hechiceros y astrólogos de
todas aquellas tierras, pues son capaces de realizar los hechizos más extraños, y
las cosas más imposibles que se hayan visto o escuchado nunca en ningún lugar.
Son cosas tan diabólicas, que no las relataré en este libro para no escandalizar a
los lectores. Sólo diré que pueden causar tormentas y tempestades, con rayos y
truenos, o, por el contrario, hacen desaparecer cualquier tempestad y hacer otras
miles maravillas.
Se encuentran también en esta región los perros más grandes del mundo, que
tienen el tamaño de un asno, y resultan muy útiles para cazar unos bueyes
feroces llamados beyamini, y hay también unos halcones muy veloces que cazan
como ningún otro. Como la provincia está convertida en un desierto se han
multiplicado en ella sobremanera las fieras salvajes, por lo que es muy peligroso
pasar por allí, sobre todo de noche. Sin embargo, los mercaderes y los viajeros
recurren a la siguiente argucia: cuando quieren acampar al caer el sol, toman
grandes manojos de cañas verdes, a las que prenden fuego para que ardan
durante toda la noche; cuando ya se han calentado un poco, saltan con tanta
fuerza y vigor de un lado a otro y crepitan con tanto estruendo, que su estrépito
se escucha a muchas millas a la redonda. Cuando las fieras salvajes oyen aquel
ruido espantoso les entra tanto pavor, que de inmediato se dan a la fuga, hasta
llegar a un lugar donde deje de escucharse aquel terrible estruendo. Así los
viajeros y mercaderes se libran durante las noches de estas alimañas. También
los hombres, cuando oyen este estrépito, experimentan un gran susto; además,
sucede que los caballos y los animales de los viajeros sienten tal pánico, y antes
�de acostumbrarse a los ruidos emprenden la huida de tal forma que muchos
mercaderes han perdido ya muchos animales.
Ahora contaré que después de atravesar aquel gran río, se llega a otra región
llamada Caragián. Está sometida al dominio del Gran Khan, y su rey es un hijo
de Kublai Khan llamado Cogacín. En esta tierra se encuentran grandes culebras
y serpientes inmensas, que son muy repugnates a la vista. Muchas de ellas tienen
diez pasos de longitud y catorce palmos de grosor, que parece cosa increíble.
Estas son las más grandes y cada una de estas serpientes tiene dos patas sin
pezuñas junto a la cabeza, aunque en su lugar tienen tres garras, dos pequeñas y
una grande, como las de los leones. La cabeza es enorme y sus ojos grandísimos,
como hogazas de pan. Su boca es de tamaño tan grande que puede engullir con
facilidad y de una sola vez a un hombre. Tiene colmillos larguísimos. Como
estas serpientes son tan espantosas y grandes y feroces, no hay persona, ni
hombre ni mujer, que no tenga miedo de acercarse a ellas, e incluso los animales
salvajes temen acercarse.
Ahora contaré la manera como las cazan. Estas serpientes monstruosas
permenecen todo el día en cavernas subterráneas a causa del calor, y salen de
noche, buscando todos los animales que puedan devorar; se dirigen a las
madrigueras de los leones, osos o animales semejantes, y se comen de un bocado
a los animales adultos y a sus crías, ya que ninguna bestia puede aguantar su
ataque y su fuerza. Después de haber comido van a buscar agua hasta los ríos o
las fuentes. Como son tan pesadas y tan gruesas, dejan como huella un surco tan
grande y tan ancho que parece que hubieran arrastrado por el arenal grandes
toneles llenos de vino. Los cazadores tienen en cuenta por donde pasan estos
monstruos y entonces durante el día entierran en la arena muchas estacas, en
�cuyo extremo están clavadas espadas de acero muy puntiagudas, que recubren
después de arena para que las serpientes no las vean. Así, cuando llega la noche
y las serpientes se lanzan a beber agua, mueren en el acto o reciben una herida
gravísima. Entonces aparecen los cazadores y, en primer lugar, extraen su hiel,
que venden a precios altos por su gran valor medicinal, ya que el que sufre la
mordedura de un perro rabioso y bebe de esta hiel sana por completo; asímismo,
la mujer que se encuentra en los dolores del parto y toma un poco de esta queda
fuera de peligro, y el que tiene una herida infectada, si se unta la hiel en el lugar
enfermo se cura perfectamente en pocos días.
Ahora que ya he hablado de estas provincias, pasaré a contar de otras
comarcas.
Cuando se avanza cinco días de camino desde la provincia de Caragián,
aparece la provincia de Ardandam, también sometida al dominio del Gran Khan.
Su ciudad principal se llama Ursián. En esta comarca se da oro al peso, por esta
razón acuden allí los comerciantes, que cambian el oro por plata y obtienen
muchas ganancias; también pagan con porcelana, que traen de la India. Sus
habitantes se alimentan de arroz y de carne y elaboran una excelente bebida de
arroz y de especias finas. Los hombres y las mujeres de la región llevan los
dientes recubiertos con láminas de oro finísimas, puestas de tal manera que
encajan perfectamente con la dentadura. Todos los hombres son guerreros,
dedicándose únicamente a las armas y a la caza de animales y aves, mientras que
las mujeres se cuidan por completo del hogar y tienen siervos comprados que
están a sus órdenes. En esta comarca no hay ídolos, sino que cada familia adora
a su progenitor ancestral, del que proceden los demás miembros de la familia.
Habitan en lugares muy salvajes, entre enormes montañas y selvas muy grandes.
Hablaré de otra provincia llamada Bengala, tal como ahora los lectores oirán.
Bengala se encuentra al sur, y cuando yo, Marco Polo, estuve en su corte en el
año 1290, no la había sojuzgado todavía el Gran Khan. Sin embargo sus ejércitos
ya trataban de conquistarla. Tienen rey por sí y hablan lengua propia. Todos los
habitantes de esta región son idólatras. Se alimentan de carne, arroz y leche.
Hay abundancia de algodón, jengibre, azúcar y otras muchas especias
aromáticas, y poseen unos bueyes que igualan en tamaño a los elefantes. El
pueblo es idólatra, y los hombres y mujeres se dibujan con alfileres y agujas la
cara, el cuello, las manos, el vientre y las piernas, y se dibujan allí figuras de
leones, dragones y toda clase de aves, y otras imágenes extrañas. Lo hacen de
manera muy habilidosa, de tal forma que las figuras se fijan en la piel y nunca
desaparecen. Consideran a quien posea más pinturas en su cuerpo como el más
�noble y más hermoso.
Después de salir de esta provincia se encuentran bastantes ciudades y muchas
aldeas que pertenecen a la provincia de Catai. He de decir que las muchachas de
Catai son las más castas y discretas del mundo, pues no danzan ni hacen
travesuras, no se la pasan todo el día al lado de la ventana para ver a los que
pasan, no van a las fiestas, y si tienen que ir a cualquier lugar, así sea a los
templos de sus ídolos o a visitar a sus parientes y amigos, siempre van en
compañía de su madre. No voltean a mirar a la gente, pues llevan en la cabeza
unos gorros que nos las dejan mirar a otro lado distinto de la dirección que
llevan sus pasos. Ante los mayores se portan con decencia y sensatez y jamás
dicen tonterías, y sólo contestan cuando las interrogan. En sus habitaciones
permanecen dedicadas a las labores que les corresponden. Muy rara vez se
muestran ante sus padres o sus hermanos o ante los ancianos del hogar. Tampoco
prestan ninguna atención a quienes pretenden hacerles galanteos.
