// La fiesta de Camila. Laura Moreno. Crónicas de ciudad. Celebraciones
La fiesta de Camila
Laura Marcela Moreno Berrio
Nodo El Tintal
Crónicas barriales – Espacios creativos
Biblored
Una fiesta de quince, celebración atiborrada por lazos de satín fucsia, globos atados con desconcertante maestría y el rastro de calentura mezclada con colonia que dejan los adolescentes en cada esquina. Antes de la música a todo volumen, que conmociona hasta el techo del salón comunal, vinieron las tardes en el salón de belleza con cada detalle planeado para salirle por delante a la suegra, a la nuera, a la tía de mejor estrato quien, con el rencor oculto tras la sonrisa, baja hasta el sur de Bogotá. “Que no pase de las diez, por favor”.
Esta noche lo escuchamos todo con la atención lejana y enredada del insomne. Es la tercera fiesta de quinceañera que se hace en el mes y entre particiones de tela que cuelgan del techo con temas ajedrezados de blanco y rosado, o azul y blanco o blanco y arcoíris, los invitados van llegando en grupos de tres o cuatro. Empiezan los saludos tímidos de quienes probablemente vayan a terminar la noche entre discusiones, madrazos y el puño inaugural de un nuevo rencor: otra mancha en la historia familiar.
Cuando corremos la cortina porque la curiosidad alza la cabeza con la prueba de sonido -“sí, sí, sonido”- lo vemos llegar con la quinceañera agarrada del brazo. Nadie sabe el nombre del animal que, siendo el primer aguijonazo en el corazón de la niña, llega hablando en lenguas: “cuál es el visaje, neas”, y el cabello perfectamente peinado hacia atrás, ocultando la cresta punk. Agarra con fuerza la cintura de la señorita. Acecha en silencio, pero no pierde de vista a la presa.
Se empiezan a formar para hacer la gran entrada que la niña anhela. “Mi vida, pero ponerle humo sale muy caro”. Gloria, la que vive en el primer piso, al lado del edificio cuadrado y rojo donde se hace la fiesta, no necesita fingir que saca al perro para curiosear el calibre de los asistentes. Toda la noche siente el oleaje de los sonidos moverse de aquí para allá en la habitación y el cuerpo entero le palpita hasta las últimas horas del domingo. Una fiesta más y puede pedir la pensión por enfermedad, dice con humor mientras se frota los ojos y la expresión cansada delata la rabia con la que ha pasado cartas a la administración, papeles que han rodado hasta el cubo de basura. Otra que se suma a la fila: “Señoras y señores, demos un aplauso a la quinceañeraaaa”. Es la prima -muchacha linda, cabellera de reina- forrada en un enterizo del único color prohibido para los invitados: blanco.
La niña entra, “ya está tan grande, aplaudan más duro, carajo”, y aunque no pudimos verla, escuchamos el retumbar de los agradecimientos a través del micrófono, como debe escucharse el eco de un aullido en una habitación pequeña y oscura. Es la reina en su comarca de 10 metros de ancho por 20 de largo. Si tuviéramos un perro podríamos sacarlo a dar un paseo para escuchar de cerca las conversaciones de los parientes, para ver los gestos con los que imitan la cara congestionada de la madre o el ceño del padre ofendido por el novio que lo llama “suegrito”, pero las risas y muecas nos llegan como los ecos del reggaetón: como martillazos que fracturan una a una las ventanas de la vecindad. Así que los insomnes permanecemos encerrados en nuestros hexágonos de miel, esperando la mañana para descubrir en los restos de la fiesta alguna pista que revele más sobre esa niña transformada, esa mujer que camina ahora con la torpe voluptuosidad de su falda satinada: “muy parecido al raso, mijita, muy brillante”.
En las primeras horas felicitamos a Camilita porque desde hoy puede asumir las responsabilidades de una mujer, porque el zapato le calza como un guante, “qué pendejada, dizque manos y pies, pásame otra copa, tía”, y nos preguntamos si le compraron el tacón de plataforma transparente en el mismo local en donde venden la ropa con olor a container, allá en el segundo piso, en la esquina del centro comercial. Made in China, my friend. Camila, la ahora mujer, vive desde hace diez años en el sexto piso de la torre doce, y solo le tomó un mes planificar la que sería su presentación ante el mundo, el acto inaugural de sus veraneros abriles. Desde el DJ, pasando por la torta y los souvenires, todo fue escogido por su formalísimo criterio de niña de su casa. Mientras los parientes lejanos -esa tía de compromiso- se van despidiendo temprano, vemos cómo cada invitado recibe su souvenir con un caritativo acto de hipocresía: “mira, le pusieron escarcha y lanita… lindo, nena, lindo”.
Hoy no da serenata el heredero del cacique ni nos mueve el flow del pretty boy que conquista virginidades bajo la enigmática identidad de Maluma. No, ni siquiera se le pierde la cuchara a Velosa ni recordamos que aún siendo el más maldito, comparado contigo, se queda muy chiquito. Hoy es recopilación de música ochentera. Los tíos tacaños no pagaron el DJ y nos imaginamos -tú y yo, pervertido del tercer piso que curiosea pornografía con el televisor en silencio, como si estuviese viendo una película de Bergman- si el papá va a llorar cuando le pongan ese vallenatico sorpresa para que baile con la hija en vez del vals trasnochado de hace un siglo. Porque desde hace siglos se nos vuelven princesas, cumplen quince y ya están en edad de merecer: princesa Diana; princesa Catherine; Sasha, la princesa de la casa. Y luego son la princesa críahijos, la princesa lavaplatos, la princesa lavachiros, la princesa ponecachos. Princesas todas con tiara de plástico.
Camilita prueba su primer trago, por lo menos supervisado, y siente en el estómago ese temblor en las entrañas que le hace sudar las manos y le saca cebollas de los sobacos. “Ni te imaginas el miedo que me dio en ese momento”. Tantos días de entrenamiento en la soledad lúbrica de la almohada y al fin se siente lista. El animal está amordazado, pero los colmillos le anuncian que es hora de rugir. Virgen y con vestido de ponqué. Seguro a la prima -“perra esa, les dije que blanco no”- la fiesta de quince le salió mejor.
Pasada la medianoche descorremos nuevamente las cortinas porque los insomnes sentimos que seguro ya están entonados. Fiesta sin trago no se la aguanta nadie, no en este barrio donde cada conversación es como el calentamiento del boxeador que a saltitos se prepara para asestarle el guante en la cara al contrincante. Y los gritos eufóricos de la macarena que se repite cada media hora son el preludio del caos. Gloria cree que es la peor hora porque el “baila tu cuerpo alegría macarena” causa un mareo peor que el de la resaca. Pero el sonido envolvente y repetitivo ayuda a los invitados a desencajar las corbatas y a soltar las lenguas. Ya en el punto cumbre de la noche la vibración de las paredes no logra contener las carcajadas, las voces desarticuladas de los bailarines y bebedores, el gemido doloroso de la nueva mujer que no ha podido esperar para inaugurar el cuerpo con su novio medio jaguar en el baño del salón. “Cuidado con la puerta… pasito”. El escote de corazón y el satín blanco yacen en la oscuridad y los vidrios fracturados terminan por romperse.
Imaginamos que el vapor va trepando las paredes y las gotas caen lentas, con el ritmo viscoso que tiene la espuma al derramarse. “¡Camila, pero qué carajos!”, por las rendijas de las persianas percibimos las sombras de la pelea. El grito: “¡Maldito hijueputa!, ¡mi niña!”, desata los hilos de sangre que inyectan los ojos desorbitados, los puños rotos por los dientes del adolescente que sufre la venganza paternal. “Papi noooo, ¡separénlos!”.