Hacen en la provincia de Catai otra cosa que quisiera relatar. Aquí tienen
ochenta y cuatro ídolos diferentes, cada uno con su propio nombre. Dicen que el
Dios Supremo le ha otorgado a cada ídolo un poder especial; uno puede
encontrar las cosas perdidas; otro asegura la fertilidad de la tierra, otro protege
los rebaños, y así también para cada cosa existe un ídolo, para las cosas buenas
como para las malas. En el caso de los ídolos para las cosas perdidas, los
representan como dos pequeñas imágenes de madera que se parecen a unos niños
de unos doce años, y en el templo los cuida una anciana que es la que interroga a
los ídolos cuando se pierde alguna cosa. La mujer quema incienso y les pregunta
a los ídolos y estos le responden dónde se encuentra. Si sucede que se trata de
algo robado, la mujer revela el nombre de quien lo tiene. Si no lo devuelve, el
ladrón sufrirá un accidente.
Ahora quiero relatar cómo el Gran Khan tomó la ciudad de Saianfú, que se
encuentra en la provincia de Mangí, con la ayuda de Micer Nicolo, Micer Mafeo
y yo, Marco Polo. Esta ciudad de Saianfú se mantuvo tres años en rebeldía
contra Kublai Khan, y durante ese término no pudo ser tomada por los ejércitos
de los tártaros cuando conquistaron todo el resto de Mangi. El Gran Khan estaba
muy enojado con estas noticias y resultó que entonces estaba en su corte micer
Nicolo, mi padre, micer Mafeo, su hermano, y yo, Marco, con ellos.
Presentándonos los tres ante el rey, nos ofrecimos a construir unas máquinas que
se utilizaban en nuestras tierras y con las que podría hacer rendir sin remisión la
ciudad. Teníamos con nosotros a carpinteros cristianos, que fabricaron tres
catapultas excelentes, cada una de las cuales lanzaba piedras de trescientas
�libras; el rey, cargándolas en naves, las envió a su ejército. Cuando fueron
asentadas delante de la ciudad de Saianfú, la primera piedra que arrojó la
máquina sobre la plaza cayó sobre una casa y destrozó gran parte de la misma.
Los tártaros que estaban en el ejército, al verlo, quedaron estupefactos. Así,
lanzaron todos los días estas piedras con las catapultas, destrozando todo cuanto
quedaba bajo su peso. Los habitantes de la ciudad, al ver la destrucción,
quedaron aterrados y fueron todos presa del pánico; temerosos de ver destruida
tan gran ciudad por las máquinas y de morir ellos mismos a manos de los
tártaros o perecer bajo los derrumbamientos de las casas, enviaron mensajeros a
Kublai Khan y se entregaron como habían hecho los habitantes de las otras
ciudades. Y todo esto ocurrió gracias a las catapultas que mandaron construir
Micer Nicolo, Micer Mafeo y yo, Marco Polo. Dejando atrás este relato pasemos
a la gran ciudad de Quinsai, la gran capital de los reyes de Mangí.
Después de varias jornadas de camino se llega a la magnífica y noble ciudad
de Quinsai, que quiere decir “la Ciudad del Cielo”, gracias a su belleza,
excelencia e importancia. Es la mayor ciudad de todo el mundo y la principal en
la provincia de Mangí. En esta ciudad es posible gozar de placeres sin fin, y
quien entra allí llega a creer que se encuentra en el Paraíso. Yo, Marco Polo,
estuve en ella y observé con atención sus cualidades, y referiré de la manera más
detallada y tal y como las vi, en todo su esplendor y maravilla, pues es sin duda
la mejor ciudad que existe en todo el mundo.
Su perímetro abarca en circunferencia más de cien millas, pues sus calles y
canales son muy largos y amplios. Tiene doce mil puentes de piedra de tanta
altura, que las naves por lo general pueden pasar por debajo de ellos. La ciudad
se encuentra rodeada por un lago, de agua dulce y cristalina, y hay abundancia
de plazas cuadradas donde se organizan los mercados. Un enorme río penetra en
el interior de la ciudad a través de pequeños y grandes canales, desembocando en
el lago, para después seguir hacia el mar Océano, hacia donde arrastra todas las
basuras. Por eso allí el aire es el más saludable.
Existen en ella diez plazas principales, sin contar las otras de cada barrio, y en
cada una de estas plazas se reúnen, tres veces por semana, entre cuarenta y
cincuenta mil personas, que vienen al mercado llevando todo lo que se pueda
desear y en gran abundancia. Hay todo tipo de aves, de frutas y legumbres,
especias, y grandes cantidades de pescado. Quien viera la cantidad de pescado
pensaría que nunca se podrían vender, pero en pocas horas todo desaparece, pues
allí habita una multitud de personas que viven con desahogo y pueden comer
carne y pescado en una sola comida.
�Además, a lo largo de las calles principales, que atraviesan la ciudad de un
extremo a otro, hay muchas casas y grandes palacios rodeados de hermosos
jardines. A un lado de los palacios se pueden ver las casitas de los artesanos que
trabajan en sus tiendas. Hay doce principales oficios en la ciudad, y cada uno
cuenta con doce mil tiendas, y es tan grande el número de artesanos y
mercaderías, que parece cosa increíble a quien no lo haya visto.
He de decir también que todas las calles de la ciudad están pavimentadas con
piedras talladas y ladrillos, de tal manera que toda la ciudad está limpia y muy
cuidada, y cada calle tiene una anchura de diez pasos de lado a lado. Por estas
calles pavimentadas van y vienen grandes coches provistos de cortinas y cojines
de seda, que pueden llevar hasta seis personas. Todos los días, tanto hombres
como mujeres toman estos carruajes para pasear en ellos, de tal modo que es
infinito el número de carruajes que atraviesa la ciudad. Sus ocupantes después se
dirigen a los jardines, donde encuentran pabellones especiales, donde
permanecen todo el día en compañía de sus damas y en la noche regresan a sus
casas en los mismos carruajes. Hay también cuatro mil aguas termales, saunas y
estanques donde los hombres y las mujeres reposan deliciosamente varias veces
al mes, y son los lugares más bellos y grandes del mundo, pues allí pueden
bañarse más de cien mujeres y cien hombres al mismo tiempo. Hay en Quinsai
tantas familias que su número alcanza la suma de un millón y sesenta mil.
Debo añadir que yo, Marco Polo, estuve en tres de las nueve provincias de la
región de Mangí: en Yangiú, en Quinsai de la que he escrito con anterioridad, y
en Fingí, pues mi camino atravesaba estas tierras. En cuanto a las otras seis,
escuché y tuve conocimiento de muchas otras noticias maravillosas que ahora
podría contar. Pero ahora dejo de escribir de los otros reinos de Mangí, pues en
caso de describir cada uno y punto por punto serían excesivos los detalles de este
libro. Y todo ha sido como lo he contado, con entera verdad.
Es preciso que pase ahora a relatar los hechos concernientes a la India, donde
yo, Marco Polo, residí largo tiempo, y donde hice tantas investigaciones y tantas
averiguaciones que por todo lo que vi y oí ningún otro hombre podría contarlas
mejor y con tanta verdad. Algunas de las cosas que aquí voy a contar son tan
maravillosas y extrordinarias que quienes las escuchen quedaran asombrados.
Las iré exponiendo en correcto orden, tal como las vi y describí, pues las
conozco a la perfección. Así comenzaré sin falsedad, como lo podrá oír y
comprobar quien lea.
�AQUÍ ACABA EL SEGUNDO LIBRO ESCRITO POR MARCO POLO DE VENECIA
*
��AQUÍ EMPIEZA EL TERCER LIBRO
Después de haber escrito de tantos reinos, comarcas y provincias, ahora
comenzaré a relatar sobre las cosas maravillosas que se encuentran en la India, a
describir su tierra y las costumbres de sus gentes. Hablaré de las muchísimas
islas que hay en el mar Océano, situadas al oriente de las regiones que ya hemos
recorrido. Y, para comenzar, hablaré de la primera de estas islas y que se llama
Cipango.
Cipango es una isla al oriente en alta mar, que se encuentra a mil quinientas
millas de la costa de Mangí y de tierra firme. Es de una extensión grande en
extremo y sus habitantes son de tez blanca y de linda figura, y son muy amables.
Son idólatras y tienen rey, pero no son súbditos de nadie más. Allí se encuentra
oro en grandísima abundancia, pero ninguno lo saca fuera de la isla, por lo que
pocos mercaderes arriban allí y rara vez llegan a sus puertos naves de otras
regiones. Es maravillosa la cantidad de oro que allí uno puede encontrar, hasta el
extremo que sus habitantes no saben qué hacer con tanto oro.
Como esto es verdad, contaré sobre el magnífico palacio que posee el Señor
de esta isla. Se trata de un gran palacio techado con placas de oro muy fino, tal
como en nuestras tierras se recubren de plomo las iglesias. Hay tanto oro y de
tan buen valor que es imposible contar su cantidad, y nadie en todo el mundo
podría adquirirlo. También contaré que las ventanas de ese palacio están todas
recubiertas de oro, y el piso de las salas y de muchas habitaciones es también de
oro, y tiene más de dos dedos de grosor. Es tan magnífico y desmesurado el
valor de este palacio que nadie podría calcularlo. Tienen además muchísimas
perlas redondas y gruesas y de color rojo, que en precio y valor superan a las
perlas blancas. También hay muchas piedras preciosas, por lo que la isla de
Cipango es rica a maravilla.
Y fue precisamente al prestar oídos a los mercaderes que le narraban las
riquezas de Cipango, que el Gran Kublai Khan, quien todavía reina, quiso
conquistar y someter estas tierras a sus dominios. Pero, después de una gran
batalla, los ejércitos del Gran Khan se vieron derrotados sin poder tomar la isla.
Así ocurrió y fue verdad, pero dejaré de hablar de esto y seguiré con el tema de
nuestro libro.
Los lectores de este libro han de saber que todos los ídolos de la región de
�Catai, de la región de Mangí, y de estas islas de la India, son muy parecidos,
aunque a veces son distintos entre unas y otras regiones. En el caso de esta isla
de Cipango hay muchos ídolos que tienen cabeza de buey, otros cabeza de cerdo
y otros de carnero, perro y aún otros de diversos animales. También hay algunos
ídolos que tienen cuatro caras en una sola cabeza; hay otros que tienen tres
cabezas, una sobre el cuello y otras dos a cada lado de los hombros; algunos, en
fin, tienen cuatro manos, otros diez, otros cien; y el ídolo que tiene mil manos se
le considera el mejor y el que tiene más poder. Cuando se les pregunta a los
habitantes de Cipango por qué los ídolos son tan diferentes entre sí, por lo
general responden que así lo han transmitido sus antepasados, y que así ellos
quieren transmitirlo a sus hijos y practicar y creer lo mismo que siguieron sus
antepasados, de generación en generación.
No quiero mencionar nada en cuanto a lo que se refiere a los ritos de estos
idólatras, pues son cosas tan extrañas y con tanta intervención de los demonios
que no quiero relatarlos en este libro, pues tendría que relatar cosas horripilantes
y abominables para los oídos de los cristianos. Por esta razón dejaré aparte todo
lo que respecta a estas costumbres y cambiaré de tema.
El mar donde está la isla de Cipango se llama mar de Cin, que qujiere decir
“el mar que está al frente de Mangí”, ya que la provincia de Mangí está en su
costa. En el mar donde está Cipango hay otras muchísimas islas, y es un mar tan
amplio que los marineros y pilotos que navegan por aquella región dicen haber
contado siete mil cuatrocientas cuarenta y ocho islas, la mayor parte de las
cuales está poblada por hombres. En todas estas islas los árboles son de unas
especias que dan muchos y suaves perfumes, pues allí no crece ningún arbusto
�que no sea muy aromático y provechoso, así como muchos otros árboles más
útiles que los bosques de áloe.
Hay también infinitas especias, y entre estas una pimienta blanquísima como
la nieve, y muchísmima abundancia de la negra. Esta pimienta blanca no crece
en ningún otro lugar del mundo. Tienen estas islas mucha cantidad de oro y es
incalculable la cantidad de mercancías preciosas que poseen. Sin embargo, los
mercaderes de otras partes rara vez navegan por allí, pues pasan un año completo
en el mar, ya que van en invierno y vuelven en verano. Sólo dos vientos reinan
en aquel mar, uno en invierno y otro en verano. También está esta región muy
distante de las costas de la India.
Pero ahora ya no interesa seguir hablando de aquellas regiones ni de aquellas
islas, pues están demasiado lejos y, como yo, Marco Polo, no estuve allí,
concluyo en este punto mi narración y retomo el itinerario.
Después de navegar a lo largo de un golfo que se llama Cheynam se llega a la
comarca de Ciambá. Esta es una tierra muy grande y muy rica, tiene su propia
lengua y su propio rey y todos sus habitantes siguen la idolatría. Ahora contaré
algo digno de mencionarse, pues en el año del Señor de 1278 el Gran Kublai
Khan envió a uno de sus príncipes con un gran ejército para someter aquella
comarca a su dominio, pero no pudo tomar ni ciudades ni castillos. No obstante,
como este ejército devastaba su tierra alrededor, el rey de Ciambá prometió
pagar un tributo anual al Gran Khan si aceptaba dejarlo en paz. Después de
llegar a un acuerdo, el ejército del Gran Khan se retiró de sus tierras y el
monarca de Ciambá le envía todos los años veinte elefantes muy hermosos al
Gran Khan. Yo, Marco Polo, estuve allí en esta provincia en el año 1285, y me
encontré a este rey anciano que tenía trescientos veintisiete hijos entre varones y
mujeres. Encontré también en esta región muchísimos elefantes y áloe en
grandísima abundancia, así como también bosques de una madera negra y muy
hermosa llamada bonus, con la que sus habitantes elaboran hermosísimas figuras
de ajedrez, como muchos otros objetos.