Yo y el tipo del quinto piso -que lleva horas rasguñando las cuerdas de una guitarra, buscando una melodía que copie la risa de su pequeña: “mi ángel, mi niñita”- somos los primeros en sacar la cabeza por la ventana cuando llega la patrulla de la policía.“Son derechos fundamentales de los niños: la vida, la integridad física”. Nos miramos un rato en silencio mientras le leen a don Carlos los derechos de los niños, que acaba de infringir con la tremenda paliza. El tipo del quinto piso y yo nos sabemos cómplices porque desde hace años está reescribiendo la canción que empezó a componerle a su hija el día en que supo de su caída en la tierra; y también porque alguna vez me contó que la cigüeña es medio díscola y miope cuando encuentra a un par de adolescentes sin rumbo ni sueños.
Se apagan las luces: “Camila, esto es una vergüenza”, y Lucas, el labrador café del quinto piso, saca la cabeza por la rendija de ventilación de la cocina y aúlla como si tuviese una herida honda y triste, patética. Ya en la madrugada Camila sigue llorando en el regazo de su prima, la tiara intacta en el cabello. El silencio vuelve a dominar el espacio vacío como el hueco después de una explosión, ese tipo de vacío: un agujero en ruinas impregnado de olor a chamusquina, latas regadas por el piso, un cerebro que gira durante días. Y nosotros, los insomnes que despertamos a media noche cada sábado con la música de Silvestre, con las luces de colores que se mueven compulsivamente y los brindis de champaña rosada plagados de bendiciones a dios -“porque mi niña ya es mujer”- nos damos cuenta de que dormir en las noches de las quince primaveras es como intentar seguir el rastro de una gota en el aguacero que sumerge al mundo afuera de las ventanas.
“Por lo menos se acabó más temprano que de costumbre”, dice Gloria a la mañana siguiente, cuando nos informa a nosotros, sus vecinos que compran tamal para desayunar, del agarrón que tuvo don Carlos González con el novio de su hija.
Esos González, los del sexto piso de la torre doce.

Tabla de Contenido
| Características
- Título
-
La fiesta de Camila. Laura Moreno. Crónicas de ciudad. Celebraciones
- Creador
-
Moreno, Laura
- Tema
-
Crónicas
- Descripción
-
Crónica de Laura Moreno, participante de las Crónicas Barriales de BibloRed 2017; relatando una celebración de quince años.
- Publicador
-
Red Distrital de Bibliotecas Públicas. BibloRed (Bogotá)
- Formato
-
TEXTO
- Identificador
-
ISBN:
- Idioma
-
spa
- Cobertura espacial
-
Bogotá (Colombia)
- Derechos de acceso
-
Acceso abierto
- Fecha
-
2017
- Texto
-
La fiesta de Camila Laura Marcela Moreno BerrioNodo El TintalCrónicas barriales – Espacios creativosBibloredUna fiesta de quince, celebración atiborrada por lazos de satín fucsia, globos atados con desconcertante maestría y el rastro de calentura mezclada...
- Colección
- Patrimonio y memoria
Elementos relacionados
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-
La fiesta de Camila. Laura Moreno. Crónicas de ciudad. Celebraciones
- Creador
-
Moreno, Laura
- Tema
-
Crónicas
- Descripción
-
Crónica de Laura Moreno, participante de las Crónicas Barriales de BibloRed 2017; relatando una celebración de quince años.
- Publicador
-
Red Distrital de Bibliotecas Públicas. BibloRed (Bogotá)
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TEXTO
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ISBN:
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spa
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Bogotá (Colombia)
- Derechos de acceso
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Acceso abierto
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-
2017
- Texto
-
La fiesta de Camila Laura Marcela Moreno BerrioNodo El TintalCrónicas barriales – Espacios creativosBibloredUna fiesta de quince, celebración atiborrada por lazos de satín fucsia, globos atados con desconcertante maestría y el rastro de calentura mezclada...
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