Dejando atrás la provincia de Ciambá, y después de navegar mil quinientas
millas, se llega a una enorme isla llamada Java, y que es la mayor isla que existe
en todo el mundo según afirman los marineros, quienes lo saben por experiencia
propia, pues esta isla tiene de circunferencia tres mil millas. En esta isla hay un
rey que no paga tributos a nadie. Toda la isla es de una gran riqueza y hay
extraordinaria abundancia de pimienta, nuez moscada, clavo y otras valiosas
especias. Acuden a ella muchos mercaderes, ya que obtienen grandes ganancias,
pues los tesoros y las riquezas que se encuentran allí nadie las podría imaginar.
�Pero ya he hablado suficiente de esta tierra, la dejaré atrás y seguiré adelante
para hablar ahora de la isla de Java la Menor.
No crean los lectores que se trata de una isla muy pequeña, pues tiene dos mil
millas de circunferencia. Hay en esta isla ochos reinos y yo, Marco Polo, estuve
en seis: Ferlec, Basmán, Sumatra, Dragoián, Lambrí y Fausur. Cada uno tiene su
propio rey y tienen también lengua propia. Todos los habitantes son idólatras, y
hay abundancia de toda clase de especias, de las que nunca se ha visto nada igual
en todo el mundo. Ahora contaré algo extraño que sucede en el reino de Basmán,
que limita con el reino de Ferlec. Sus habitantes dicen que son súbditos del Gran
Khan, pero la verdad es que no pagan tributos, pues los mensajeros del Gran
Señor nunca alcanzan a llegar hasta allá. Sin embargo, estos habitantes le envían
al rey los regalos más extraños, tales como elefantes y unicornios y sobre todo
unas aves rapaces negras. Tienen gran cantidad de elefantes salvajes y
unicornios, más pequeños que los elefantes. Estos unicornios tienen la piel como
de búfalos y las pezuñas como las de los elefantes, con un gran cuerno de color
negro en mitad de la frente. Sin embargo, no atacan a la gente con el cuerno sino
con la lengua y las patas, pues tienen en la lengua unas espinas largas y afiladas.
Llevan la cabeza siempre baja y son bestias de aspecto horrible. Estos animales
no se parecen en nada a los unicornios de los que hablan las leyendas en nuestras
tierras, y lo cierto es que se comportan de manera muy distinta a lo que nosotros
creemos.
Ahora, después de hablar de aquel reino de Basmán, hablaré del siguiente
reino que se llama Sumatra. En ese reino permanecí yo, Marco Polo, durante
cinco meses con mis compañeros, porque el tiempo era favorable para la
navegación. Mandé construir allí una fortaleza de madera con empalizadas y
rodeada de fosos profundos, por temor de aquellas gentes bestiales que devoran
a los otros humanos.
Tienen los mejores peces del mundo y poseen unos árboles pequeños que se
parecen a las palmas y de los que sacan un vino de muy buen sabor. En una
determinada época del año hacen una incisión en las ramas y atan en cada tronco
una jarra. Este líquido fluye con tanta abundancia, que entre el día y la noche se
llena la jarra atada a la rama. Usan este líquido como vino y lo cosechan en gran
cantidad; además es tan medicinal que cura a los hidrópicos y a los que sufren de
tos o de melancolía. Tienen también otro licor semejante al vino, un líquido
azucarado que extraen de unas nueces de India tan grandes como una cabeza
humana, que tienen en el centro una parte carnosa y fresca, y este es el líquido
que siempre beben aquellas gentes.
�Pero ahora que ya hablé de este reino, cambiaré de asunto para hablar algunas
cosas extrañas que encontré en otro reino llamado Lambrí.
Hay allí muchas especias valiosísimas y otra cosa extraordinaria que ahora
contaré. En aquel reino hay unos hombres que, a pesar de no tener pelo en el
cuerpo, les crecen unas colas como a los perros, y tienen un palmo de longitud.
Hay allí muchos de estos hombres que viven muy lejos, y no habitan en las
ciudades sino en las montañas. Hay también muchos unicornios y otros animales
extraños.
Después de viajar hacia el occidente se encuentra otra isla, grande y muy rica,
llamada Angamán. Tampoco hay allí ningún rey y sus habitantes son idólatras y
sucede allí algo extraordinario, que es muy importante que aparezca escrito en
este libro. Pues es la verdad cuando cuento que todos los habitantes de esta isla
tienen cabezas, y ojos y dientes de perro, y los lectores no deben dudar de lo que
digo, pues puedo asegurar que sus cabezas son en todo iguales a las de los
grandes perros. Tienen allí muchas especias, y se alimentan de arroz, sorgo y
leche, así como de todo tipo de carne. Hay también las llamadas nueces del
faraón, manzanas del Paraíso y muchos otros frutos muy distintos a los de
nuestras tierras. Pero ya que he hablado de este extraño pueblo, hablaré de otra
�isla llamada Ceilán.
Después de navegar otras mil millas en dirección occidente se llega a la isla de
Ceilán, la más grande del mundo, pues tiene unas dos mil cuatrocientas millas de
circunferencia. Sin embargo, en la antigüedad había sido mayor, ya que, como es
común en aquellas regiones, su perímetro alcanzaba las tres mil seiscientas
millas. Pero sopló tantas veces un fuerte viento sobre la isla y a lo largo de
muchos años, con tanto ímpetu y tanta fuerza, que se derrumbaron buen número
de acantilados, y mucho territorio de la isla se perdió bajo el mar.
Una cosa extraordinaria de esta isla es que se encuentran las piedras preciosas
más extraordinarias que llamamos rubíes, y nada igual se encuentra en ninguna
otra parte del mundo. Tienen allí también muchos zafiros, topacios, amatistas y
muchas otras piedras preciosas. Y puedo asegurar sin mentir que su rey posee el
más bello rubí que jamás se haya visto en el mundo y que no creo se pueda ver
otro igual, pues es de un palmo de longitud y es tan grueso como el brazo de un
hombre. Es la joya más maravillosa que haya existido y es resplandeciente y
carece de toda impureza, de modo que parece un fuego ardiente.
Cuando el Gran Kublai Khan se enteró de la existencia de este rubí, envió sus
mensajeros ante el rey para pedirle que le entregase la maravillosa joya, y que si
la entregaba estaba dispuesto a darle el precio de una ciudad. Pero el rey de
Ceilán respondió que la piedra era de sus antepasados y que no la daría jamás a
ningún hombre.
Con esta respuesta, los embajadores regresaron donde Kublai Khan y yo,
Marco Polo, era uno de aquellos. Y puedo asegurar que vi con mis propios ojos
aquel rubí. Como no hay ninguna otra cosa digna de contar en este reino, hablaré
de una provincia llamada Maabar.
La gran provincia de Maabar se llama también India la Mayor. No es una isla,
sino tierra firme, y los lectores de este libro han de saber que es la tierra más
noble y rica que exista en todo el mundo, y lo digo sin mentir. En su reino hay
las perlas más grandes y de la mejor calidad como ninguna otra. Han de saber
también que frente a tierra firme y otra isla hay un golfo donde obtienen las
perlas, pero donde hay unos peces enormes que pueden devorar a los pescadores
de perlas.
Pero estos evitan el peligro de la manera como relataré. Los pescadores llevan
consigo a unos magos llamados brahmanes, quienes por medio de hechizos y
encantos hipnotizan a estos inmensos peces, de tal forma que no pueden hacer
ningún daño a los pescadores. Como la pesca de las perlas es sólo durante el día,
�estos magos hacen sus encantamientos sólo por este tiempo y el hechizo se
rompe al llegar la oscuridad. Y han de saber también que estos brahmanes
pueden encantar cualquier clase de animal, ave o animal terrestre. Y así es como
pueden pescar estas maravillosas perlas que le dan abundante riqueza a este
reino.
Contaré otra cosa de este reino que es una maravilla. Aquí adoran a los ídolos
y en la mayor parte adoran al buey, pues aseguran sus habitantes que este animal
es un ser benéfico, porque trabaja la tierra y hace crecer las cosechas. Por esta
razón, nunca intentarían comer carne de buey ni matarlo. Hay otra costumbre en
estos reinos y es que tanto el rey como sus príncipes se sientan directamente
sobre la tierra. Si alguno les pregunta por qué lo hacen así, responden que así se
acomodan mejor y que la tierra es algo honorable, ya que de la tierra fuimos
hechos y a la tierra vamos a regresar, y por esta razón todo el mundo debe
honrarla y nadie debe despreciarla.
Hay también entre los habitantes de estas comarcas muchos que son expertos
en un arte llamado fisonomía, que enseña a conocer a mujeres y hombres por las
características de sus rasgos y sus cualidades, de tal forma que ellos saben de
inmediato si se encuentran frente a una buena o mala persona. Conocen además
el significado de cualquier encuentro con un pájaro y de todos los augurios,
sabiendo siempre si sucederá algo bueno o malo. Por ejemplo, si un viajero
escucha en su camino que alguien ronca o estornuda, debe detenerse de
inmediato. Si el otro vuelve a estornudar, el viajero considera que es buena señal
y sigue el camino. Si, por el contrario, el extraño no estornuda el caminante lo
entiende como mal agüero y regresa de inmediato a su casa, abandonando el
viaje.
Yendo más allá del reino de Maabar se encuentra, a mil millas de distancia, el
reino de Mutifilí, que no es tributario de nadie, y lo gobierna una sabia reina. Sus
habitantes se nutren de carne, leche y arroz y son idólatras. En algunas montañas
de este reino hay abundancia de diamantes y ahora contaré cómo los consiguen.
Si hay lluvia, los hombres se acercan a los torrentes por los que baja el agua
de las sierras, y cuando el agua desaparece escarban la arena y hallan muchos
diamantes. Pero cuando llega el verano, cuando no hay ni una gota de agua,
durante los mayores calores los consiguen de la siguiente manera: los buscadores
suben a la cima de las montañas donde hay muchos diamantes. Pero lo hacen
con enormes penalidades, a causa del asfixiante calor que allí reina, y también
debido a las grandes serpientes, que en aquel lugar hay en cantidades infinitas, y
son tan gruesas que cuando los buscadores van allí lo hacen con miedo, y
�muchas veces son devorados por estas. Debo agregar que estas serpientes son tan
venenosas que nadie se atreve a llegar hasta sus nidos, pues parecería que están
allí para proteger los diamantes.
Ahora contaré de la otra forma de obtener estos diamantes. En aquellos valles
abruptos hay también abundancia de águilas blancas que anidan en las sierras y
que se alimentan de las serpientes. Por lo tanto, aquellos que quieren alcanzar los
diamantes arrojan al fondo de estos riscos trozos de carne mojados en sangre. En
cuanto cae allí, la carne queda adherida a los diamantes. Cuando las águilas ven
la carne al fondo de los valles la agarran y la llevan a otro lugar, sujeta entre sus
garras. Entonces, los que vigilan las águilas corren allá donde se han posado, si
el lugar es accesible, y las ahuyentan y con frecuencia encuentran varios
diamantes adheridos a estos trozos de carne.
Ya los lectores han escuchado de las maneras que tienen de encontrar aquellos
diamantes. Y han de saber también que estas piedras sólo se encuentran en este
reino, sin que sea posible para ninguno encontrarlas en otra parte.
Ahora que ya he terminado de hablar de todo esto, parto de nuevo para seguir
adelante con este libro, y describiré las cosas que llevan a cabo los Brahmanes,
que es lo que describiré a continuación.
Lo primero que diré es que los Brahmanes son los hombres más honestos,
pues abominan la mentira, y por nada del mundo dirían una falsedad, aún a
riesgo de perder la vida. Son también muy castos, no se sirven vino ni carne, no
matan ningún animal, y no llevan a cabo ninguna cosa que consideren como
pecado. Son idólatras y observan todos los augurios. Así, por ejemplo, cuando
quieren comprar algo, miden primero su propia sombra al sol y según las reglas
de la superstición cierran o no el trato. Son muy parcos al comer y hacen grandes
ayunos. Son muy sanos, y tienen las dentaduras hermosas pues acostumbran a
masticar una hierba que los ayuda a la digestión y a todas las funciones del
cuerpo. Hay entre ellos unos monjes llamados ciugui, que observan una vida
durísima, por devoción a los ídolos, y pueden vivir entre ciento cincuenta y
doscientos años. La salud la encuentran por la gran abstinencia en la comida y la
bebida. Van totalmente desnudos y no se cubren parte alguna del cuerpo. Adoran
el buey. Y cada uno lleva una piel de buey o una pequeña imagen en cobre de
este animal ceñida a la frente. No comen sobre hojas verdes ni tampoco se
alimentan de frutos verdes o de hierbas verdes o de raíces verdes, ya que
aseguran que todo lo que es verde tiene vida, por lo que no quieren comerlo, por
temor a cometer un gran sacrilegio al matarlo. Tampoco y por la misma razón se
atreven a dar muerte a ningún animal grande o pequeño.
�Ahora que los lectores conocen lo referente a las costumbres de estos
sacerdotes, quiero contar una hermosa historia que sucedió en la isla de Ceilán y
que olvidé relatar. Estoy seguro que cuando la escuchen, la considerarán como
algo extraordinario.
Tal como ya se ha dicho Ceilán es una isla bella y grande. Allí hay unas
altísimas montañas y dicen que allí se encuentra el sepulcro de nuestro primer
padre Adán. Sin embargo, los idólatras creen que es el sepulcro de Sagamoni
Burcan (Buda). Según dicen, él fue el mejor de los hombres que nunca existió y
el primero que los habitantes tuvieron como hombre santo. Era hijo de un rey
muy poderoso, pero llevaba una vida tan santa que nunca quiso ninguna de las
cosas del mundo. Su padre le ofreció todo el reino, pero él siempre lo rechazaba.
Era un ser tan delicado que nunca había visto un muerto ni a un hombre
enfermo ni viejo, pues además su padre nunca permitía que saliera del palacio.
Sin embargo, un día que su padre le dio permiso de salir acompañado, vio en la
ciudad un cortejo fúnebre. Como nunca había visto algo semejante, preguntó de
qué se trataba y cuando le dijeron que era un muerto, no pudo creer que los
hombres tuvieran que morir. Salió de allí, siguió cabalgando y se encontró con
un hombre viejo, que casi no podía andar y no tenía dientes. Preguntó entonces
qué era y cuando le contestaron que era un hombre viejo, no pudo creer que los
hombres tuvieran que envejecer. Entonces cuando regresó al palacio, se propuso
iniciar la búsqueda de la perfección. Una noche abandonó en secreto el palacio y
se refugió en las más altas montañas del reino, permaneciendo allí en soledad
durante toda la vida y realizando los mayores ayunos. Finalmente, cuando murió,
su padre se entristeció tanto que mandó esculpir su imagen en piedras preciosas
y la envió a todos los rincones de su reino para que la adoraran.
Por eso aquí los habitantes aseguran que se trata de Dios y que ha muerto
ochenta y cuatro veces, pues cuando murió la primera vez se transformó en buey,
murió de nuevo y se convirtió en caballo, después en mono, y así hasta que
murió las ochenta y cuatro veces que he dicho. Y en cada muerte se
transformaba en un animal distinto, hasta que se convirtió en Dios, y lo
consideran el más grande de todos los dioses. Por eso adoran su imagen y, según
dicen, de él descienden todos los otros dioses de aquellas tierras. Y esto sucedió
en Ceilán, que forma parte de la India.
Pero he decir también que los que lo adoran van allí al monte en
peregrinación, como hacen los cristianos al lugar donde yace el Señor Santiago
de Galicia. Estos adoradores aseguran además que los dientes, los cabellos y el
plato para comer que allí se encuentran son las reliquias de este santo. Pero los
�sarracenos dicen que aquellas son las de nuestro padre Adán. Pero sólo Dios
sabe de quién se trata, y nosotros no podemos creer que se trate de Adán, pues
las escrituras de la Iglesia aseguran que nuestro padre Adán murió en otra parte
del mundo.
Pero ahora que ya relaté con orden toda la verdad de esta historia, cambio de
asunto para hablar de otro reino llamado Coilum.
En aquel reino viven muchos cristianos, judíos e idólatras y poseen una lengua
propia. Hay también allí pimienta en extrema abundancia y gran cantidad de
excelente índigo, que sirve para la tintorería y se extrae de una hierba que ponen
a secar al sol, que es muy fuerte y caluroso. Es verdad que en aquella región
resulta penoso vivir por este excesivo calor que hace. Pues el agua es en efecto
tan calurosa que si se pone un huevo en el río cuando el sol está más vertical, al
poco tiempo quedará cocido perfectamente antes de que uno se aleje del lugar.
Hay también en esta tierra muchos animales maravillosos y diferentes de
todos los que se ven en otras partes del mundo. Pues hay unos leones que son
negros por completo, sin otro color. Hay papagayos sin manchas, blancos como
la nieve, aunque tienen rojas las patas y el pico. Hay también papagayos de
diversas clases, más hermosos que los que nos traen del otro lado del mar. Hay
gallinas distintas en todo a las de nuestras tierras. Así, todo lo que aparece en
esta región es completamente diferente a lo que se da en las demás regiones del
mundo, como las aves, los animales y las especias. Y sucede todo esto, según
dicen, por el extremo calor de estas regiones.
Ahora han de saber los lectores que todos los reinos y provincias de las que
hasta aquí he hablado forman parte de la India Mayor, que es la tierra más
extraordinaria del mundo. Pero debo decir que sólo he hablado de las ciudades
que quedan a la orilla del mar y no he hablado de las otras que se encuentran en
su interior. Pues si lo hiciera así, este libro se alargaría demasiado. De aquí en
adelante hablaré de algunas otras islas que forman parte de la India, empezando
por dos islas especiales a las que llaman Isla Hombre e Isla Mujer, tal como
ahora lo contaré.
Más allá del reino de Kesmacorán, a cincuenta millas en alta mar, se
encuentran hacia el sur dos islas, distantes entre sí unas treinta millas. En una
habitan sólo hombres, sin mujeres, y en su lengua la llaman la isla Hombre; en la
otra, por el contrario, habitan mujeres sin hombres, y la llaman la isla Mujer. Los
habitantes de las dos islas forman una comunidad y son cristianos, con la fe y las
costumbres del Antiguo Testamento. Las mujeres no van nunca a la isla de los
�hombres, pero los hombres van a la isla de las mujeres y viven con ellas durante
tres meses seguidos. Reside cada hombre en su casa con su esposa, y después
retorna a la isla Hombre, donde permanece el resto del año. Si las mujeres tienen
una niña, la cuidan y se quedan con ella hasta que tiene edad para casarse. Pero
si tienen un hijo varón lo tienen en sus casas hasta cuando cumple los catorce
años, y después lo envían a sus padres, a la isla Hombre. Las mujeres alimentan
a sus hijos y cuidan algunos frutos de la isla, pues en cuanto a todo lo
relacionado con su sustento les corresponde a los hombres proveer todo lo
necesario. Cuando los hombres están en la isla de las mujeres se encargan de
sembrar los granos, pero son las mujeres quienes después recogen las cosechas.
Son excelentes pescadores y cogen infinitos peces, que venden frescos y secos a
los mercaderes, y así obtienen grandes beneficios, aunque reservan gran cantidad
para ellos mismos. Se alimentan también de leche, carne, y arroz. En este mar
hay gran abundancia de ámbar y se pescan en sus aguas muchos cetáceos.
Como ya relaté las costumbres de estas islas, sin que haya nada más que
mencionar, partiré de nuevo y les contaré sobre una isla llamada Scotra, que se
encuentra a cincuenta millas de las dos islas anteriores.
Los habitantes de estas islas son cristianos y tienen arzobispo. Y diré que estos
cristianos son los hechiceros y nigromantes más expertos de toda la tierra. Y
aunque su arzobispo les prohiba la magia y hacer encantamientos, ellos dicen
que así lo hicieron sus antepasados y que ellos lo seguirán haciendo. Para que los
lectores entiendan mejor estos encantamientos, les diré que si por alguna razón
un barco pirata causa algún daño a la isla, los magos lo retienen en ella mediante
un embrujo, de tal forma que su barco nunca logra zarpar del puerto hasta que no
devuelva lo que ha robado. Y pueden estar seguros de que aunque un barco
despliegue todas sus velas y haya vientos favorables, aquellos magos trayendo
los vientos contrarios obligan al barco a volver, pues pueden hacer que sople el
viento que ellos quieran. También pueden calmar las aguas o desencadenar todas
las tempestades. Y pueden hacer tantas hechicerías y tantos maravillosos
ensalmos que no los describiré en este libro, pues hacen tales cosas con estos
mismos que quien lo oyera quedaría escandalizado. Por eso dejo este asunto aquí
y paso a hablar de la isla Mogedaxo, la isla Zanzíbar y otras islas más lejanas, en
dirección al sur.
La isla de Mogedaxo es una de las mayores y más ricas islas del mundo.
Abarca su circunferencia cuatro mil millas. Sus habitantes son sarracenos y
observan la ley del miserable Mahoma. No tienen rey, sino que se ha confiado el
gobierno de toda la isla a cuatro ancianos y en ella hay más elefantes que los que
�se pueda encontrar en cualquier otra región de la tierra. Han de saber que en
ninguna otra parte del mundo entero hay tráfico de colmillos de elefante como
aquí y en la isla de Zanzíbar. Sus habitantes sólo comen carne de camello, pues
descubrieron que era más sana que cualquier otra carne; en efecto, hay tanta
cantidad de camellos que, quien no lo haya visto con sus propios ojos, no podría
creerlo.
Contaré ahora algo verdadero que se encuentra en las restantes islas hacia el
sur. Según cuentan los pocos navegantes que han llegado hasta esos extremos,
allí habitan unos pájaros terribles y extraordinarios llamados grifos, que sólo
aparecen durante algunas épocas del año. Pero no crean que se parecen a los
grifos de los que habla la gente de nuestras tierras, representándolos mitad aves y
mitad leones. Yo, Marco Polo, pregunté si aquellas aves eran los mismos grifos
de nuestras tierras, los habitantes respondieron que no era ningún animal
terrestre, sino que eran como águilas, aunque increíblemente gigantescas. Los
que las han visto aseguran que las plumas de una de sus alas miden doce pasos
de longitud.
Para que los lectores tengan una idea contaré lo que dicen por aquí, así como
yo mismo lo pude comprobar. Este animal tiene tanta fortaleza que, apresando
un elefante entre sus garras, lo eleva por el aire, desde donde lo suelta para que
se desplome y su cuerpo se deshaga contra la tierra, para después caer sobre el
elefante y devorarlo hasta quedar satisfecho. Yo, Marco Polo, cuando oí hablar
por primera vez de estas aves, pensé que eran grifos de nuestras tierras. Y
cuando el Gran Kublai Khan envió unos mensajeros a aquellas islas, estos
trajeron a su vuelta una pluma del pájaro llamado Ave-roc, y yo, Marco Polo, la
medí, comprobando que medía noventa manos de longitud. Volviendo al ave
grifo, sólo diré que los habitantes de aquellas islas lo llaman roc, y no han oído
hablar nunca de los otros grifos, pero a mí me parece que, por el gigantesco
tamaño de esos pájaros, debe ser el mismo de nuestro grifo.
Ahora después de abandonar la India Mayor, que va desde Maabar hasta
Kesmacorán, compuesta por trece reinos, han de saber los lectores que la India
Menor va desde Ciambá hasta Mutifilí, compuesta por ocho reinos, y de nuevo
advierto que muchos reinos no entraron en estas descripciones. Ahora pasaremos
a la India Media y hablaré de la provincia de Adén.
Esta provincia de Adén tiene un rey al que sus habitantes llaman Sultán. Los
habitantes de esta región son todos sarracenos y tienen odio contra los cristianos.
Hay allí multitud de ciudades y aldeas. Hay un puerto excelente, al que arriban
muchas naves de la India que compran las especias para llevarlas a Alejandría;
�durante una semana las transportan por el río, después las cargan en camellos y
las llevan durante treinta jornadas de camino en camellos, hasta que llegan al río
que pasa por Alejandría, que llaman Nilo, donde las embarcan de nuevo en otras
naves, y finalmente llegan hasta Alejandría. Este es el camino más fácil y más
corto que pueden tomar los comerciantes que traen mercancías y especias desde
la India a Alejandría, y también por esa ruta los comerciantes llevan caballos a la
India.
Otra cosa que han de saber los lectores es que los barcos de Adén, y de otras
regiones que navegan por el mar de la India, naufragan con mucha facilidad.
Pero ¿qué creen que hacen los mercaderes y los que navegan en sus barcos?
Cargan en sus navíos muchas bolsas de cuero cosido, y cuando descubren que el
tiempo y el mar se ponen amenazadores llenan estas bolsas con todas sus piedras
preciosas, ropas y tejidos, poniendo también adentro todo lo necesario para
sobrevivir. Los atan unos a otros de tal forma que, si la nave se hunde en el mar,
ellos se mantienen encima de las bolsas, hasta que la corriente los lleva a tierra
firme. A veces llegan así a la costa, aunque se encuentren a muchas millas de
distancia.
Ahora, dejando el territorio del Sultán, hablaré de algo que hará extrañar a los
lectores y que sucede en la ciudad de Escier, que pertenece a la misma provincia
de Adén. He de contar que allí todo el ganado de sus habitantes, es decir,
corderos, bueyes, camellos o asnos, se alimenta de pescado. Lo hace así porque
en sus tierras no hay pastos verdes, pues se trata del lugar más seco de todo el
mundo. Además sus animales también comen pescados vivos, inmediatamente
los sacan del agua.
Hasta aquí he terminado de relatar acerca de la India y algunas de estas
comarcas de Etiopía, por lo que ahora, antes de poner fin a este libro, quiero
tomar el camino de regreso por unas regiones excelentes de la Gran Turquía, que
se extienden en las partes extremas del Norte, de las que había dejado de hablar
en su momento en los libros anteriores por un afán de brevedad.
En unas tierras situadas en los confines del Norte, más allá del Polo Ártico,
habitan muchos tártaros sometidos a un soberano que desciende del linaje del
Gran Khan. Estos conservan las ceremonias y costumbres de sus antiguos
antepasados, que son los verdaderos y auténticos tártaros. Este pueblo no habita
ni en aldeas ni en villas ni en ciudades, sino en los montes y en las campiñas de
la región. De estos tártaros existe una inmensa muchedumbre y viven en paz,
pues su rey, a quien todos obedecen, los mantiene en calma. Poseen gran número
de camellos, caballos, bueyes, ovejas y animales. Hay allí osos blancos y negros
�por completo, de muy gran longitud, por lo general de veinte palmos. Hay
zorras, negras y muy grandes. Hay asnos salvajes en gran cantidad. Hay también
animales pequeños que tienen una piel suavísima en extremo; estas pieles se
llaman cibelinas.
En las regiones de esta tierra bajo el dominio del rey antes mencionado se
extiende otra zona montañosa, habitada por hombres que cazan animales
pequeños, pues hay allí innumerable cantidad armiños, ardillas, veros, zorras
negras y otros animales semejantes, de todos los cuales se ha dicho antes. Los
moradores de estas montañas saben cazarlos con tanta maña e ingenio, que
pocos son los que logran escapar de sus manos.
Han de saber que ni los caballos, ni los bueyes, asnos y demás animales
pesados, transitan por estos lugares porque la región tiene en su llanura grandes
lagos y fuentes y a causa del enorme frío de la zona estos siempre están
cubiertos de hielo, y tampoco este hielo tiene tanta consistencia como para poder
soportar el peso de carretas o animales grandes. Toda la planicie no cubierta por
las lagunas está tan embarrada a causa del agua que brota de un sinfín de
manantiales, que no tienen por allí paso ni los carros ni los animales pesados.
Como hay en esta región tanta abundancia de pieles preciosas, de las que los
habitantes obtienen grandes ganancias, los hombres de aquella región han
encontrado medio de transporte para que los mercaderes de otras partes puedan
llegar hasta ellos, y que ahora contaré. Al principio de cada uno de los trece días
de camino a lo largo de toda la región, hay una pequeña aldea con varias casas
en las que habitan unos hombres que acompañan y acogen a los mercaderes. En
cada aldea se guardan unos perros grandes como asnos y que pueden llegar a
cuarenta en número. Estos perros están acostumbrados y adiestrados a arrastrar
trineos, que en Italia se les llama “tragie”. A uno de estos trineos los hombres
atan seis perros, siguiendo un orden conveniente. Sobre la superficie del trineo
extienden pieles de oso, en las que se sientan los dos viajeros, el que va a
comprar pieles y el conductor que guía los perros y conoce el camino. Como
aquel vehículo es de una madera muy liviana y por debajo es plano y pulido, y
dado que los perros son fuertes y hechos para estos trabajos, y como tampoco se
cargan grandes pesos en el vehículo, los perros arrastran el trineo por el barro
con toda facilidad, a lo largo de todo el trayecto. Cuando se llega a la siguiente
aldea, los mercaderes toman otro conductor para el día siguiente, ya que los
perros no podrían aguantar aquel esfuerzo durante las trece jornadas de viaje.
Así, pues, de aldea en aldea, el mercader llega a las montañas para comprar las
pieles, y de la misma manera regresa a su patria a través de la llanura.
�Ahora hablaré de una región, en la tierra limítrofe al reino de los tártaros,
donde reina la oscuridad más absoluta. Hay allí una provincia llamada Valle de
la Oscuridad, de la que puedo decir que se merece el nombre; la mayor parte del
año todo está oscuro como en la hora del crepúsculo en nuestras tierras. Y esto
sucede a causa de la espesa niebla que siempre está presente en aquellas tierras,
sin que nunca desaparezca ni se mueva de lugar. Los habitantes de aquella región
son hermosos, grandes y corpulentos, pero muy pálidos. No tienen ni rey ni
príncipe y son hombres de costumbres salvajes, que viven bestialmente. Los
tártaros, que son sus vecinos, algunas veces invaden la región y saquean sus
animales y sus bienes, causándoles muchos daños. Para no perderse en esta
oscuridad hacen un ardid que ahora contaré. Cabalgan hasta allí en yeguas que
tienen potros y los dejan con sus guardianes a la entrada de la región. Cuando se
han apropiado del botín en las tinieblas, sueltan las riendas a las yeguas y les
dejan ir a donde quieran; las yeguas, relinchando hacia sus crías, retornan al
paraje donde las habían dejado, trayendo de vuelta a sus jinetes al lugar adonde
ellos no hubieran sabido regresar. Los habitantes de esta región cazan en gran
abundancia armiños, veros, ardillas y otros animales semejantes, que tienen
pieles finas, y llevan las pieles a las Tierras de la Luz que quedan en sus
fronteras, donde obtienen muchas ganancias.
Ahora hablaré brevemente de la provincia de Rusia. Los pueblos de esta tierra
son cristianos y observan en los oficios eclesiásticos el rito griego. Todos son
blancos y hermosos, con cabellos muy rubios. Son tributarios del rey de los
tártaros, con los que lindan al oriente. Hay allí infinita abundancia de pieles de
armiño, martas, cibelinas, zorras, y ardillas. Hay también muchas minas de plata,
pero hace un frío más intenso que en cualquier otra región del mundo, y
difícilmente se puede soportar. Puedo asegurar que en ninguna otra parte hace
más frío, y si no fuera por todos los refugios que existen provistos de fuego, sus
habitantes no podrían sobrevivir. El frío es tan intenso que si alguien sale de la
casa o va de un lugar a otro por negocios corre el riesgo de congelarse antes de
llegar. Puede ocurrir que si un hombre no va muy bien abrigado, o es mayor y no
puede caminar muy rápido, o si está lejos de la casa, puede helarse en el camino
y morir.
�Con todo hasta aquí, he relatado las cosas que se refieren a los tártaros y a los
sarracenos, a sus costumbres, así como lo que se refiere a muchas aldeas y
regiones que hay en el mundo, según las pude visitar y conocer. Sin embargo no
hablé del Gran Mar ni de las tierras que lo rodean, y no quise hablar de estas
regiones porque ya son muchos los que las navegan y visitan y conocen,
recorriendo sin descanso este mar.
Ahora me parece que mi retorno a nuestras tierras, con mi padre Micer Nicolo
y mi tío Micer Mafeo, se dio por los favores y las bendiciones de Dios, para que
así todas las cosas que pueblan el mundo pudieran ser conocidas. Y como dije al
principio de este libro, no ha habido otro hombre, ni cristiano, ni sarraceno, ni
pagano, que haya visitado tantas y tan amplias regiones del mundo como Marco
Polo, hijo de Micer Nicolo Polo, noble ciudadano de Venecia.
Aquí acaba el tercer y último escrito por Marco Polo de Venecia
*
���
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Libro al viento
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Libro al Viento es un programa de fomento a la lectura que busca transformar las canales y lugares habituales de circulación del libro y la literatura. Se trata de salir al encuentro de posibles lectores en espacios no convencionales como parques, transporte público, salas de espera, plazas de mercado, centros penitenciarios, hospitales, entre otros, y de posibilitar una circulación alternativa del libro: los ejemplares son un bien público, por ello se espera que, una vez leídos, se dejen libres para que otros lectores puedan disfrutarlos. El programa fue creado en el 2004; desde entonces y hasta la fecha, se han publicado 116 títulos de literatura universal latinoamericana y colombiana, canónica y no canónica, y para diferentes grupos etarios. <br /><br />Para más información, es posible visitar el <a href="http://www.idartes.gov.co/es/programas/libro-al-viento/quienes-somos" title="Más información sobre Libro Al Viento" target="_blank" rel="noreferrer noopener">sitio web de Libro al Viento en la página de IDARTES.</a>
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Title
A name given to the resource
El libro de Marco Polo sobre las cosas maravillosas de Oriente
Subject
The topic of the resource
Polo, Marco, 1254-1323?
Descripciones y viajes
Itinerarios
Description
An account of the resource
El libro tuvo como objetivo convertirse en un manual y una guía de supervivencia para los navegantes, mercaderes y comerciantes que empezaban a aventurarse hacia el Oriente en el siglo XIII, a regiones como Turquía, Persia (Irán e Irak), Armenia, Afganistán, Indochina, el Tíbet, India, Ceilán, Rusia, Siberia, parte del litoral africano hasta Etiopía, y China.
Publisher
An entity responsible for making the resource available
Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte (Bogotá, CO)
Contributor
An entity responsible for making contributions to the resource
Cuéllar de Sandino, Olga, 1953- (ilustradora)
Type
The nature or genre of the resource
Libros
Extent
The size or duration of the resource.
62 páginas
Identifier
An unambiguous reference to the resource within a given context
ISBN: 9789588321158
Language
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Siglo XIII
Siglo XIV
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Polo, Marco, 1254-1323?
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2007
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